sábado, 8 de abril de 2017

Imágenes y palabras

J.A.Xesteira
Alguien dijo en algún momento aquello de que una imagen vale más que mil palabras y la frase cuajó y se hizo popular sin que nadie se planteara unas mínima crítica. Las frases bien colocadas tienen esa particularidad, que nadie les lleva la contraria. Sucedió lo mismo cuando Dylan cantó aquello de que los tiempos estaban cambiando; se sacó del contexto de la canción y del momento en que la cantaba y ya sirvió de comodín para cualquier cosa: los tiempos siempre están cambiando y la frase sirve para justificar cualquier adaptación, cualquier mudanza. En realidad los tiempos no cambian, somos nosotros que cambiamos y los tiempos ven como nos convertimos en todo lo que no queríamos ser. Pero volvamos al principio, las imágenes y las palabras. La frase queda lucida pero no es cierta, hay imágenes que valen mil palabras y hay palabras que valen por mil imágenes. Depende si la imagen es de Robert Capa y la frase es de Óscar Wilde, o si la imagen es del primer teléfono a mano en el lugar de los hechos y las frases son las réplicas y contrarréplicas de tuiteros.
Imágenes.- Uno de los grandes saltos periodísticos hacia el vacío fue la pérdida y desaparición del fotógrafo de prensa, el informador de la cámara, el hombre que hacía que su imagen, la que él fotografiaba de manera profesional, valiera –a veces– más que las mil palabras que le poníamos alrededor los periodistas. Resultan caros tenerlos en nómina y sale más a cuenta hacer que el currito de turno que asista a una rueda de prensa haga, de paso, la foto con su teléfono; total, ni la imagen del “ruedaprensero” importa nada ni sus palabras valen gran cosa. Las imágenes, tan queridas por la gente que vive de poner su cara en valor cotizable, son consumibles, como el tóner de la copiadora; aparecen y desaparecen en pocas horas, las filmaciones y retratos hechos con el móvil no valen más que media docena de palabras mal escritas y peor contadas. Y sin  embargo circulan y se difunden por millones en las redes sociales. Imágenes que pueden servir lo mismo para atacar que para defender; son pasto de opinión masificada y casi siempre las entiende cada uno a su manera. Las fotos son peligrosas, porque captan el instante y no analizan ese mismo instante, se descontextualizan y ahí hay un vacío en el que caben todas las batallas de tuiteros. De pronto se descubre la violencia en el fútbol, con padres pegándose entre ellos, como si fuera una novedad; de pronto se descubre que la chavalada con copas sale de los pubs y se da de hostias. Siempre fue así la cosa, pero ahora se ofrece la imagen y todos nos asombramos de manera hipócrita. Da lo mismo, la polémica violencia dura un día y medio, porque ya debe haber otra imagen que no vale el gasto de dos palabras. Hay imágenes más caras, y no me refiero al retrato que le hicieron a Ruiz Gallardon como ex ministro (12.000 euros); hay imágenes que te pueden costar la vida, como la de la joven que filmó con su teléfono la distración al volante que la mató. Los políticos saben del valor de su imagen y que a ellos les vale más que mil palabras que pronuncian pero nadie se las cree.
Palabras.- Nunca tanto se escribió y nunca tanta palabra se dio a conocer al mundo. Y nunca se dijo tan poco con tanto gasto. Retomemos el ejemplo de los políticos como vara de medir. Cuidan su imagen y su gesto, que vale más que todas las palabras que pronuncian, no porque su imagen denote importancia, sino porque sus palabras son pobres, mal hilvanadas, huecas y con sonido de moneda de palo. En los debates parlamentarios, que esta semana fueron noticia por pequeños rifirrafes de salón, se usaron palabras como “decoro” o “populismo” que, si le preguntáramos a los que las pronuncian por su significado veríamos que les es desconocido, las usan por moda. Sus discursos podrían sustituirse perfectamente por una imagen, a elección según gustos. Todos somos responsables de lo que decimos en público, y unas palabras como las declaraciones de la directora del Instituto de la Mujer, inoportunas por su cargo, produjeron como efecto rebote la mudez en la ministra de Sanidad: la verborrea de una provoca el silencio de la otra.
