sábado, 8 de abril de 2017

Viviendo en el futuro

J.A.Xesteira
Llegó demasiado rápido el futuro. Incluso para los más jóvenes, los que no hace tanto celebraban la llegada del CD como un gran avance en la difusión musical, los incipientes ordenadores como la repera y las carreras universitarias como un carnet de acceso al mundo. Les llegó el futuro demasiado rápido, con los CD ya obsolteos, los ordenadores dirigiendo sus vidas desde el movil y las carreras universitarias como billete de doble vía: la emigración académica o la lista del paro. El futuro, para mi generación de jubilados con poco júbilo no era esto. Ni siquiera estaba en este tiempo. Metámonos en la máquina del tiempo enciclopédica. Siglo pasado, claro está. Allá por los años 50 –finales– y 60 –principios–, una canción cantada por el argentino Billy Cafaro, “Marcianita” (años después se convirtió en  canción de culto kistch, incluida una versión antológica de Caetano Veloso) contaba que el cantante esperaba que llegaran lo marcianos y ser feliz con una marcianita y esperaba que eso fuera en ¡el año 70!. Un futuro casi del día siguiente. George Orwell había dibujado muchos años antes otro futuro, un futuro apocalíptico y deprimente, con un control visual del ojo del Big Brother que todo lo ve. La profecía de Orwell era más apropiada y todavía hoy es objeto de análisis, de aciertos y desaciertos. Ese futuro orwelliano, desgraciadamente tan premonitorio, estaba situado en 1984. Si Cafaro quería casarse con una marcianita con un plazo de diez años de futuro, Orwell, sin embargo, ponía un plazo de 35 años para que sus profecías se cumplieran. El cantante establecía un deseo liviano de enamorarse de una chica, el escritor planteaba su distopía como el advenimiento incuestionable de una sociedad indeseada que, en muchos aspectos fue lo que nos llegó y en la que vivimos. El caso de las distopías es que se preconizan para un futuro real, en el mundo que vivimos, mientras que las utopías suceden en un pais multicolor de abeja Maya o de Thomas More. Las primeras son apocalipsis, las segundas ciencia ficción.
Años después, otra película de apocalipsis, “Cuando el destino nos alcance”, nos retrataba un futuro en el que la masa humana era demasiado grande para los recursos alimenticios y Charlton Heston, que ya había sido el último hombre vivo en Nueva York, descubría que el alimento del futuro era el canibalismo reciclado, las galletas verdes hechas con el excedente humano. La película, del año 73, estaba basada en una novela (“¡Hagan sitio!”) del año 66, y la desgracia universal tenía lugar en 2022, a la vuelta de cinco años.
Unos años antes, en 1968, Stanley Kubrick nos regalaba otro futuro, filmado en gran formato y convertido directamente en filme de culto. Cuando la vi de estreno en Madrid, en las mejores condiciones para verla, el impacto cinematográfico era tan grande como el desconcierto del espectador: un monolito, un “cerebro electrónico” –Hal 9000–, unos astronautas viajando hacia el infinito. Todavía hoy no ha sido superada ni técnica ni narrativamente aquella Odisea del Espacio. Kubrick situaba el monolito misterioso en el 2001. Hace unos días hablaba en un instituto de esa película “futurista” y resultó que todos los alumnos habían nacido después de la odisea kubrickiana. Es decir, el futuro ya era pasado, los “cerebros electrónicos” son un aparato diminuto comparado con HAL 9000, y los astronautas todavía no pasaron de la Luna en  sus aventuras espaciales.
Cuando tratamos de inventar la Historia que va a venir sabemos que todo lo que se nos ocurra es pura invención; si tratamos de avanzar las posibilidades futuras partiendo de los conocimiebntos del pasado y su posible trayectoria, nunca acertamos. La Historia avanza a golpes de revolución, con sangre y dolor, generalmente dirigida por personas peligrosas que invocan a la patria o al dios de turno. Los hitos revolucionarios, la Revolución Francesa o la Rusa, acabaron una en un imperio y otra en burocracia siniestra y policial. La única revolución popular española, la llamada Guerra de Independencia, echó a un rey francés –José I–, moderno y enciclopédico, pese a todo, por un rey también francés –Fernando VII– totalitario e imbecil. Las revoluciones actuales, Cuba o China están latentes, una convertida en realismo mágico caribeño y otra en el Big Bang del capitalismo teledirigido. Ya no hay sitio para más revoluciones y ni siquiera hay distopías futuristas interesantes. El gran poder de las comunicaciones y la infinita reproducción de los mensajes, ciertos o falsos, ha convertido a los inicios del Siglo XXI en un enorme mercado disfrazado de posibilidades políticas que no van a ninguna parte. El Capitalismo Corporativo Universal crea pequeños focos de tensión, ahora mismo en el mundo árabe, donde los señores totalitarios dominan a las masas empobrecidas y desesperadas que, como todo el mundo, sólo quieren vivir tranquilos, y en esa combinación de dios, capitalismo, emiratos fascistas e integristas, apoyados por potencias occidentales, nos instalamos en este futuro no previsto. Europa, que acaba de celebrar un mucho aniversario de su fundación, realmente no tiene nada que celebrar, a no ser que la duración y la supervivencia sean motivos para hacer fiestas. Europa, vista desde el pasado, no es lo que se pretendía, como aquellas películas de anticipación, que nunca acertaban con el futuro, ni siquiera tiene el humor de la “Marcianita” (que pedía el cantor que le daba lo mismo que fuera blanca o negra, espigada, pequeña gordita o delgada”), la Europa de ahora clasifica y discrimina a pobres y ricos, básicamente.
Podemos jugar ahora a adivinar el futuro de aquí a sólo diez años, jugar a distopías de salón y adivinar la que se nos va a venir encima. Seguro que no acertaremos y que lo único que ocurrirá es que el futuro nos pillará con estos pelos. Venga lo que venga, al menos que nos coja con la sonrisa del que busca el lado brillante de la vida, en este presente tan poco atractivo, con tanto chabacano dirigiendo los destinos de millones de personas. El futuro es impredecible, como cualquiera puede suponer. Lo único importante del futuro es que podamos estar en él.

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