sábado, 20 de junio de 2015

Tiempo variable

J.A.Xesteira
Ya está. Todas las convulsiones han tomado posesión de sus cargos y de sus pactos, y el paisaje después de la batalla es muy diferente. Los tiempos que están cambiando constantemente (según decía Dylan hace 50 años), han vuelto a virar el rumbo de las cosas. Los dos partidos conservadores, PP y PSOE, han tenido que pasar bajo horcas caudinas y tragarse su prepotencia para aceptar a los jóvenes del recambio. Si echamos la vista atrás constatamos una evidencia que nunca se recuerda: cuando aparecen nuevos brotes políticos, los viejos instalados en el poder los desprecian, porque ellos son el sanedrín que posee no solo el poder, sino también la sartén por el mango y la máquina de hacer dinero. Hace poco más de un año, los representantes de los grandes partidos hablaban de los recién venidos con la prosopopeya que da el tocar el mambo que sólo los reyes conocen. Han bastado unos meses para que cambie la música y la nueva ola haya barrido la playa de los viejos. Los paradigmas políticos del PP y el PSOE, intactos desde la Transición, han variado, ya no sirven y si se mantienen es porque han tenido que adaptarse a las exigencias de los tiempos; ya eran partidos de viejos que vivían de las rentas de haber hecho una cosa que se llamó Transición y que todavía no está claro que hubiera que hacerla así. Llegaron las mareas vivas de las elecciones municipales y al bajar dejaron la playa llena de basuras y a un montón de jóvenes despelotados tomando mando de la cosa. Ahora hay que digerirlo. Por una parte, los partidos grandes se están mirando al espejo y preguntándose qué hicieron mal; la serie B, UPyD e IU padecen la fragilidad de su estructura y se quiebran en pedazos (quizás sería momento de que el Partido Comunista se presentase como un revival sin disfraces, tendría muchos más votos, en Italia y Portugal los tienen) y los recién nacidos tratan de no parecerse a los viejos, aunque saben que al final acabarán por adquirir modos y maneras del catálogo del político considerado como especie protegida; seguramente, con los años se volverán como los derrotados de ahora, pero, de momento, están por estrenar.
El escenario se llena de nuevas modas y nuevos modos. Los gallegos nos apuntamos a las mareas vivas y surgen alcaldes que no quieren ir en las procesiones (para mí siempre fue un misterio cabreante ver como ateos judeomasónicos marxistas caminaban detrás del santo –o la Virgen de agosto– y delante de la banda de música: nunca los voté, por incoherentes); para empezar algunos dicen que no ofrendan ni se ponen de rodillas, que el antiguo reino de Galicia está bien en los libros, pero que vivimos en un nuevo mundo; Dios ya no nos coje confesados, y le damos al César lo que es del César y a Dios lo que le marquen en la casilla de Hacienda (esa parte del Evangelio siempre parece estar escrita en arameo para la Iglesia Católica). Aparecen alcaldes que van al despacho en bicicleta, alcaldes sin corbata, alcaldes más baratos, nuevas maneras de hablar, alejadas de los característicos clichés de político-delante-de-micrófono; aparecen monjas de clausura que se desclausuran para entrar en política, concejales que dimiten por hacer los mismos chistes malos que hacía Charlie Hebdo (con la diferencia de que todos éramos Charlie, incluidos los políticos más reaccionarios, que defendían con ello la libertad de expresión, pero en el caso del concejal de Madrid, sí se ha puesto un límite a la libertad de expresión; en el fondo solo eran chistes malos). Madrid y Barcelona las mandan dos mujeres que no saldrán en los suplementos de estilo y moda de los grandes periódicos (sólo aptos para gente “cool”, no para ordinarios como usted y yo) empeñadas en que sus ciudadanos no se queden en la calle y que sus ciudades sirvan para vivir,
En este momento es cuando el Gobierno y sus servidores más fieles dispara sus argumentos; el principal, que no se puede gobernar con pactos con promesas populistas. El argumento es falso, a la par que estupido. Todas las corrupciones, cochechos y prevaricaciones se dieron en gobiernos de mayoría absoluta, en los que nadie puede meter las narices; las promesas siempre son populistas y sólo sirven para adornar los discursos y para engolosinar a cuatro parvos que todavía creen en los pajaritos preñados de los discursos políticos.
Ahora se abre un nuevo panorama. Nos van a dar el verano con la campaña de las elecciones generales, que pueden ser en setiembre o en noviembre. Y si las previsiones se ajustan a lo escrito, cambiará el Gobierno. Y el que venga se encontrará con un espectáculo poco agradable. Por un lado, la deuda y la prima de riesgo nos dejará con el agua al cuello (por si no lo saben, la deuda nacional hay que pagarla, no son simples números que aparecen en los telediarios como si fueran los del cupón de la Once), y por otro lado, eso que llamamos Europa (y que convendría aclarar alguna vez) nos  meterá prisa, pasado el verano, para que “austericemos” más el páis, y para ello cuenta con la inestimable ayuda del Banco de España, que pide subida del IVA, reformas laborales para despedir más y más barato y recortes del gasto público. Se suma con ello a las pretensiones del FMI, que ya sabemos por donde van. La Europa que nos aprieta no ha superado la fase del Mercado Común Europeo; un organismo internacional puramente capitalista, gobernado por la Troika: FMI, BCE y la Comisión Europea (dos bancos y un gobierno) al que sólo le interesa la Economía y muy poco o nada los europeos. De aquí al final del verano pueden pasar otras muchas cosas; por ejemplo que descubramos que el país ha sido vendido a varios fondos buitre, que Grecia se sale del Mercado Común (y a lo mejor no pasa nada), que los jóvenes políticos, como siempre, no eran tan tontos, pero pueden llegar a serlo, y que la vida sigue igual aunque los tiempos estén cambiando (letra de Julio y Bob)

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