viernes, 6 de abril de 2018

Auténticas falsificaciones

J.A.Xesteira
Hace unos años, en un viaje por Turquía, paraiso de los vendedores del mundo, encontré un tenducho en el que anunciaban en perfecto español (se conoce que sabían con que turistas trabajaban) que rezaba: “Auténticos relojes falsos”. No había engaño; nunca lo hay, sabemos lo que es falso y lo que no lo es, aunque sobre eso dudaré un poco más adelante. ¿Quién de nosotros  no ha comprado productos falsificados, especialmente prendas de vestir? Si echo un vistazo a mi alrededor (usted puede hacer lo mismo) encontraré cuatro o cinco objetos o ropa, “falsificados”. Lo sabemos y no nos importa en general. Durante años, el conocido mercado de La Piedra en Vigo vivió en esa frontera fina del estraperlo consentido, y muchas ferias y mercados ofrecen productos tirados de precio con marca de gran diseño. Para mí siempre fue un misterio ver en la feria de Vilanova de Cerveira a los españoles (no sólo gallegos) comprar prendas pseudonáuticas con un logotipo de un tiburón, en los puestos de esas personas serias que visten todas de negro riguroso; el contraste está en ver en Vigo como esas mismas prendas del tiburón son codiciadas en los grandes almacenes por ciudadanos portugueses; la diferencia de precio es  significativa, la calidad, no lo diría tanto. Se me objetará que las primeras son falsas y las segundas no, pero tampoco ese aspecto lo tengo demasiado claro. En la misma feria de Cerveira compré hace años una camisa del Emporio Armani de una calidad evidente y a un precio de feria; como a mí la estirpe de las camisas me importa poco, me la llevé; al llegar a casa me encontré con que aquella camisa, probablemente fabricada en Guimaraes (ciudad muy textil) tenía en el bolsillo una etiqueta numerada, escrita en italiano, que garantizaba que había sido fabricada en Milán.
Recordaba las historias del mundo de las falsificaciones cuando, hace unos días, a raíz de la muerte de un mantero en Madrid, que levantó el revuelo propio del momento, que aprovecha cualquiera muerte para montar un debate político, surgieron voces que pedían la legalización de la venta ambulante de productos falsificados. Las voces de horror comercial y la invocación a la ley imperante de la oferta y la demanda (todas las leyes tienen ese último fin, negociar oferta con demanda) no esperaron un segundo. ¿Cómo se va a consentir vender productos falsificados, que son ilegales y no pagan impuestos, cosas de negros de la calle, que hacen la competencia al comercio legal y auténtico? Vamos por partes comenzando por el final; la competencia al comercio legal que un senegalés que vende paraguas en cuanto llueven cuatro gotas, o fulares de Moschino con bolsos de Vuitton es nula; las personas que compran el falso Versace no comprarán en su vida el auténtico Versace, y, por lo menos, se hace la ilusión. Los productos son ilegales, pero ¿son legales los productos que se venden en los comercios caros? Se me dirá que pagan impuestos, y ahí entramos en el fondo de la cuestión. Es el dinero no recaudado lo que hace a una prenda legal o ilegal.
La ropa y los cachivaches electrónicos, que son lo que más se mueve entre esos dos mundos, se fabrican posiblemente en el mismo sitio, tanto los falsos como los auténticos. Tomemos el ejemplo de los pantalones vaqueros, que comprábamos de contrabando hace años; es la vestimenta icono de los USA, inventada por un judío con loneta de ultramar. Una prenda triunfadora que, al poco tiempo se fabricaba en México, donde las maquiladoras eran más baratas; hoy las grandes multinacinales han ido buscando maquiladoras más y más baratas, de las mexicanas a las chinas, las indonesias, las vietnamitas, las bengalíes, sin olvidarnos de los viejos talleres clandestinos gallegos, que fueron mano de obra barata para grandes marcas que cotizan en el Ibex.
Los productos no se distinguen los falsos de los auténticos. Pero unos pagan sus impuestos y otros no. Y eso tampoco es exacto. Los pequeños vendedores de falsificaciones obtienen un pequeño beneficio con un pequeño fraude; pero las prendas que venden, similares a las auténticas proporcionan a los fabricantes grandes beneficios para los grandes vendedores, que pagan sus impuestos siempre y cuando no los puedan camuflar con ingeniería fiscal o una sicav adecuada. Y ni siquiera ese argumento legal es válido en este momento; las grandes empresas como Amazon o Facebook ya ni siquiera pagan impuestos. Y tampoco los legales, que protestan porque los ilegales no pagan; las grandes corporcaciones producen y venden cualquier cosa, equiparable a lo que venden los manteros, pero que compensan la legalidad del proceso con el régimen (legal) de trabajo de las personas que crean el producto; la precariedad (legal) de los trabajadores, el régimen (legal) de semiesclavitud sin derechos, genera el gran beneficio a las grandes corporaciones, da igual lo que vendan, lo importante es que les cueste a ellos el mínimo posible; el producto es igual que el de la manta, lo que cambia es el comercio, y ni siquiera, como acabamos de ver en recientes protestas de empleados de grandes marcas, tienen condiciones laborales decentes.
Vivimos en tiempos falsos, tiempo de simulaciones, los “fake” que apasrecen como noticia en todos los periódicos y que habría que llamar más correctamente engañifa, no son más que el reflejo consecuente de la vida misma. Ni la sociedad es auténtica ni los productos de esa sociedad son auténticos. El político, que es un ser que nace como una agregación de un partido, en el que cae por casualidad o por interés propio (no me estoy refiriendo a ninguno en concreto, es nada más que una observación general comprobable por cualquiera), y que va escalando hacia arriba en ese partido a base de lamer el culo al de arriba y pisarle la cabeza al de abajo, aunque en la foto salgan todos juntos, sonrientes y encantados de tener un ideario auténtico y triunfador. Ni siquiera el morboso affaire de la Cifuentes (por menos dimitieron ministros en Alemania) es impropio de esta sociedad, no es más que un máster de manteros, una falsificación pagada como auténtica, pero fabricada en Singapur.

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