sábado, 8 de septiembre de 2012

Libros y otras cosas


Diario de Pontevedra. 07/09/2012 - J.A.Xesteira
El otro día compré en Portugal un libro de poemas de Agostinho Neto, editado con gusto y buen precio por una editorial de Vilanova de Cerveira. Para los que no tengan ganas de acudir a la wikipedia debo decir que Agostinho Neto fue el padre de la revolución descolonizadora de Angola; médico con título en Lisboa, encarcelado por la dictadura portuguesa, ejerció la medicina atendiendo a los pobres de su país (que eran casi todos) y fundó el Movimiento para la Liberación de Angola (el famosos MPLA), fue el primer presidente de su país en libertad, y, además, era poeta. Ojeaba el librito en la plaza de Vilanova, cuando me dio por pensar en los otros padres de patrias independientes de África. Me vino inmediatamente a la memoria Patrice Lumumba, periodista, primer ministro del Congo democrático, asesinado por la CIA y la Bélgica católica de Balduino; también era poeta. Y Leopold Sedar Senghor, primer presidente de Senegal, también poeta con obra extensa, traducida en gran parte al español. De una cosa a la otra, concluí que los grandes hombres que descolonizaron e intentaron construir una África distinta y sin amos blancos, eran poetas. Después vinieron otros tiempos, y la avaricia que ampara la rapiña mundial (la crisis que padecemos no es otra cosa) los destruyó poco a poco y convirtió los ideales de aquellos hombres en otra colonización más brutal si cabe, perpetrada por los mismos africanos y patrocinada por los mismos poderes internacionales. Pensaba en la diferencia con el llamado Occidente, civilizado y colonialista, donde lo habitual es que nuestros dirigentes sean abogados, registradores de la propiedad, funcionarios del fisco o, simplemente paracaidistas que pasaban por allí. ¿Alguien puede imaginarse la posibilidad de que un poeta llegue a ser elegido presidente aunque sea de una comunidad autónoma? Pero la cosa no iba de políticos y literatos, sino de libros. Estaba encantado con mi hallazgo de un poeta (del que, por cierto, se puede encontrar en internet la única obra suya publicada en España, “La Lucha continúa”) cuando llegué a la conclusión de que sólo leo libros de gente periférica, de tipos que no están en la corriente principal, de historias que son ajenas a la moda. Si es cierto que cada uno es lo que lee, llegué a la conclusión de que soy poco menos que un proscrito. Repasé mentalmente lo último que pasó por la mesilla de noche y contabilicé una biografía de Buñuel, una novela de Simenón (sin Maigret) otra de Doctorow, una de Katzanzakis, el diario de Darwin en el Beagle, el Pinocho en una edición integra de bellas ilustraciones, el Génesis de Robert Crumb y un libro cómic interesante, “Asterios Polyp” (regalos de mi hijo) y algunas cosas más de escasa actualidad editorial. En mi iPad (si también leo en ese artefacto) tengo algún libro pirateado honradamente en Internet, como por ejemplo “Orfeu da Conceição”, de Vinicius de Moraes, descatalogado en Brasil, pero que pedí “prestado” a la Universidad de São Paulo. Ningún libro escrito por suecos, ningún detective privado ni policía (más falsos todos que un euro de palo), ningún niño inglés con varita mágica (el niño inglés importante era Guillermo Brown, el único anarquista británico), ninguna epopeya guerrera de las tierras medias o de los reinos destronados, y, por supuesto, ningún best seller, novela pseudohistórica ni libro de autoayuda (con la pasta de papel utilizada para imprimir libros de autoayuda se podría reforestar medio Amazonas, un desperdicio inútil). Con este bagaje cultural temo no estar al día y navegar por mares inciertos de la literatura. Pero el caso es que trato de estar al día. Mis comercios preferidos son las librerías y las tiendas de objetos usados, los chambos; en las primeras reviso, hojeo y me pongo al tanto de la actualidad editorial; entro y sorteo esos montones de libros que son novedad y que parecen la oferta de detergente del súper; suelo salir con alguna edición de bolsillo (siempre que la letra tenga un cuerpo legible) o alguna curiosidad que me llame la atención. En los rastros “fuchico” (que es verbo que deberíamos exportar) en busca de joyas en forma de libro o disco de vinilo. Y a veces encuentro esas joyas, como el buscador de oro que descubre la pepita en el fondo de la palangana. Los rastros son el barómetro de lo fugaz de la fama literaria; ahí van a parar docena de libros que brillaron un instante como gran novedad, algunos, incluso, con la dedicatoria al amigo íntimo con todo el cariño del autor; ahí recalan a precios de rastro los suecos de trilogía, los niños magos y, sobre todo, esos libros que los profesores imponen como lectura obligatoria. Entre todo eso es posible de vez en cuando encontrar la pieza que nos interesa, el ejemplar editado con gusto, aquella novela que leímos de niños en la colección Historias o esa edición de Dos Passos de la vieja editorial Planeta. El libro está (también) en crisis, desde hace mucho tiempo, que recuerde, y a su alrededor se oyen lamentos que vaticinan las negras tormentas que agitan los aires, en forma de IVA, en forma de formato digital, en descenso de ventas y muchas otras cosas que son más bien objeto de congreso que de artículo periodístico. Pero cuando entro en una librería siempre veo montañas de libros; se editan al año miles de novedades, lo cual nos lleva a la conclusión de que escribir es fácil, porque se supone que por cada libro editado debe haber unos cuantos más escritos que nunca saldrán del cajón. De lo que deduzco que la crisis debe ser más bien comercial, porque material hay como para una muralla china de libros. Puede que le suceda lo mismo que a los discos, que mueren mientras circula por el mundo más música que nunca. Una cuestión comercial. También debe estar pasando que la literatura se nutre de los tiempos en que vive y, por deducción lógica, le corresponden las horas bajas. Hay que esperar a la remontada y a otra edad de oro, o de bronce. Mientras tanto leo con efecto retroactivo y por fuera de lo que se lleva ahora mismo. Como los poetas africanos.

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