sábado, 13 de junio de 2015

La actualidad en fragmentos


J.A.Xesteira
Los lunes llega un camión con la actualidad y la vuelca. Después hay que escarbar en el montón de la basura informativa para encontrar algo de interés. Las noticias se me presentan como un viejo View-Master, un cacharrito que necesita explicación. Hace años, antes de la era digital, había unos aparatitos de plástico, como unos prismáticos pequeños con una palanquita en un lado. En una ranura superior se introducía una rueda de cartón rígido con diminutas diapositivas; se le daba a la palanca y aparecía en el visor una vista en tres dimensiones de, por ejemplo, el Kremlin, o las Montañas Rocosas, o el Taj Mahal, o una aventura de vaqueros estáticos. Hoy el View-Master es una antigualla (vintage le dicen) de coleccionista, cotizada a buenos precios en Internet; las estampas que se ven en sus fotogramas son de un mundo desaparecido. Pero la actualidad me viene así: le doy a la palanca y me aparece una noticia o algo parecido a una noticia, o lo que me ofrecen como noticia pero que no es más que propaganda política o económica, disfrazada de noticia.
Cuando lean esto que estoy escribiendo (esos quince lectores que todos tenemos como cuota) ya será día 13, San Antonio de Lisboa (aunque le dicen de Padua, pero no, era portugués) y los concellos y gobiernos autonómicos ya se habrán organizado entre pactos y opiniones para todos los gustos. Lo que pase de ahí en cuatro años está por ver, como siempre, y la campaña volverá a empezar para las generales. Aparecen nuevas personas en el mundo político, y, lo que es mejor, gente que no se viste de político (ya saben, ese imperdible look de jefe de planta de grandes almacenes, con traje oscuro y corbata a la moda de bazar turco) Pero todo eso quedará como un fotograma de nada en un golpe de palanquita, aunque ahora nos parezca el gran tema de debate (se debate cualquier tontería, y no me extrañaría que pronto apareciera un concurso de tertulianos aficionados; propongo que hagan las tertulias en islas desiertas y que se hagan la comida al mismo tiempo, con expulsiones y llantos).
Llega un amigo de un viaje por Grecia y me dice que allí están fatal, pero que se lo pasan como siempre; tabernas llenas, terrazas con gentes sonrientes, buen clima y ese sentido mediterráneo de la vida que los invita a cantar en los tiempos difíciles. “Se sabe que están mal, y ellos lo saben, pero no por ello dejan de vivir como siempre, da gusto con esa gente”, me cuenta. Le doy a la tecla del aparato y me aparece una vista terrible de la prensa española en la que Grecia es un país trágico en un teatro, sometido al designio de los dioses. Pero mi amigo es más de fiar que los periódicos. Sucede que los periodistas de ahora van poco por las tabernas griegas y van mucho por las ruedas de prensa. Y así no hay manera de enterarse.
Pero la tragedia si está en una isla griega. Kos, una pequeña isla a sólo cuatro kilómetros de Turquía, en la que estuve hace unos años (ya en la crisis, y también canté con amigos griegos a la puerta de sus casas, con música de buzukis) Allí a esa pequeña isla, en la que nació Hipócrates, el padre de la Medicina, llegan ahora miles de refugiados sirios con mucho miedo y ningún documento. Kos vive practicamente del turismo, pero las oleadas de refugiados en plena crisis ha generado un problema de difícil solución. A veces es difícil distinguir a los turistas de los refugiados; todos visten las mismas camisetas de fútbol, las mismas ray-bam falsas, las mismas zapatillas de marca reconocible (falsas también). Solo se les distingue en la diferencia que marcan las tarjetas, la de crédito y la de embarque, que generan un semblante relajado en la mirada del turista y una mirada de pánico hacia el futuro en el refugiado.
Pero basta con darle a la palanquita y me aparece en el visor una pandilla que lo soluciona todo. El G-7, reunido en el Tirol como una excursión de amiguitos. Hablaron estos días de cosas que no contarán a nadie, y cuando se van, el mundo queda un poco más pobre y un poco más complicado. Siempre ha sido así desde que los poderosos se juntan. Por supuesto no les interesa que a la isla de Kos sigan llegando los parias de la tierra, esos a los que los siete del Tirol expulsaron de sus casas donde les metieron dos guerras, la de matar y la de hacerlos más pobres. Los del G-7 se harán una foto y dirán que las cosas llevan camino de arreglarse, porque la economía va a resolverlo todo.
Pero le doy a la palanquita y me aparece una imagen diferente: la cuarta parte de los contratos que se hacen en España y de los que presumen los políticos, los sindicatos (poco) y los empresarios, durán una semana. Y le llaman contrato y figura como dato de puesto de trabajo. Pero pasamos la foto y comprobamos que no es más que un decorado tan inútil como una oficina de empleo. Las soluciones están lejos. No hay mercado laboral, aunque se firme un nuevo plan de empleo; sólo hay jornaleros en la plaza pidiendo un jornal a destajo. Los empresarios (mal llamados emprendedores –ver diccionario de la RAE–) al menos por la parte geográfica que conozco, son de cuatro tipos: empresarios de verdad (escasos), negociantes, tenderos y chamarileros. Su papel como creadores de puestos de trabajo es, cuando menos, dudoso; su papel como fundamento de una sociedad más culta y libre, nulo. Pero si le damos a la palanquita nos aparecen los hombres y mujeres del mañana, los alumnos de selectividad, que aprobarán unos exámenes que son tan estándar como el del carnet de conducir, pero que les abrirá las puertas para llegar a ser licenciados profesionales, científicos, humanistas, médicos, letrados… que un buen día emigrarán a otros países, porque la realidad española es como la del View-Master, un fotograma viejo e inexistente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario