domingo, 15 de septiembre de 2013

Lenguas vivas, deportes muertos


Diario de Pontevedra. 13/09/2013 - J.A. Xesteira
De pronto no le conceden a Madrid la posibilidad de hacer la olimpiada dentro de siete años y todo parece como si las fuerzas del mal se confabularan contra España. Una gestión municipal de unos eventos financiero-deportivos se convierte en un ultraje nacional. “No nos han dado las olimpiadas”, “El COI nos ha ignorado” son las frases que elevan a categoría general (estatal) un asunto puramente particular (local y municipal). Seguramente esta extensión del ultraje viene avalada por el hecho de que la delegación madrileña que defendía el proyecto llevó como apoyo al presidente del Gobierno y al príncipe heredero. Con ese “nos” generalizado pretenden que el rechazo afecte a todos los españoles, igual que Gibraltar (una cuestión de una zona concreta) se magnifica para que parezca una Numancia heroica. Así nos va, inventado marcas registradas de un país, que no interesa a ninguno de sus ciudadanos (mucho menos a los extranjeros) y pretendiendo que somos maravillosos, alegres, guapos y campeones, simplemente porque Nadal gana trofeos y Alonso remonta hasta el podio. La resaca del fracaso (podríamos hablar de un récord deportivo como la ciudad con más rechazos olímpicos) encontró dispuestos al día siguiente a todos los comentaristas periodísticos de todo tipo, desde los puramente deportivos hasta los más politizados de la parroquia; todos entraron en el trapo fácil de arrimar la brasa a cada sardina; unos, en defensa de los valores defendidos por las fuerzas vivas frente a las insidias extranjeras, que nos envidian el sol y hacen tongo para que ganen los japoneses, que son tristes y radiactivos; otros, sacando el “ya se veía venir”, con esta tropa y con la crisis que tenemos no estamos para andar gastando el dinero (que por otra parte ya lo han gastado hasta el pufo de largo recorrido que dejó Gallardón el Legislador). Pero todos salieron al día siguiente con el tema en los escritos. De todo el ultraje olímpico hay dos cosas que nos llevan a la reflexión (advierto que no es necesario reflexionar sobre un tema tan intrascendente como el hecho circunstancial de que no “les” hayan dado la olimpiada). Una, esa interpretación del rechazo que podrían concretarse en el “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”; dos, el furibundo cachondeo contra la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, por el uso mostrenco de la lengua inglesa. El estupor incrédulo por haber sido eliminados a las primeras de cambio dejó a la extensa delegación española con cara de no entender nada y de haber sido heridos de muerte. Ya hubo explicaciones para todos los gustos y tendencias, pero si el comité español no entendió los porqués del rechazo, es que no están muy versados en el negocio olímpico. Una olimpiada es un acontecimiento que mueve miles de millones de euros, y cuando eso sucede, lo de menos es el deporte, todo se convierte en un trapicheo comercial, y si no entendieron eso, es que no entendieron nada. Una olimpiada puede ser rentable como la de Barcelona o puede ser un fracaso como la de Atlanta. El hecho de que los atletas ganen medallas no es más que la justificación para que fluyan los capitales y determinadas personas se enriquezcan. Madrid hizo una oferta que pudieron rechazar tranquilamente, porque se prevé más ganancias en Tokio. Ahora, mientras reflexionan (es un decir, reflexión y política son conceptos que no casan bien) echarán cuentas de lo que se gastó en ese 90 u 80 por ciento de infraestructuras y lo que queda por pagar, porque el asunto era de infraestructuras y no de deportistas, que solo sirven de adorno, para salir a un balcón de ayuntamiento a dedicar su medalla al populacho. Pero no hay problema, la deuda madrileña acabaremos por pagarla entre todos, como siempre. Faltaría más. Y los deportistas irán, como siempre, trampeando con sacrificios para conseguir llegar a una olimpiada, aunque sea sin medalla. El otro aspecto me parece más interesante. Todo el mundo de Youtube se ha echado encima de la alcaldesa madrileña por su pronunciación del inglés de café con leche. Y nadie se ha parado a reflexionar sobe el hecho de que Ana Botella hable un mal inglés y se burlen de ella. En realidad es lo que ve en casa; su marido también fue famoso por hablar como Clint Eastwood (como si fumara un puro toscano y se le enrollara el poncho en la cabeza al mismo tiempo, con música de Morricone) En ese contexto surge de nuevo la acusación: los políticos españoles no saben hablar inglés (como el negrito de Nicolás Guillén) y eso parece como una vergüenza internacional. El tópico español asegura que se nos dan mal los idiomas. No es cierto, pero ese es el tópico. Como es tópico que en Europa todo el mundo habla inglés, cosa que tampoco es cierto. Cualquier turista sabe que cruzando la frontera hay que hablar un chapurreo de lengua franca en el que puede más la voluntad que los conocimientos. Los políticos españoles no hablan inglés, bien, pero para eso hay unos cascos traductores que nos cuentan lo que se dice. Durante años se nos vendió el cuento de que hay que saber idiomas para triunfar en la vida, y nuestros hijos aprendieron más inglés que nuestra generación, se licenciaron y doctoraron en más disciplinas que nosotros y al final salieron a trabajar en los mismos puestos de emigrantes en los que trabajaba la generación de mano de obra barata que no sabía idiomas ni falta que le hacía. Los licenciados españoles trabajan en los falsos paraísos alemanes y europeos al mismo nivel que los turcos que tampoco hablan inglés. Conocer idiomas es bueno en sí mismo, pero no imprescindible. Si sabes inglés y biología molecular, por ejemplo, puedes llegar a emigrante, pero si no sabes inglés puedes llegar a ser alcalde de Madrid, presidente del Gobierno o del Banco de Santander. El inglés sirve para leer a Shakespeare (una delicia) o saber que dicen las canciones de Dylan (no para entenderlas) o para poner en un curriculo (sin mayores consecuencias laborales) Pero para poco más. El resto es parloteo político presumido que no se explica por qué el mundo no nos quiere.

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