domingo, 30 de junio de 2013

Un pájaro en el garlito


Diario de Pontevedra. 29/06/2013 - J.A. Xesteira
hace unos días vi «El Caimán», una película de Nani Moretti sobre –aparentemente– Berlusconi. La historia, al estilo del realizador italiano, abunda en ramificaciones habituales: los hijos, el divorcio, el cine (italiano) y el Poder; un productor de cine de serie B quiere hacer una película sobre Berlusco, con el guión y dirección de una muchacha novata y, por encima, quiere que lo financie la RAI. Moretti utiliza a Berlusconi como telón de fondo de lo que verdaderamente le interesa: Italia. Los diálogos del rodaje son realmente diálogos pronunciados por el primer ministro italiano en sus comparecencias ante jueces y cámaras de televisión. El final de la película, sin embargo, es una especie de apocalipsis a la italiana. No se estrenó en los cines de Galicia, pero debiera ser de visión obligada para la sociedad paciente y votante que se resigna al «es lo que hay». Que Berlusconi es un delincuente no hace falta ni someter a la presunción de inocencia. Los hechos, que son contumaces, lo avalan. Una figura como él solo puede emerger en la Italia de los últimos tiempos, cada vez más parecida a España en esa mezcla de tragicomedia surrealista. El primer ministro italiano, elegido democráticamente (aquí se impone un estudio de lo que puede dar de sí la democracia en países como los que nos ocupan esta historia) salió de la nada de cantante de orquestas de pueblo y cruceros a dirigir un imperio económico de más que dudosa legalidad y evidente crecimiento delictivo. Silvio era «lo que hay» en su país y les hacía gracia. En una sociedad donde tienen puntos de referencia aceptados como el Vaticano o la Mafia (en sus múltiples variedades) se acepta y se festeja que un tipo simpático como Silvio se haya convertido en supermillonario y primer ministro. Su propia vanidad le perdió; tres mujeres jueces y una mujer fiscal (la brillante Bocassini, perseguidora de la Mafia) han conseguido trincarle por su gran debilidad, las mujeres, a las que trató como putas desde su pedestal de macho triunfante. Era gracioso en los yutubes en los que salía haciendo bromas al trasero de la Merkel, a las policías del Quirinale o a las chicas de la televisión. Las mujeres lo perdieron. Ahora está condenado, por lo menos (tiene juicios pendientes) a siete años de cárcel e inhabilitación eterna. Conociendo el funcionamiento «a la italiana» es probable que Berlusconi no pise la cárcel y que la inhabilitación se reforme de aquí a unos años, pero el gracioso delincuente ya no volverá a ser lo que era. Sea como sea, es un pájaro que ha caído en su propia trampa y eso es, aunque sea eso sólo, un paso adelante, una nota de confianza en el sistema. Hace falta un pájaro español en el mismo lugar de Berlusconi, es urgente, porque la sociedad votante y paciente no puede estar tanto tiempo contemplando como se eternizan las comparecencias de «berlusconis» declarados y otros previsibles sin que entre nadie en la cárcel; haría falta una fiscal como la señora Bocassini, en lugar de una corporación como la española que ofrece la imagen de defensora de los imputados y atacante con los jueces, que parece más amiga de los que sabemos que son sospechosos más allá de la presunción de inocencia, pero que tienen en los fiscales un valedor seguro. Sé que no es cierto, que hay fiscales que trabajan para que los delitos y los delincuentes se lleven a juicio con argumentos sólidos, pero eso no es lo que se ve en los titulares de prensa. Los mismos hechos contumaces que veíamos en Italia, aquí son un disparate inexplicable e inexplicado: infantas que ignoraban que su marido manejaba más dinero que el que podía atesorar por lógica, pero que disfrutaba de los beneficios anormales de esa cantidad de dinero. Es como si un pringado en paro apareciese en casa con descapotable y su mujer lo aceptase como natural. España lleva camino de italianizarse e, incluso, superar a los vecinos. La democracia se ha reducido a una especie de olimpiada o mundial de fútbol, una competición que se celebra cada cuatro años y otorga al ganador la posibilidad de chulearse con el triunfo y hacer lo que le venga en gana. La justicia, que pocas veces coincidía con la ley, es ahora un valor a la baja, y los jueces ven como algunos procesos, que deberían ser prioritarios, se eternizan por diferentes motivos y atrancos. Mientras, los espectadores, los votantes pacientes, vemos como el resignado «es lo que hay» lo acapara todo y nadie paga por el gran desbarajuste. Por eso hace falta un pájaro de cuentas que sea condenado en ley y justicia. Uno sólo para empezar, para que podamos volver a creer que las cosas pueden cambiar y que «lo que hay» no es lo que tiene que haber, que merecemos otra cosa, aunque, como los italianos riamos las gracias de los señoritos y los Berlusconis y nos cabreen los desplantes de los más variados prepotentes, los pactos contra natura de los pasteleos políticos, la degradación del sistema sindical, empresarial y social de este país. Necesitamos que un juez (o tres juezas) y un fiscal (o una Bocassini) meta en la cárcel a alguien, que ese alguien pague por la vanidad de presumir de inocente sin serlo y por creer que se puede robar impunemente o se pueden manejar los dineros públicos a su antojo porque tienen los votos necesarios. Pero hace falta ya, antes de que el espectáculo se vuelva realmente grotesco y nos encuentre a todos en el escenario sin saber qué tenemos que decir. La crisis de la economía ya ha contaminado a toda la sociedad y el problema ya no es de dinero, sino de credibilidad, de confianza, de regreso a la aceptación de los lugares comunes (el que tiene el Poder manda y los demás aceptamos «lo que hay»). Hace falta un pájaro en panterlo para creer en algo. Postdata.- Cuando acabo de escribir lo anterior entra en prisión Bárcenas. Todavía es «presunto», pero es un primer paso.

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