sábado, 29 de septiembre de 2012

Los santos ofendidos


Diario de Pontevedra. 29/09/2012 - J.A. Xesteira
La ola de violencia que levanta al mundo islámico contra las embajadas de EEUU en particular y el mundo occidental en general vuelve a traer a la mesa el reiterado tema del estado moderno laico y los estados donde la religión es la ley principal y sus dioses piden el sacrifico de los impíos y blasfemos. Algo tan viejo como la más vieja de las civilizaciones. Los dioses siempre han exigido víctimas, y cuando no las había lo organizaban para que se montara una guerra en su santo nombre. Desde Caín, las mayores matanzas de la Humanidad se organizaron en nombre de algún dios o contra el nombre de algún dios. Desde los púlpitos cristianos se animó a degollar a los habitantes de Jerusalén para rescatar los santos lugares en unas cruzadas que arruinaron Europa; desde las mezquitas, las sinagogas y las iglesias se animó a organizar matanzas contra los enemigos de Alá, Yaveh o Cristo en sucesivas etapas. Y, sin embargo, las tres religiones monoteístas se basan en libros de paz, que predican actitudes de comprensión, perdón y buen rollo. Ahora ha bastado que cuatro majaderos hicieran una película sobre Mahoma, denigrando su figura, para que se monte un pollo global con muertos sin ton ni son. Al parecer acusan a un israelí de ser al autor de la película, como para darla más morbo al asunto. Y se invoca la libertad de expresión para dar respaldo universal al detalle de colgar el trailer en Youtube y que cualquiera pueda cabrearse en su ordenador. La siniestra estupidez (probablemente prevista e intencionada) ya se ha cobrado la vida de un embajador y unos cuantos manifestantes y policías en diversas partes del mundo musulmán, en países donde anteponen la religión al estado. Vemos en los informativos a los manifestantes bramando encolerizados contra cualquier cosa y nos creemos que todos los pakistaníes están que braman en cólera. Aquí convendría apuntar el detalle de que lo que vemos en las televisiones no es más que un detalle puntual de la noticia, el resto del país va a su vida. Aclarado esto volvemos a la cuestión anterior: las religiones son un peligro cuando las interpretan como quieren y como conviene al poder político. El escándalo por la película contra Mahoma recuerda aquel otro de la condena a muerte –“donde quiera que lo encuentren”– contra Shalman Rushdie, por una obra que se vendió gracias a eso como rosquillas. En ambos casos flotaba la libertad de expresión, algo que podemos ver desde el punto de vista occidental, pero que choca con otros conceptos distintos desde el punto de vista oriental. Con la libertad de expresión por delante también en Francia se publican chistes sobre el profeta en la revista Charlie Hebdo. Y también se organiza otro escándalo, muy parecido al que todavía colea de las famosas caricaturas de Mahoma en Dinamarca. La defensa de la libertad de expresión es materia que conviene conjugar con el sentido común. ¿Tengo derecho y libertad para tirarle de los bigotes al tigre? Si, pero el sentido común me dice que mejor no, al menos por ahora; quizás si está disecado o bien atado. Utilizar la libertad de expresión como escudo para provocar una situación de resultados previsibles es tener poco sentido. Las religiones, principalmente las tres monoteístas, tienen sus particularidades y conviene, por lo menos saber que terreno se pisa. Las tres tienen sus libros sagrados, que después reinterpretan los sumos sacerdotes de cada rama como les sale del citopigio. El Cristianismo es la única religión que admite, al menos en la rama católica, profusión de santos, imágenes, pinturas e iconos, de forma exagerada y, a veces, hasta ridícula (la adoración de los fieles católicos por imágenes que sólo son la cara y manos de una muñeca es notoria y, vista sin pasión, hasta fetichista). Sin embargo, la tolerancia en lo que respeta al humor sobre las figuras sagradas es amplia en estos tiempos; en el pasado no muy lejano la blasfemia se pagaba con multas (25 pesetas en los años 50 por “injurias al Creador”, según denuncia a la Guardia Civil) y el cura podía denunciar al réprobo que trabajaba en domingo. Pero los tiempos mejoraron en este sentido. En los años 60 llegó a mis manos un ejemplar de la revista francesa Hara Kiri (llegaba de estrangis, estaba prohibida en España) en cuya portada estaba la caricatura de un Cristo al que el romano le había desclavado una mano y un pie; “le han reducido la pena a la mitad”, comentaba el romano. En la España de aquel momento ese chiste era impensable; ahora no lo sería. En el mundo islámico y el judío no existen imágenes sagradas, todo se reduce a la palabra de dios dibujada en las mezquitas y las sinagogas. Pero en sus libros sagrados no hay ninguna prohibición al respecto y probablemente el mismo Mahoma se hubiera reído de muchas de las bromas que se pueden hacer en su nombre y se escandalizaría de muchas de las barbaridades que también se hacen en su nombre. El profeta fue un líder de su tiempo y organizó una sociedad moderna utilizando el pegamento de la religión, igual que las diferentes religiones surgidas antes y después. La deriva de las civilizaciones llevó a cada cual por diferentes caminos y ahora nos encontramos con que las religiones son el caldo de cultivo donde se cuecen calamidades sociales, intolerancias y regímenes tan autoritarios como feudales, en los que imperan barbaridades legales y castigos medievales. Política y religión son una mezcla altamente peligrosa, que se retroalimentan para dominar a las distintas sociedades, fanatizadas a la vez por el miedo y la ignorancia. Putin acaba de reinventar el estado zarista y se abraza a la iglesia: la KGB es creyente. Sólo la educación y la cultura nos pueden salvar de este binomio perverso. El tiempo tendrá que cambiar los fanatismos y colocar a cada uno de los dos poderes en su sitio. Pero consideremos por ahora que ni todos los musulmanes son esos energúmenos ni todos los occidentales están libres de sus religiones. Todavía juran sus cargos políticos delante de un crucifijo.

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