viernes, 29 de diciembre de 2017

Resuma y sigue

J.A.Xesteira
Hay una norma de obligado cumplimiento periodístico que dice que al llegar a estas fechas hay que hacer balance del año. Es un ejercicio de tipo rutinario tradicional, porque siempre suele repetir viejos clichés; la vida, de cualquier forma, no es más que la repetición de viejos clichés, que disfrazamos a veces para pensar que somos más modernos que los antepasados. En realidad somos lo mismo pero con más cachivaches a nuestra disposición. En el momento del resumen del año que publican los Medios estos días, se hace un repaso más o menos estadístico, sin ningún tipo de análisis, porque no están estas fechas para eso, y se cierra con la esperanza de que 2018 sea  mejor que éste. No lo será, pero dentro de un año ya no nos acordaremos de lo que deseábamos y volveremos a dar otra vuelta a la tuerca del tornillo sin fin del milenio.
A lo largo de estos días pasados fueron llegando los datos estadísticos del año, y uno de ellos ya nos dice que hubo más muertos en accidentes de circulación que el año pasado. Es lo normal, pero desde hace unos años, quizás por esa afición cuantificadora que tanto gusta a los políticos (si los datos son buenos, presumen, si son malos, buscan la manera de explicarlos para sacudirse responsabilidades) siempre están dando la matraca con que los controles de borrachos-drogotas y las campañas de impacto en las discotecas han ayudado a concienciar al personal de que conducir como locos es malo. Ya lo sabe todo el mundo, pero las cifras de muertos y parapléjicos irá en aumento, por una lógica elemental: cada vez hay más coches en la carretera (es otro dato, el de la venta de coches, que se aporta como síntoma de economía boyante) y, por lo tanto, hay más candidatos a estrellarse. Las políticas preventivas de accidentes de tráfico no sirven para nada, como las políticas similares en cuestiones de violencia de género (o violencia, en general) que consisten en pacto, un minuto de silencio y un protocolo rutinario para acosadores y víctimas. Como las políticas sociales de protección a los desfavorecidos, a los discapacitados, a la inmigración, a los trabajadores en riesgo de miseria… Políticas para firmar y salir en la foto. Los resultados del año no engañan: unas políticas inservibles de los gobiernos incapaces en una sociedad apapaostiada.
Por encima de la listas de famosos muertos y catástrofes más o menos naturales, la sequía y otros lugares comunes que componen el almanaque del año que pasa, el gran tema de los Medios de Masas fue la gran cortina de humo del Asunto Catalán, que hizo que las masas, a traves de los medios, aprendieran palabras nuevas, como soberanismo, constitucionalistas, separatistas, y que esas masas consumieran en modo masivo (no podía ser de otra manera) candidades de banderas de los chinos, en un alarde entre futbolístico y carnavalesco que recordaba las grandes batallas entre aldeas. Esa gran cortina de humo que disimuló carencias y defectos de los gobiernos aparentemente enfrentados, el de Madrid y el de Barcelona (los periféricos quedamos a-velas-vir) consiguió el prodigio de enfrentar a dos bloques de derechas (incluida Esquerra Republicana de Catalunya, que es de esquerras nominalmente y nada más) y que todos ya sabemos como acabó en esta primera temporada de la serie Juego de Tronos en la versión madrileña, Joc de Trons, en la catalana: con la derrota  total de la izquierda real y un abanico de derechas peleándose en un laberinto técnico-judicial. Pero esa ficción, ese juego de nintendos políticos camufló oportunamente los grandes problemas de la sociedad que llaman España y las partes contratantes de la primera parte de España: el paro creciente y cada vez más disimulado (último dato del año, el 90 por ciento de los contratos de menores de 30 años de este país es de carácter temporal, con lo que sabemos que significa el concepto “temporal” en este país: sueldos a mitad del salario mínimo y horas no controladas); corrupción perdida entre vericuetos legales de jueces y fiscales de quita y pon (la desconfianza de las Masas crece con respecto a la Justicia); y privatizaciones del bien público enmascaradas delante de una sociedad entretenida con sus pantallas de plasma o de mano.
El colofón al resumen anual lo da el rey en la tele, siguiendo una tradición que inaugró el “Caudillo”, con su mensaje navideño (en el que siempre recordaremos aquella frase repetida de que “Gibraltar caerá como una pera madura”) y que continuó Juan Carlos I. Felipe VI, en su particular monólogo televisado, optó por una versión (suponemos que asesorada por sus escribas) amable y optimista, ante la confusión reinante. Nos aseguró que "España es hoy una democracia madura, donde cualquier ciudadano puede pensar, defender y contrastar sus opiniones pero no imponer las ideas propias frente a los derechos de los demás”. Como frase le pasa como aquel barco de Gila (mejor monologuista que Felipe), que, de color, bien, pero no flota. Los ciudadanos somos libres de pensar lo que nos parezca, pero usar y exponer nuestras opiniones y, sobre todo, que se tengan en cuenta, ya es otra canción. Afirma el rey que hemos construido juntos una democracia, y creo, si mal no recuerdo, que él no la construyó, se la dieron construida, y le llegó con su puesto de trabajo, heredado de su padre, heredado de “el Caudillo”. El discurso del rey resume el año y resume al país, unos cuantos buenos deseos protocolarios pero sin ganas, una especie de vamos-a-llevarnos-bien-o-habrá-hondonadas-de-hostias. El rey no engancha, pero la ciudadanía, tampoco; la diferencia está en que el rey necesita a la ciudadanía para ser rey, pero la ciudadanía no necesita al rey para ser ciudadanos. En su discurso de navidad hay una intención de querer quedar bien con todos, como aquella canción de Giorgio Gaber (consultar Youtube) “El Conformista”, el hombre nuevo que simpatiza con todas las ideas y con todos los partidos. Si el rey emérito puede pasar a la Historia como El Campechano, a lo peor su hjo puede pasar como El Prescindible.

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