viernes, 3 de julio de 2015

Otro fantasma recorre Europa

         J.A. Xesteira

Mientras Grecia está en lo que está, y después de este domingo estará en otra parte, todos los grandes pensadores del periodismo (sea esto lo que sea ahora mismo y que no es lo que debería ser) se han lanzado a pontificar sobre lo que ha hecho Tsipras y lo que debería hacer si se guiaran por esos mismos grandes estrategas de la opinión; en paralelo, los grandes estadistas de Europa han sentenciado no sólo lo que hizo mal Grecia, sino lo que les va a pasar por no pagar al FMI (en el viejo Chicago les partían las piernas con un bate de béisbol, pero la Troika es más sutil). En medio de este enorme lío, en el que los pensadores y los estadistas anuncian lo que se nos avecina, unos y otros esconden su ignorancia (los unos) y su pánico (los otros) y esperan que la cosa se aclare la semana que viene. Las anteriores experiencias nos muestran que la cosa no se soluciona con un referéndum, la cosa no ha hecho más que empezar, y el final es imprevisible, muy lejos de la ignorancia de los articulistas pomposos y del pánico oculto de los políticos en campaña. Lo único cierto es que Grecia no le paga al FMI, y que Europa no sabe que hacer.

Mientras pasan esas cosas, la faramalla del bosque informativo esconde otras cosas importantes, como la Ley Mordaza (llamada también de Seguridad Ciudadana) que entra en vigor para recordarnos viejos tiempos en los que los derechos de reunión, expresión o manifestación eran una peligrosa aventura entre los palos de la Policía y las multas administrativas. A partir de este miércoles entran en vigor novedades curiosas: si usted le cae mal a un antidisturbios, y con sólo la palabra de éste, le mete una multa sin la posibilidad de explicarse ante un juez. Eso es por su propia seguridad de ciudadano, crealo.

Bajo ese entramado de noticias que cubren las páginas de periódicos, en los que fotografían manifestantes amordazados (expuestos a una multa del copón) y jubilados griegos con cara de desesperación (sólo valen para los periódicos las fotos dramáticas, los jubilados griegos sentados en los cafés tomando una copa de ouzo y jugando al dominó no sirven, Grecia es una tragedia y punto), pasan otras noticias que se dejan escapar, no sé si con premeditación, como parte de un plan, o por simple estupidez. Me refiero a ese fantasma que recorre Europa y que no es el comunismo que decían Marx y Engels, aquel fantasma al que acosaban desde el Papa y el zar hasta “los radicales franceses y los polizóntes alemanes” (la cita es textual). Me refiero a otro nuevo fantasma: la sostenibilidad de la Seguridad Social, es decir, de las pensiones. 

Lo dijo el otro día el gobernador del Banco de España: las pensiones no aguantan con el actual sistema, a no ser que se pasen al ahorro privado. Para decirlo más claro, si usted cotiza a la Seguridad Social con el fin de cobrar pensión de jubilado, esta apañado; ahora bien, si usted, en vez de pagar a la Seguridad Social, lo mete en un fondo de pensiones, está salvado. Parece ser que el señor Linde, presidente del banco más público del país, está más por lo privado que por la empresa que le da de comer; sorprende, al mismo tiempo que con las recientes experiencias de fondos de inversión, gestión y pensión (además de otros) que el propio Banco de España calificaba de buenos, y resultaron ser una estafa de trileros, nos venga ahora con que nuestras pensiones no tienen futuro en el Estado pero sí lo tienen en un banco privado. No sorprende que un cargo como el del señor Linde, con ilustres antecesores que acabaron de mala manera, lance la idea de la sostenibilidad. Es una idea que anda por Europa, pegada a otros conceptos vecinos como austeridad, recortes, crisis… Usos deturpados del lenguaje de los que nos alertó hace días don Emilio Lledó –una persona que debería ser estudiada en las escuelas– sobre los políticos y el uso torticero del lenguaje político.

El fantasma aparece en todos los países, seguramente como parte de un plan destinado a preparar las mentes de la ciudadanía (por nuestra seguridad) para rebajar nuestras pensiones o desviarlas hacia un banco privado. Hace unos días, en Portugal, algún político sacó a relucir la “sustentabilidade” de las pensiones, y también allí surgió una voz con sentido común y gran cabreo, la del economista y ex ministro Alfredo Bruto da Costa, un hombre de la edad de Lledó (¿por qué siempre son los viejos, como Sampedro o Saramago, los que demuestran más vigor y cabeza a la hora de defender los derechos de las personas?). En un brillante artículo denuncia “a grosseria” de esa idea política. Es cierto que por razones diversas, de longevidad, tasa de nacimientos, paro y precariedad laboral, además de las políticas que sostienen todas estas debilidades, el dinero que entra en tesorería de la Seguridad Social es menor que el que sale para pagar pensiones. Pero, en la opinión de Bruto da Costa, que todos deberíamos suscribir, la Seguridad Social no es una cuestión de cuentas de aritmética y es más grave que un gobernante reduzca sus criterios de honradez a una cuestión de cuentas de sumar. El sistema de la Seguridad Social –lo explica mejor que yo el economista portugués en su artículo– implica un contrato bilateral entre el “beneficiario” y el sistema, es decir, un contrato entre dos partes, el Ciudadano y el Estado en el que ninguna tercera parte (la banca privada) tiene derecho a intervenir. La pensión está garantizada por el Estado y es de éste su responsabilidad, y, por tanto, un problema político y de política. 


El fantasma y su sábana volverá a aparecer en algúna otra parte, ahora con el gobernador Linde, más tarde con otro. Aunque siempre hay que estar atentos; como decía aquel personaje de la película “Las brujas de Zugarramurdi” de De la Iglesia: “No, si a mi los fantasmas no me dan miedo, los que me dan miedo son los hijos de puta”.

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