domingo, 1 de septiembre de 2013

Verano de porquería


Diario de Pontevedra. 16/08/2013 - J.A. Xesteira
Llevamos andado casi todo el verano y esto no funciona. Los esquemas tradicionales, esos por los que tanto se desvelan los obispos y las fuerzas de la conservación de los valores patrios, no se ajustan a derecho ni a derecha. Aquí se acaba el verano y no se cumplió ni una sola de las condiciones tradicionales que vienen en el folleto. Empezando por la canción del verano, siguiendo por el clima loco y terminando por las vacaciones de los importantes. Mientras esperamos esos dos días en que calienta el sol aquí en la playa, la familia real, el monolito del 2001 sobre el que se asiente la odisea del espacio veraniego, se deshace como un terrón de azúcar en la caipirinha. ¡Quien miraba aquellos veranos mallorquines de otros tiempos! El rey, su majestad, salía en el Bribón a surcar los mares con una tripulación de alegres marineros cantando alrededor del cofre del muerto; la reina, su majestad, salía por Palma a comprar zapatillas típicas en variados colores; las infantas lucían moreno al lado de sus maridos, el guapo campeón y el exótico elegante; el príncipe heredero dejaba barba para rivalizar en la mar con su padre. Y los niños crecían guapos, fuertes, sanos y gamberros. Allí, en el verano de Mallorca, el rey recibía al presidente balear (antes de que lo imputaran) y al presidente del Gobierno (para la foto, más que nada); incluso hubo un tiempo en el que alojó en Marivent a los parientes del pueblo (inglés) Carlos y Diana. ¡Eran otros tiempos! ¡Era otro verano! Las cosas se hacían a fecha fija, la canción del verano era la que tenía que ser, chiringuito o barbacoa, y la vida seguía igual al final, año tras año, en una cadencia de acontecimientos previsibles y ordenados. El hombre del tiempo sólo hablaba de calor y frescor, nada de sensaciones térmicas y alertas con colores de refrescos. Algo no estaba previsto en el devenir de los tiempos, y –ya digo– se va a acabar el verano y saltamos de un día abrasador a otro en el que se nubla y tenemos que meter a la familia en un centro comercial. No hay canción del verano y los famosos no dicen a donde van de vacaciones, no sea que se ven imputados por salir en una foto con alguien que no debieran salir. Ni Mallorca es la misma, ni la familia real pinta nada allí. El rey-su-majestad cumplió a duras penas con el deber de presentarse en Marivent para despachar (para la foto) con el presidente del Gobierno; con muletas y sin velero navegante, decrépito y doliente, paseó su nostalgia tres días mallorquines, no más; y se marcho. Devolvió el yate real, obsequio de cortesanos pelotilleros, como si fuera el casco de una gaseosa vacía. Ya no pinta nada en el verano en Mallorca, y tiene cara de entender que, a lo peor, ya no pinta nada en el invierno español. El príncipe heredero llegó, cumplió con su función (trabaja en el ramo de accidentes de la casa real: explica porque su padre se rompe las piernas y da el pésame a las familias de las víctimas de siniestros) vio la Tramuntana incendiada y aguantó un par de días con sus hijas; Letizia se fue antes. Las infantas ya no salen en la foto y son como las gemelas de tu-a-Bostón-yo-a-California, con sus maridos perdidos y sus hijos que no son de aquí ni son de allá. Solo la reina-su-majestad aguantó el tipo (porque es una profesional, lo dijo su marido) y se quedó en Mallorca para ver un par de oenegés, un ropero de Cáritas, algunas visitas oficiales y comprar zapatillas de colores. El resto está a lo que salte. Lejos los tiempos en que llegado agosto todos los políticos se iban a sus lugares de descanso (merecido) y en todos los periódicos salían aquellos maravillosos reportajes veraniegos ya institucionalizados: Aznar saca pecho en Oropesa, Felipe pesca en Barbate; los ministros hacían paellas, salían con bronceado a juego con la clásica camisa de veraneante con caballitos de polo y todo el mundo era feliz. Los ayuntamientos contrataban a sus cantantes favoritos, según la tendencia municipal: Julio Iglesias cantaba en campos de fútbol para señoras que enterraban sus tacones en el césped; Miguel Ríos daba la bienvenida a los hijos del rockanroll, que calzaban zapatillas adecuadas al césped futbolero; y la vida discurría de acuerdo con el guión. Pero se acabó, llegó la crisis y mando parar. Los ayuntamientos no contratan ni a una charanga de bombo con ruedas; Julio Iglesias tiene que cantar en los juzgados de Valencia (por contratos sospechosos) y en Guinea, para un “demócrata” de toda la vida como Teodoro Obiang en exclusiva; Miguel Ríos se retira y se jubila. Para el resto no hay ni vacaciones. El presidente Mariano, que eligió vacaciones de perfil bajo, poco glamour y vida sencilla, se deja fotografiar con uniforme de Pulgarcito en el bosque en la Galicia rural y bucólica. Pero sabe que en una de estas le llamara Cameron (de la isla británica) para ver que pasa con Gibraltar y el tiberio que montaron. Los ministros y secretarios generales dejan la playa para presentarse delante del juez instructor y no hay descanso para los políticos en general; si acaso se dejan ver sin corbata. Pero el otoño que está al llegar se anticipa como grave: la banca que subvencionamos ya despidió a 11.000 personas; los alemanes, que venden la burra ciega de sus puestos de trabajo que en realidad son subempleos esclavistas, quieren que se bajen los salarios españoles para crear empleo (¿entienden algo?) y hasta McDonalds, la franquicia de comidas (por llamarle algo) propone jornadas laborales de 78 horas semanales. Jugamos a quien dice la estupidez más grande y no hay manera de dormir la siesta. Nos parecen un sueño ahora aquellos veranos que comenzaban con Eva María y su biquini de rayas y acababan con el Dúo Dinámico anunciando el final del verano (¡llegooooó y tu partirás!) El de ahora es una porquería

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