domingo, 1 de septiembre de 2013

Las Historia no juzga nada


Diario de Pontevedra. 24/08/2013 - J.A. Xesteira
Más a menudo de lo deseable, las grandes y medianas personas que manejan la maquinaria de los países, actúan como si solo la Historia (con mayúsculas) fuera a juzgarlos, a ella se someten, en gesto ampuloso (“¡La Historia me absolverá!” es la frase de Fidel Castro, “¡Será la historia quien me juzgue!” decía no hace mucho Hosni Mubarak) como si sus actos sólo pudieran ser contemplados desde la distancia de los tiempos y solo las generaciones venideras tuvieran capacidad suficiente como para entender las actitudes de los dirigentes del momento. Ellos saben, como cualquiera, que eso viene a ser como “A burro muerto, la cebada al rabo”. O, como decía un viejo colega, hay gente que siempre anda dejando cosas para la “posterioridad”. La Historia (con mayúsculas) no juzga nada; hasta hace poco era una enciclopedia por fascículos o de venta a domicilio; ahora puede ser un libro editado por los académicos de la especialidad, en el que mienten como bellacos al erigirse en juzgadores-indultadores de hechos históricos bien conocidos de todos. La historia (con minúscula) se padece en el presente y es en el presente donde hay que juzgarla y condenar a los que alardeen de trabajar por el pueblo para que sus logros queden en la “posterioridad” de mi colega. De alguna manera todos estamos dentro de la historia y pretendemos estar dentro de la Historia. Tengo un amigo al que le dio un beso Evita Perón, con lo cual puede considerarse dentro de una Historia (posiblemente dentro de un No-Do) Fue en aquel año de 1947 cuando Eva Duarte de Perón hizo una gira alimenticia por España; una de las ciudades que tocó fue Vigo (hay un documental en el que se ven pancartas de “Cangas con Evita”) y allí estaba mi amigo, un bebé meón, en brazos de su madre, entre el público gritón que daba vivas a la primera política rubia y con abrigo de pieles que veían. Al pasar, la mítica Evita, le dio un beso al bebé, porque es misión de los políticos dar besos a los bebés y estrechar las manos a los padres (lo contrario quedaría raro). Así que mi amigo está en la historia. Estaba allí. Igual que muchos estábamos en el Mayo del 68 en Santiago (menos de los que dicen ahora) y alguno estuvo en el de París. Lo importante es estar dentro de la Historia y vivir para contarlo (las víctimas no cuentan). Porque los que tienen que contar la historia lo harán según les vaya y según del lado en que les haya pillado. No es lo mismo la matanza del general Custer desde el punto de vista de los indios que de los vaqueros (hay una canción de un cantante de folk americano, Peter La Farge, indio, que relata como que fue un gran día aquel en que aniquilamos al Séptimo de Caballería) y la versión de la batalla de Covadonga, según está escrita en las crónicas de los moros, no pasa de una simple escaramuza sin importancia, en la que unos bárbaros asturianos empezaron a tirarles piedras desde un monte, por lo cual, las tropas musulmanas se desviaron y se fueron a otra parte. La historia tiene dos caras y una de ellas está oculta. Durante el Franquismo se ofreció una cara distorsionada, falsa y poco fiel a la realidad; la cara oculta la descubren los historiadores (a pesar de que el término es de difícil definición y por esa rendija se están colando paracaidistas de nulo crédito) con trabajo y paciencia. Porque a las grandes figuras que pasean por la historia, dispuestos solamente a ser juzgados en un futuro en el que ellos ya no van a estar, no les interesa gran cosa la historia presente, que la escriben a su manera y siguiendo unas pautas para su propio beneficio. Si se bordea el delito o se cruza la línea de las corrupciones con la impunidad que da el saber que los van a juzgar en los libros del futuro, no importa, no es más que trabajo para los historiadores del futuro. Tampoco les interesa el pasado, al que suelen tapar para no herir sentimientos, para –dicen– construir un futuro en paz. Y por eso prefieren dejar los muertos a medio enterrar, porque la Memoria Histórica es solo una cosa de cuatro resentidos. No saben que cuando se construyen los pueblos sobre tumbas sin clasificar todo acaba en un “Poltergeist”. Pero a los que juzgará la historia no les importa; lo que ellos construyen da beneficios en mano ahora mismo. La política de este país se hizo así en las últimas décadas: construyendo barbaridades urbanísticas entre políticos de escasas luces y constructores incultos, cuya máxima aspiración en la vida es enriquecerse y comer mariscos y productos derivados del cerdo. Da igual, ellos se someten al juicio de la historia. La Historia es flaca, la memoria es débil. Como ejemplo les propongo este texto humorístico: “¡Escuchadme Generación X! ¡Todos los indicativos del FMI (Fondo Monetario Internacional) afirman que estamos saliendo de la crisis económica! ¡Pronto se crearán miles de puestos de trabajo! ¡Para aspirar a ello, en vez de perder el tiempo (...) deberíais, por ejemplo, tomar lecciones de inglés...!”. Parece que está cocinado hoy mismo, pero no, es un texto de una historieta que criticaba la situación social hace ¡veinte años! Si veinte años no es nada, como dice el tango, piense en usted mismo con veinte años menos. Estaba en la misma crisis con la misma retórica. Y ahora piense en los políticos de hace veinte o cuarenta años, a los que la historia los debería estar juzgando. Seguramente ya ni se acuerda de ellos, y toda la literatura que les dieron en los periódicos de entonces, ahora es nada. Aznar, por ejemplo, debe tener unas diez líneas en la Enciclopedia Larousse, entre Aznar (conde de) y Aznavour (Charles). Todo queda en nada. A los políticos hay que juzgarlos ahora mismo, en las urnas, en los juzgados, en la calle, donde sea. La historia está para ser contada con la verdad por delante. Los jueces están para juzgar, No hay que mezclar las cosas.

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