sábado, 27 de junio de 2015

El líder y la masa

J.A.Xesteira
Todos sabemos lo que es un líder y todos sabemos lo que es la masa. Hay quien se puede poner puntilloso y aclarar que el líder es un anglicismo que significa dirigente, el que va delante, el que conduce (pero no es lo mismo que el driver, que ese si es el que conduce, el chófer –en la Rumanía de Ceaucescu también se decía “conducator”, palabreja latina que denomina al conductor y al caudillo–)…, y podíamos seguir así con la palabra masa, desde los churros al increíble Hulk. Pero cuando en política hablamos del líder sabemos quien es: ese personaje generalmente de traje y corbata (menos en los mítines populosos) que pretende atraer a la masa de votantes ciudadanos hacia las urnas con la sana o insana intención (eso siempre está por ver) de llegar al poder, ya sea en una pedanía perdida de las rutas o en la mísmísima Moncloa. Hay líderes que nacen y líderes que quieren fabricar, aunque tengan que pactar con el Diablo. Hay personas que se definen o los definen como “animales políticos”, como para dar a entender que vienen de casa con el liderazgo de toda la vida; luego, casi siempre, se les rasca un poco la pintura y se le cae lo de “político” para quedar en simple “animal”. No hay regla escrita sobre el líder y la masa, aunque hay cantidad de ensayos al respecto y mucha literatura y cine sobre el líder y sus circunstancias. El líder es el figura, el nota, el baranda, el cid campeador; la masa es eso, masa, mogollón, montonazo, hinchada, manifa violenta (las manifas no violentas no son más que procesiones sin santos), personal espeso al que hay que convencer de cualquier forma de que el país va mejor si-me-votais-y-confiais-en-mí por cualquier método, ya sea por miedo o por sobredosis de televisión directa en vena (todo televidente sumergido en programas de concursos de canción o comidas, o realiti-shows experimenta un estado catatónico-lisérgico propio de zombis, en el cual puede votar lo que le pongan delante los líderes adiestrados para la tarea). Aunque ambos conceptos van juntos, el problema principal es que el líder necesita a la masa, pero la masa no necesita al líder; muchas veces actua por impulsos y estímulos, ante colores o sonidos, por ejemplo, que pueden ser manipulados desde algún castillo de los Cárpatos por algún malvado siniestro. Por ejemplo, a la masa le colocas los colores de su equipo de fútbol en la final de copa, o la pones delante del escenario de un festival de heavy metal o música electrónica durante tres días, y los resultados pueden ser inesperados; pueden quemar papeleras, tomar la Bastilla, estrellarse con el coche o bombardear el palacio de invierno. La masa es lo que tiene, que con  el fermento adecuado, crece y engorda (leveda, que decimos en gallego) y ya está lista para el horno.
Como están apareciendo nuevos líderes para la misma masa, les voy a contar una pequeña historia. En los viejos tiempos de la Transición solía aparecer por el periódico en el que trabajaba, uno de esos personajes amables y pintorescos que frecuentaban las redacciones. Era un hombre jóven que padecía un trastorno mental; un tipo jovial, agradable y feliz; venía de vez en cuando, saludaba educadamente, nos regalaba un par de poesías de su cosecha y se despedía porque decía que se iba a pescar pota y calamar en los caladeros del área de Boston. Una tarde los estudiantes organizaron una manifestación, autorizada, para reivindicar cualquier cosa y acabar con gritos de libertad y democracia. Allí estábamos un grupo de periodistas de los Medios para cubrir la información y después irnos a tomar unas cañas. Comienzan a marchar los estudiantes con sus pancartas y, de pronto, un joven barbado y alto, enarbolando una bandera gallega se pone delante de todos y comienza a gritar más que los demás y mejor. Su figura era espléndida, con su bandera, como si la clavara en la colina de Iwo-Jima. Era nuestro amigo, el poeta que se iba a pescar a Boston. La masa le siguió; no hacía falta explicarles que aquel era un líder, la estampa lo atestiguaba, y el cuadro era como una película de Eisenstein. Pura épica. Pero, ay, al cabo de un buen rato de desfile, alguien avisó que llevaban dadas cuatro vueltas a la misma manzana. En ese momento, todos los embriagados por la epopeya, despertaron y se quedaron confusos sin saber hacia donde ir. La manifestación acabó a trompicones. Recogieron sus pancartas, dieron por concluida la reivindicación y se dispersaron (o disolvieron, como decía la Policía) Sólo el líder continuaba feliz hacia otra parte, solo con su bandera.
Me lo recordaba el otro día el nuevo líder del socialismo español. Y me lo recordó una hora más tarde el líder de la nueva derecha(¿o es la vieja después de pasar por el chapista?) de Ciudadanos. Y me lo recordará el líder de Podemos en cuanto se ponga a hacer de líder, Y Rajoy, en cuanto dé el preparados-listos-ya. Ahí estarán, como Moiseses conduciendo al pueblo elegido por un desierto crítico y austero. Nos van a prometer el maná. Pero ¿hasta dónde son auténticos líderes y hasta dónde son producto prefabricado?. A la masa es tan fácil convencerla de que Sánchez y Rivera son los Kennedy (John y Bob antes de los tiros) como de que Pablo Iglesias es Pablo Iglesias (un ferrolano con gorra de visera y barba de antes de Franco) o que Rajoy es De Gaulle, de la misma manera que a la masa le convencen de que un líquido blancuzco que se saca de la soja es bueno, y que es mejor comer cosas sin lactosa, sin azúcar, sin glúten y sin nada, como si todos padeciéramos de todas las alergias.
Nos convencerán aunque después digamos que nosotros no somos de la masa. Y cuando hayamos dado cuatro vueltas a la manzana, nos daremos cuenta de que no vamos a ninguna parte. Y quedaremos ahí, en  ese momento, con cara de parvos.

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