domingo, 2 de junio de 2013

¡No nos toquen las pensiones!


Diario de Pontevedra. 01/06/2013 - J.A. Xesteira
Acaba de reunirse un grupo de expertos para estudiar el sistema de pensiones español, uno de los mejores del mundo, como eran todos los servicios sociales de este país hasta hace poco (sin ánimo de señalar a ninguno de los dos partidos que pasaron por el poder). Los expertos son una especie animal que pueden sobrevivir a cualquier guerra nuclear o a cualquier era glacial, como las cucarachas; está científicamente demostrado. Siempre habrá expertos porque nacen de la nada; son como los críticos, los políticos o los tertulianos; no hay un título universitario para ninguna de esas especialidades, se es experto porque si, igual que se es crítico de arte o de cine porque alguien les deja publicar sus ocurrencias en un medio de comunicación (sé de lo que hablo, fui crítico de cine muchos años y tengo amigos críticos, tertulianos, políticos y expertos). Pero voy, que me pierdo; el asunto es que los expertos se reunieron para analizar las pensiones y dedujeron que perderán poder adquisitivo, conclusión para la que no hace falta ser experto. La vida en general pierde poder adquisitivo; sólo hay que echar la mirada por ahí y ver el panorama. Pero ahora, al sentenciar esos expertos la necesidad de que las pensiones se contengan, pierdan poder y se vayan ridiculizando, el Gobierno, que ya es un mero apéndice de los poderes externos (vía Bruselas) ya tiene un argumento para trabajar sobre ese asunto sin cargo de conciencia. Por encima, Bruselas, que no es una ciudad sino un ente metafísico, una entelequia, acaba de exigir la reforma de las pensiones para, a cambio, ser un poco más permisiva con el déficit español. Para entendernos, hacer más pobres a los pobres a cambio de que los números contables del Gobierno, la macroeconomía, se arreglen con permiso europeo. Todo para mantener el statu quo que permita al Gobierno disponer de dinero para sus ocurrencias (hace tiempo que los gobiernos dejaron de tener ideas, proyectos y programas, solo tienen ocurrencias y apremios obligados por situaciones deplorables que los propios gobiernos crearon y que el Capitalismo general organiza). Cuando hablamos de pensiones sin poder adquisitivo hablamos tanto de los que tienen la suerte de tener una mensualidad de dos mil euros como los que sobreviven con cuatrocientos al mes. Los espejos del vecindario donde podemos vernos los tenemos en Portugal, un país del tamaño de Andalucía, con tres millones de «reformados», que es como llaman a los jubilados; una tercera parte de la masa productiva que tiene pocos motivos para el júbilo de sus «reformas». Portugal atraviesa una situación mucho más difícil; sus grandes fortunas siguen siendo más grandes y la que era clase media hace unos años ahora tiene que acudir a comedores solidarios incluso para los que tienen trabajo. Es el espejo que refleja nuestro futuro si todo sigue igual y no surge una nueva situación que enfrente y dé la cara contra ese estado de cosas europeo, que lo intenta arreglar todo con rebajas en las inversiones (que no gastos) sociales, sanitarios, educativos y de ayuda a los pequeños empresarios que son los que de verdad dan trabajo. Bruselas, esa nebulosa de la que ya tratan de descolgarse cada vez más disidentes de todos los países en forma de partidos anti-Europa (sería un desastre, por otra parte) prefiere obligar a los países a hacer «retalhos», reformas, ajustes; para entendernos, quitar dinero a los de la banda de abajo de la escala social para que los números gordos cuadren. Ahora le va a tocar a las pensiones, que, de momento son las que mantienen a los jubilados y a sus hijos y nietos. Una vez que los hijos emigren y se «movilicen al exterior», como dijo la ministra de la Virgen del Rocío, ya no habrá por qué mantener el poder adquisitivo de los jubilados, que con poca cosa se arreglan. A título de chiste recuerdo la idea de un amigo, que sostenía que él, cuando tenga setenta y muchos años y su pensión sea una miseria, se dedicará a atracar bancos, de mañana temprano: «Si no me cogen, iré viviendo de lo que saque, y si me cogen, me meterán en la cárcel, que es como un geriátrico pero con gente más marchosa, y me tendrá que mantener el Gobierno y le saldré más caro». Bruselas prefiere la vía de hacernos pobres a los pobres y tocarnos una vez más las pensiones (y eso otro que rima), en lugar de hacer de una vez por todas una política seria y, por ejemplo, acabar con los paraísos fiscales de países que forman parte del territorio europeo, como Luxemburgo, Austria, Suiza o Mónaco, que acogen con impunidad el dinero de todos los delitos y de todos los delincuentes del mundo, de todas las mafias, de todos los defraudadores y de todos los contrabandistas. De paso podría atajar de forma fácil el descontrol fiscal de las multinacionales que obtienen beneficios con sus empresas instaladas y operativas en territorio europeo pero que tributan en el País de Nunca Jamás. Podrían, también, controlar el funcionamiento de las agencias calificadoras, en realidad especuladores poco encubiertos de la manipulación de las bolsas, cada vez más vulnerables gracias a las redes de internet. Podrían hacer otras muchas cosas para beneficio de los ciudadanos europeos, pero no lo hacen. Los gobiernos de cada país también podría hacer algo por su cuenta, sin que se lo dicte Bruselas; por ejemplo procesar a algún estafador, ya que hay sentencias que admiten que hay ciudadanos estafados por las preferentes, pero no hay nadie que sea el estafador, como si el que firmó el contrato en el banco se estafara solo. De cualquier forma, la respuesta, como muchas veces, nos la da la Iglesia Católica. El cardenal Rouco Varela acaba de afirmar en su pastoral del Corpus que «la culpa de la crisis la tiene el olvido de Dios» (textual). Con su clásica indefinición, no se sabe si es que Dios nos olvidó o que nosotros olvidamos a Dios. En cualquier caso, en este momento son millones los que sí se acuerdan de Dios, no precisamente en la forma que al cardenal le hubiera gustado, pero se acuerdan.

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