domingo, 9 de junio de 2013

¡Es la estupidez, imbécil!


Diario de Pontevedra. 08/06/2013 - J.A. Xesteira
Por pura casualidad vi el otro día en una cadena de televisión que no era la TVE una conversación, que no debate, dado el sentido perverso que la palabra debate adquirió desde que gritan en las distintas cadenas. La conversación era sosegada, de cuatro personas hablando (¡con conocimiento de causa!) y sin alterarse por las terribles evidencias sobre las que se trataba: la política actual y sus consecuencias nefastas en la vida de las personas. Me recordaba aquellos tiempos en que la televisión nacional era la TVE en blanco y negro y en un programa de debates llamado La Clave veíamos una película magnífica (que no era la repetición en forma de bucle infinito de la misma de policías americanos con pistola en el sobaco) y una conversación constructiva con personas que sabían de lo que hablaban. Me sorprendió gratamente, no sólo por el estilo (creo que lo manejaba ese periodista que provocaba en un programa de Buenafuente y armaba follones) sino porque se decían cosas verdaderamente importantes. Pero, sobre todo, una que me gustó, porque estaba dicha con argumentos y con evidencias: la clase política ha alcanzado un grado de estupidez en sus acciones y en sus palabras como nunca se vio. Lo achacaban a la falta de formación, a muchos niveles, que padecen los políticos y a que su único mérito consiste en ir escalando peldaños en su propio partido, a partir de las juventudes fieles a sus líderes y desde plataformas ya experimentadas. En alguno de estos escritos dije hace tiempo –y lo sigo sosteniendo– que un parlamentario español es un concejal que fue a más. Las comparaciones con los políticos de hace unas décadas no resistiría, y la estupidez se ha enseñoreado de la clase política (aquí hay que hacer la salvedad necesaria y de obligada educación de que pueden poner las excepciones que les parezcan, las hay y no en un sólo partido); como en el tango, este siglo XXI, es, como el XX, un despliegue de maldad insolente, con falta de respeto y atropello a la razón (ver Cambalache, tango del gran Discépolo). Este descenso del nivel dirigente ha provocado ya una desculturización social, una aceptación tácita de que la estupidez es lo que hay y hay que aceptarla sin criterio ni rebelión, igual que el sistema acepta todas las manifestaciones de protesta sin inmutarse ni variar. De la misma manera el idioma español, que tanto dicen defender todos los políticos (muchas veces como arma contra otras lenguas tan legítimas como el castellano) lo han deturpado hasta extremos sólo concebibles dentro de un sistema estúpido. Si hace unos días fue la misma princesa de Asturias la que habló de la utilización torticera de la lengua a cargo de políticos que quieren enmascarar con palabras lo que la realidad les niega en los hechos, ahora mismo la propia estupidez política insiste en ese lenguaje, seguramente porque el grado de depauperación cultural de la sociedad va parejo con el de la prepotencia política. Con todo el desparpajo correspondiente al que se siente parte del poder, el político González Pons afirmaba en Bruselas que ir a buscar trabajo en Europa no es emigrar, abundando en la teoría de su compañera ministra Báñez con lo de la movilidad exterior. Las reacciones son inmediatas en las redes sociales, pero, ¡ay!, ahí no pasan de ser como las manifestaciones callejeras, que se contempla desde el balcón. La estupefacción social ya ha alcanzado un grado de insensibilidad que permite a los políticos decir estupideces sin que pase nada. El grado de incultura ya ha formado a varias generaciones que atravesaron diversos planes educativos en los que la única razón de existir era la competitividad, la cantidad y los datos estadísticos. Ahora tenemos masas de jóvenes parados, emigrados, rebeldes a su manera, pero perdidos ya para la sociedad de ahora mismo. Lo que hace unos años se consideraba importante, la Cultura, se fue estupidizando y transformando en la cultura y el añadido de la Economía. Un libro es bueno si vende miles de ejemplares, las artes valen si se venden, el cine, el gran arte del siglo, se muere por culpa de la Economía, y todo se cuantifica y se valora al peso. Hace unos días la política Esperanza Aguirre, paradigma de los políticos de los que hablo, contestaba a un periodista que a ella la eligieron miles de votantes, lo cual es cierto, pero no la justifica ni la avala (al respecto se recuerda el chiste de las moscas y la caca). A veces, las estupideces de los políticos tropiezan con las de los contrarios e, incluso, con las de los mismos correligionarios. El nivel de uso de la lengua castellana es de nivel bajo, la oratoria no es el fuerte de los que aparecen en pantalla y el tono coloquial que pretenden dar a sus parlamentos es penoso. Así vemos que las estupideces de unos tienen que ser remendadas por otros. Si el gobernador del Banco de España (una entidad que, no olvidemos, respaldó todas las medidas que llevaron a la bancarrota a cajas de ahorros y dio por buenas actuaciones de bancos que ahora están en los tribunales) dice un día que hay que suprimir el salario mínimo (y se calla sobre los sueldos de los consejeros de la Bolsa, doce veces mayor que el de un trabajador) al día siguiente es la ministra Báñez la que tiene que responder que la cosa no es así, pero al día siguiente del siguiente es la presidenta del PP madrileño, la Aguirre de antes, la que, indirectamente, llama hipócrita a su compañera ministra y apoya la ocurrencia de Lindo, el gobernador del banco. Por encima de este absurdo surgen voces con un poco de sentido común, y la OIT recomienda frenar la austeridad y pensar en los ciudadanos antes que en el déficit, para que no se vaya todo a hacer puñetas. La frase de Clinton avalando la economía (¡imbécil!) ya se ha quedado en un mero aval de la estupidez. Las siglas I+D de las que tanto se presumía, se han quedado en E+P (estupidez y prepotencia) y también se presume de ello.

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