domingo, 8 de septiembre de 2013

Otra guerra en falso


Diario de Pontevedra. 06/09/2013 - J. A. Xesteira
La experiencia nos dice que la cosa debe ser más o menos así: el Capitalismo necesita otra guerra (las anteriores, Afganistán, Irak y el resto de las de segunda división están amortizadas y el beneficio de la suma total ya está a buen recaudo) así que le toca a Siria, un país que nunca gustó a Israel ni a Occidente, más o menos democrático como todos sus vecinos, con una estructura hereditaria con elecciones parlamentarias. Hasta hace poco, la mayoría de los parlamentarios españoles tenían que ver en su iPad incluido en el paquete de diputado donde estaba Siria y de que iba ese país; la mayoría de los parlamentarios europeos también usaron internet para lo mismo; los parlamentarios americanos ni se molestaron en buscarlo: para ellos Siria está fuera de los USA y es un país malo. Punto. Siria es el país que derivó hacia una guerra civil en toda regla después de los experimentos en todos los países vecinos; a esa «primavera árabe» no son ajenas las potencias mundiales, que jugaban su partida con las cartas de los gobiernos de Túnez, Egipto, Yemen y demás, y los hermanos musulmanes variados dentro de cada país. El experimento sirio funcionó hasta consolidar dos facciones: el Gobierno de El Assad y «los rebeldes», un grupo sin líderes, sin orientación, sin forma, pero con un armamento suministrado por las potencias extranjeras para que combatieran al régimen en el poder. Lo que se llama «los rebeldes», una masa sin nombre ni mandos, a la que apoya Estados Unidos, paradójicamente está fuertemente incluida por Al Qaeda y el islamismo más fanático, pero eso, a Estados Unidos parece no importarle. El objetivo es atacar a Siria, y Obama, la gran esperanza blanca que pretendía ser un cruce entre Kennedy (John) y Luther King, se queda en una versión café con leche de Bush con un increíble Premio Nóbel de la Paz. Lo malo es que la situación no es aquella luna de miel que llevaba al trío de las Azores a sonreír al mundo mientras la armaban en Irak y Afganistán, para combatir el mal en el mundo en general y evitar el terrorismo musulmán. El tiempo se ha encargado de poner las cosas donde dijimos que estaban: dos guerras que han servido para enriquecerse a algunas grandes compañías que promocionan el esfuerzo bélico, el petróleo bajo control y el saqueo y destrucción de los enemigos de Israel. Una vez más estamos en el punto de salida. La guerra ya está montada, pero, de momento es civil, y en una guerra civil no hay beneficio. El manual de instrucciones dice que hay que pasar a la siguiente fase: la intervención de paz, o humanitaria, o de apoyo a la población civil. No importa que esa intervención consista en ponerse del lado que más conviene, aplastar al enemigo (podría acabar con El Assad ahorcado o fusilado en horas de máxima audiencia de la televisión americana) y poco importa si la población civil muere, porque los miles de refugiados en los países vecinos sólo están atendidos por organizaciones no gubernamentales. Para entrar en esa guerra hay que justificarlo, hay que poner pruebas del mal existente, y el secretario de estado norteamericano afirma tener pruebas, y presenta unos informes en los que se ve que murió gente gaseada con tóxicos. Y pide la inmediata intervención. El francés Hollande, un socialista soufflé (todo aire y poca sustancia), se apunta al bombardeo con otras pruebas fotografiadas desde un satélite (parecen de Google) en las que se ve un complejo industrial donde fabrican las armas de destrucción masiva (ya llegamos a ese punto tan conocido). Pero esas son sus pruebas, y, después de la historia recientemente vivida en pasadas guerras, ya no tienen crédito para que se respalden esas hazañas bélicas. En otras ocasiones se presentaron «pruebas» similares, que nadie creía y que el tiempo dio la razón: eran falsas (aquellas armas iraquíes que nunca existieron) Las pruebas de ahora suenen igualmente a falso. Y no hay crédito. Los británicos no picaron en el anzuelo en el que picaran con Blair, y el Parlamento le dijo que no a Cameron, con el consiguiente cabreo de sus amigos atlánticos. La Liga Árabe da un paso atrás y ve las cosas desde otra perspectiva, sabe que los rebeldes son el invento de las presiones extranjeras y no están para meterse en más líos en la zona. Arabia Saudí es el único país que llama a la guerra, pero Arabia es un invento extraño; el gran amigo de América no es demócrata (un régimen feudal peligroso y fanático) es la base ideológica y financiera de Al Qaeda pero tiene el petróleo que América ama por encima de todo. El resto de peso, China, Irán y Rusia, se oponen tajantemente, no es su negocio. Putin, además, pronuncia la frase que pronunciaría un Don de la Maffia: «Si Assad está ganando la guerra, ¿para qué necesita meterse en líos de guerra química?» Y por ahí va la cosa: hay miles de muertos por gas sarín (al parecer) y eso es indudable, pero la autoría de ese asesinato es lo que no está tan claro. Da igual. Hay que entrar en guerra y se entrará, sea como sea. Como en otras ocasiones se dice que será cosa de dos meses. Se esquivarán a los parlamentos, se dictarán leyes específicas o se retorcerán las existentes hasta que digan lo que queremos que digan, se buscarán pretextos más allá de las instituciones para llegar a lo que estaba previsto desde el principio: participar en el siniestro negocio de la guerra. El motivo es invocar elevados conceptos de virtud indiscutible. Se hacen guerras disfrazadas de motivos religiosos (las Cruzadas fueron el modelo) se hicieron guerras para defender a la Democracia (la última, de Bush padre, para defender la democracia en Kuwait, país que ni era ni es demócrata) y ahora se invoca la defensa de los derechos humanos de los sirios, lo cual es una novedad. Veremos guerras por el cambio climático o por la capa de ozono. Pero da igual, porque sabemos que en todos casos lo que se persigue es el negocio. Con o sin pruebas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario