viernes, 8 de diciembre de 2017

Niebla púrpura

J.A.Xesteira
Dice la Real Academia que el politico es el “que interviene en las cosas del gobierno y negocios del Estado” (quinta acepción), y que la política “es el arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados” (séptima acepción). Muchas veces, más de las necesarias, los de la quinta acepción intervienen en las cosas del gobierno y negocios del Estado de forma chapucera y chambona y convierten a la séptima acepción en un desbarajuste que acaba en un desgobierno de los Estados que, a la postre, tenemos que pagar entre todos. Y para ejemplos cercanos y evidentes, como diría Manquiña en “Airbag”, “a las pruebas me repito”. Sucede después que los de la quinta acepción se explican y nos explican las causas de los desbarajustes, que siempre atribuyen a situaciones externas, unas veces naturales y otras de los elementos de la oposición política; siempre nos cuentan que las circunstancias provocaron tal o cual situación, que ellos no tienen la culpa y que lo van a arreglar en el futuro inmediato. Cuando esto sucede se olvidan de dos cosas; la primera, que, como dice el refrán popular, “al pájaro se le conoce por la cagada” y, además, que los ciudadanos no les creemos, sabemos que mienten y su cara les delata. Pero ellos exponen sus argumentos disfrazados y sus asesores les aconsejan usar determinadas palabras para que todo cuadre. Ejemplo: las cifras del paro nunca son malas, aunque suba en noviembre, siempre será mejor que el índice del año pasado; nunca explican la verdad, sino la realidad maquillada, que es una mentira siempre (las cifras del paro nunca dicen en qué trabajan y cómo trabajan los que trabajan, y, sobre todo, cuanto cobran; todo eso corresponde a la nebulosa que esconde la mentira política).
Siempre hay un gran tema que tapa las realidades, como una niebla púrpura; la de ahora se llama elecciones catalanas, que esconden problemas grandes disfrazados de desastres naturales o temas en vías de solución inmediata. Por ejemplo, dos grandes temas, la sequía y las pensiones; dos cuestiones políticas al borde del gran desastre, dos temas similares, aunque parezcan ajenos a la empresa. Los dos son consecuencia de una mala gestión, pero en la sequía se le echa la  culpa a la ausencia de lluvia y en las pensiones, simplemente no pasa nada, como en la canción de la señora baronesa.
La gestión del agua siempre ha sido nefesta, sin paliativos, y en ello tienen tanta culpa los gestores políticos como los gestores de cada grifo. Hemos vivido como si el agua fuera eterna e inagotable. Pero en –pongamos– los últimos cincuenta años hemos pasado de administrar un caudal de agua en una sociedad mayoritariamente rural, con una población determinada, a administrar el agua de una población multiplicada por mucho, eminentemente urbana; incluso el campo se gestiona de forma industrial. Y la industria y el aumento de población y la ausencia de una planificación y gestión con visión de futuro (no voy a insistir en la necesidad de invertir en investigación y control del cambio climático, cosa que ya están haciendo los portugueses, porque sería inútil intentar casar política española y ciencia del ambiente). El agua y su gestión vivían en un equilibrio cada vez más inestable; las voces que advertían de la posibilidad de una catástrofe ecológica fueron muchas a lo largo de los años, pero seguimos viviendo como si eso no fuera con nosotros, y bastó una sequía como nadie recuerda, que tiene mucho que ver con ese cambio climático, que España, pese a firmar acuerdos, no contempla como un peligro real, para que todo se desplome, los pantanos se sequen y se produzca una desbandada en la que los políticos se limitan (por la parte gallega) a inventos con presupuestos para discutir y pelear. No hay una solución efectiva, no se puede inventar agua al momento y, aunque se hable de ir robando agua por ahí de un río a otro, la cosa, a poco que se discurra, no será factible hasta dentro de muchos meses. Hubo un tiempo en que los campesinos gobernaban las aguas de manera eficiente; ahora, en tiempos del campo-industria, sólo les queda pedir agua a la Virgen de la Cueva. En lugar de planificar el agua del futuro, nos preocupamos o, mejor dicho, se preocupan de las elecciones catalanas, la niebla púrpura que deslumbra a los políticos del momento, una mezcla constitucional de vanidad y pasotismo.
La misma niebla oculta un dato alarmante desde hace tanto como la escasez de agua: el nivel de los embalses de las pensiones. Si el actual presidente del Gobierno llegó a la Moncloa con la hucha de las pensiones en cerca de 67.000 millones, la de este mes se quedó en 8.000, es decir, el actual gobierno ha dejado el embalse con un 90 por ciento menos, como los grifos. Ya se están pagando con créditos y fondos de reserva, que es como repartir el agua con cisternas y ducharse con gaseosa. Hasta que no se gestionen con vistas al futuro, como el agua, no habrá recuperación; el problema está en que las pensiones –hasta ahora– se alimentaban de las cotizaciones de los trabajadores afiliados a la Seguridad Social, pero en un país de despilfarros en rescates bancarios (¿cuando devuelven el pufo los bancos, actualmente con beneficios crecientes?) y construcciones públicas inútiles, más diferentes corrupciones, prebendas a la Iglesia, trapicheos con las grandes corporaciones y demás, los que de verdad aportan a la hucha son los trabajadores, con paro creciente, descenso de la afiliación y cotización, y ocupaciones precarias, de escaso sueldo y fraudes obligados en el empleo (contratos por horas más unas extras fantasmas que no cotizan). En lugar de ir pensando en buscar otras fuentes de aportación a las pensiones (un derecho y un pacto entre el contribuyente y el Estado, no lo olvidemos, no con el gobierno de turno) es más fácil asegurar que no pasa nada y que todo va bien, mientras vemos el espectáculo de la niebla púrpura de Jimi Hendrix: “Niebla púrpura en mi cerebro, las cosas ya no parecen lo mismo, actúo de forma extraña y no sé por qué”.

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