sábado, 1 de septiembre de 2012

Por amor al arte


Diario de Pontevedra. 01/09/2012 - J.A. Xesteira
La noticia más importante de España de cara al exterior fue estos días el “arreglo” que una anciana del pueblo de Borja realizó con buenas intenciones y unos tubos de óleo del Ecce Homo de la iglesia parroquial. La repercusión fue enorme, lo cual demuestra muchas cosas. Entre ellas, una: que la percepción que tenemos de nuestro país no coincide con la que tienen desde fuera (basta viajar un poco y poner la televisión del hotel para ver lo que aparece de eso que llamamos España); y otra: que lo que se llama arte es algo tan relativo que depende de cuestiones muchas veces demasiado subjetivas como para hacerlas universales. El patrimonio de la iglesia católica, rico y artístico, sale a las primeras páginas de estos días gracias a dos noticias que debieron hacerse partir de risa en sus tumbas a Berlanga y Azcona: el Ecce Homo de Borja y el Calixtino de Compostela. Ambos fueron sometidos a la pública exposición de miles de personas que pasaron por delante de las obras de arte con dos fines exclusivos: ver una noticia de prensa en carne viva y fotografiarse a su lado. El aumento desproporcionado de publico asistente a las más variadas muestras artísticas de los museos es un fenómeno reciente; basta anunciar una antológica de Lucas Cranach el Viejo (o el Joven), pongamos por caso, para que se formen colas interminables a la puerta del museo. ¿Será que de repente la masa ciudadana se culturizó hasta el punto de que su devoción por los grandes artistas les hace emprender el camino hasta sus cuadros, cueste lo que cueste? Lo dudo. El fenómeno debe tener otras explicaciones, seguramente más fáciles y que usted mismo puede deducir. La contemplación del Códice Calixtino está obligada por haber sido “el libro robado”. De no haber sido así no pasaría de un mamotreto curiosamente pintado. La “restauración” del Ecce Homo a cargo de la vecina de al lado tiene otra miga. Para empezar, los miles de turistas que pasaron por la iglesia, pueden fotografiarse delante del cuadro, lo cual cumple con el objetivo principal de todo turista con un artefacto fotográfico en la mano. Está demostrado que la mayoría de los que visitan las Pirámides, la catedral de Santiago o la torre de Pisa lo hacen con el exclusivo fin de fotografiarse al lado; cada vez son más las personas que ven las grandes obras de arte mundial a través de su telefonillo, de su iPad o de cualquier cachivache fotográfico. Si en el museo del Prado dejaran hace fotos, las majas de Goya desaparecerían en un año, fulminadas por los flashes de todos los que posaron a su lado (Vanesa y la Maja Desnuda –Vanesa es la de la derecha–) El Ecce Homo tiene además el componente artístico. El ayuntamiento se movilizó ya para restaurar la pintura original y estudiaba demandar a la vecina pintora; el cura se hace el sueco y silba mirando al cielo; la pobre mujer se encerró en su casa abochornada por las hordas de turistas que quieren hacerse una foto a su lado. Y nace la polémica (somos un país que ya no habla, polemiza) sobre si vale la pena restaurarlo, dejarlo como está o sacarlo en procesión. Por partes; para empezar, la obra original no pasaba de ser un cromo que alguien pintó en dos días; muy respetable, pero de nulo nivel artístico; la octogenaria vecina lo convirtió en un despropósito que está siendo el hazmerreír de la concurrencia. Pero, llegados a este punto hay que ponerse serios. Hemos visto cosas peores en museos de arte contemporáneo, le llamaban intervenciones o customizaciones o cualquier otra palabra inventada ex profeso para la ocasión. Ese Ecce Homo, si lo llevamos a uno de tantos museos conceptuales construidos gracias a los miles de millones de que dispuso un político cualquiera, no causaría extrañeza. Cosas peores se han visto. La diferencia está en saber vender la moto. Tomemos el ejemplo de Andy Warhol, un tipo habilidoso que pasó a la historia de la cultura como un artista plástico, cineasta y literato; en realidad era un hábil vendedor de burros ciegos, un embaucador que hizo del mamoneo una de las bellas artes. Sus famosos cuadros no eran más que fotocopias (que ni siquiera hacía él) coloreadas con una caja de rotuladores Carioca; sus películas (que tampoco realizaba él) eran una estupidez aburridísima; y su obra literaria es una tomadura de pelo. Pero, y ahí está la clave, supo vender todo eso como si fuera lo más de lo más; se vendió a si mismo con esa marca registrada que consistía en colocarse en la cabeza una peluca vieja de una muñeca Nancy. Desde Warhol son innumerables los artistas que se colaron por la puerta que abrió él y que se pueden resumir en la idea de que “no importa lo que hagas, lo que importa es como lo vendas”. El problema consiste en tener la capacidad de desbrozar la selva artística, ser capaces de distinguir a los artistas que de verdad luchan a brazo partido con su obra, ya sea un dibujo a lápiz o una instalación gigantesca, de los que aprovechan el espacio que los artistas de verdad ocupan para vender un falso producto al encargado de turno de la cultura oficial y pública. Si la vecina de Borja supiera vender su Ecce Homo, podría acabar en el Moma. Pero ella lo hizo por amor al arte. No pidió dinero ni fama, que son los resortes que mueven la cultura de ahora mismo. Le sucede algo parecido a los políticos que padecemos. Nos han vendido la necesidad de votarlos de la misma manera que a los turistas los llevan de museo en catedral, sin una necesidad aparente. Por eso tienen razón los políticos que dicen que las pasan canutas con 5.100 euros al mes; o la ministra que pone de ejemplo a una familia que gane 8.000 euros al mes, o la ministra Cospedal (sueldo de 100.000 euros anuales) que afirma que los políticos “no lo hacen por su salario”. Es cierto, lo hacen por amor al arte. El dinero y la fama no cuentan.

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