lunes, 26 de marzo de 2018

La semana programada

J.A.Xesteira
Dicen los expertos de la Dirección General de Tráfico que esta semana de vacaciones, conocida popularmente como semana santa, incluso por aquellos que no creen en los santos, quince millones de coches, con sus correspndientes personas dentro anduvieron moviéndose por todo el país, de un lado para otro. En Galicia el cálculo estimado fue de un millón y medio de desplazamientos. A poco que uno sepa de echar cuentas, los resultados son abrumadores, un mogollón de millones de personas, sin contar perros y gatos –ahora llamados mascotas, como la cabra de la Legión– anduvieron moviéndose de norte a sur y de oeste a este, de la ciudad a la playa o a la casa rural, huyendo de la rutina y buscando el monumento, la diferencia, lo distinto. A toda esa millonada de gente moviendo coches hay que añadir los que viajaron en tren, autobús o en avión (estos últimos con destinos extranjeros, en uno de esos viajes-oferta de semana santa). Los datos de la DGT suelen ser fiables, porque la DGT es un organismo que vive prácticamente para dos cosas: las estadísticas y las multas. Las primeras suelen usarlas para meter miedo, como por ejemplo, los muertos de la semana que acaba y que darán a conocer la semana que viene, y que nos dirán si fueron más o menos que el año pasado, como si eso importase; las cifras de muertos y heridos y de la cantidad de chalados que se hacen selfies mientras conducen a 200 por hora con el dedo en la nariz sirven para la segunda utilidad de la dirección general, que es la de meter multas. Las estadísticas avalan –es un decir– un supuesto interés por nuestra seguridad, y por tanto nos obligan a una serie de cosas por ley: poner el cinturón (porque de cada diez muertos en accidente de coche, cuatro no lo llevaban puesto, los otros seis, si, y también se murieron; estadísticamente mueren menos sin cinturón que con cinturón, y eso no quiere decir nada), o llevar a los niños en una silla amarrada (un gran negocio, porque cada niño sale por tres sillas, una por los padres y otras dos por los abuelos) y cosas por el estilo. Para evitar accidentes y desgracias, se crean más radares y cámaras sofisticadas que convierten las carreteras en el objetivo orwelliano del ojo del Gran Hermano. No previenen ni reducen accidentes, simplemente sirven para multar en cantidad. Los accidentes van en aumento porque la cantidad de personal con coche va en aumento, y por tanto, estadísticamente, habrá más accidentes. En cuanto a los coches sin conductor, no van a reducir los accidentes, simplemente los harán de forma distinta.
Toda esa rueda viva de millones de personas dando vueltas por ahí tiene un fin principal: salir de casa, seguramente para encontrarnos con nuestros vecinos o con miles de nómadas de semana haciéndole fotos a una iglesia románica que, reconozcámoslo, les importa muy poco, es simplemente por justificar el desplazamiento. O hacerle la foto a una procesión, muy parecida a la de nuestro pueblo, con las mismas imágenes de cristos torturados y madres dolorosas con puñales clavados en el corazón. Las procesiones son todas muy parecidas, las mismas velas y el mismo personal acompañando. No tiene nada que ver con sentimientos religiosos, generalmente acompañan gentes que en el resto del año ni pisan  una iglesia, Es un espectáculo ancestral, una representación religiosa teatral que viene de un tiempo en el que la Iglesia Católica enseñaba con imágenes de escayola a los analfabetos creyentes lo que había pasado en la semana de la Pasión. De aquello quedó ese evento turístico-religioso para atraer más visitantes al pueblo. En Galicia ya se están equiparando a las procesiones andaluzas en porte y modelo, con vistas a solicitar el título de interés turístico. Falta poco para que aparezcan las primeras saetas en gallego y ya tendremos una denominación de origen y una fiesta más protegida.
Pero vamos a lo otro. Al personal en movimiento. Después del cálculo de la DGT se me ocurre que todo ese mundo en caravana va a estar constantemente haciendo fotos y mandándolas por los habituales sistemas socio-digitales. Es uno de los principales objetivos del viajero circunstancial: declarar mediante el móvil donde está y lo bien que lo está pasando comiendo y bebiendo. De lo contrario, no saldría de casa, con los niños dando la vara  en el coche preguntando a los dos kilómetros si falta mucho para llegar. Cada zona geográfica tiene destino marcado en el éxodo semanario; los de Madrid tienen querencia por el Levante español, de la misma manrera que, en tiempos, todo el sur de Galicia acababa en el Algarve portugués. Ahora vienen de todas partes a hacer fotos con el móvil a la fachada del Obradoiro y a la Costa da Morte, y a comer pulpo, que parece ser otro de los objetivos finales del viaje.
Pero todos, y esa es la gran diferencia con el pasado, la gran señal del avance de los tiempos y de la tecnología al punto, nos trasladamos de forma programada. Acabaron aquellos tiempos en los que el nómada familiar salía al espacio exterior sin hotel reservado, sin ruta fijada y sin mucha seguridad en el viaje. Ahora, gracias y por culpa de nuestra conexión a internet, tenemos ya programado, contratado y reservado hasta el más mínimo detalle, no sólo el hotel y el restaurante sino también la entrada a la catedral, al museo o al parque temático. Pagado por adelantado. Tenemos la ruta marcada, el viaje se transforma así en un  desplazamiento programado, sin sorpresas. Parece como si, incluso, estuvieran programadas las muertes que contabilizará la DGT a la vuelta de las vacaciones.
Lo malo es que, después de esta desconexión semanal todo vuelve a ser lo mismo, la misma programación, la rutina habitual, los mismos falsos problemas políticos con los que nos calientan la cabeza, los mismos verdaderos problemas particulares con los que tendremos que enfrentarnos y que, eso si, no están en el programa, solo en las amenazas con las que la vida de siempre nos espera a la vuelta de este pequeño respiro.

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