En el terreno de la palabra escrita suceden cosas distintas. Ahí el que escribe queda preso de las palabras, y tiene que cuidar de que elige las teclas precisas para que el resultado sea el que el autor desea. La carta del Brexit que saca a Gran Bretaña de Europa no llega a las mil palabras (270, dicen) y este artículo que estoy escribiendo tiene alrededor de mil (según el contador del ordenata). No tienen sustitución por imagen y hay que ser cuidadoso para colocarlas en fila. Porque escribir es barato, sólo hay que darle a las teclas. Y mucho más barato es sacar palabras con destino a los titulares de prensa, porque ahí se puede decir cualquier cosa, prometer oros y moros. Es palabrerío gratis, como cuando los boxeadores alardeaban de que iban a machacar al rival (frases históricas como la del magnífico Cassius Clay: “Flotar como una mariposa, picar como una abeja. Tus manos no le pueden pegar a lo que tus ojos no ven”) Por ejemplo, el presidente puede salir en los titulares prometiendo 4.600 millones de euros para que Cataluña no sea Escocia. No cuesta nada y las promesas son baratas.
Hay palabras mucho más caras, que valen más que la imagen de la Gioconda. Por ejemplo las que pronunciaba Rodrigo Rato como conferenciante: hasta 65.000 euros por charla (una conferencia tipo podrían ser diez folios como mucho, a 300 palabras por folio, cada palabra de Rato salía a más de 20 euros palabra, un lujo). Más caras fueron las palabras escritas con humor por la tuitera Cassandra sobre Carrero Blanco; le han costado una dura condena. Cuando un país pierde el sentido del humor todos deberíamos hacérnoslo ver, algo va mal cuando un  chiste ya es delito.
J.A.Xesteira
Alguien dijo en algún momento aquello de que una imagen vale más que mil palabras y la frase cuajó y se hizo popular sin que nadie se planteara unas mínima crítica. Las frases bien colocadas tienen esa particularidad, que nadie les lleva la contraria. Sucedió lo mismo cuando Dylan cantó aquello de que los tiempos estaban cambiando; se sacó del contexto de la canción y del momento en que la cantaba y ya sirvió de comodín para cualquier cosa: los tiempos siempre están cambiando y la frase sirve para justificar cualquier adaptación, cualquier mudanza. En realidad los tiempos no cambian, somos nosotros que cambiamos y los tiempos ven como nos convertimos en todo lo que no queríamos ser. Pero volvamos al principio, las imágenes y las palabras. La frase queda lucida pero no es cierta, hay imágenes que valen mil palabras y hay palabras que valen por mil imágenes. Depende si la imagen es de Robert Capa y la frase es de Óscar Wilde, o si la imagen es del primer teléfono a mano en el lugar de los hechos y las frases son las réplicas y contrarréplicas de tuiteros. 
Imágenes.- Uno de los grandes saltos periodísticos hacia el vacío fue la pérdida y desaparición del fotógrafo de prensa, el informador de la cámara, el hombre que hacía que su imagen, la que él fotografiaba de manera profesional, valiera –a veces– más que las mil palabras que le poníamos alrededor los periodistas. Resultan caros tenerlos en nómina y sale más a cuenta hacer que el currito de turno que asista a una rueda de prensa haga, de paso, la foto con su teléfono; total, ni la imagen del “ruedaprensero” importa nada ni sus palabras valen gran cosa. Las imágenes, tan queridas por la gente que vive de poner su cara en valor cotizable, son consumibles, como el tóner de la copiadora; aparecen y desaparecen en pocas horas, las filmaciones y retratos hechos con el móvil no valen más que media docena de palabras mal escritas y peor contadas. Y sin  embargo circulan y se difunden por millones en las redes sociales. Imágenes que pueden servir lo mismo para atacar que para defender; son pasto de opinión masificada y casi siempre las entiende cada uno a su manera. Las fotos son peligrosas, porque captan el instante y no analizan ese mismo instante, se descontextualizan y ahí hay un vacío en el que caben todas las batallas de tuiteros. De pronto se descubre la violencia en el fútbol, con padres pegándose entre ellos, como si fuera una novedad; de pronto se descubre que la chavalada con copas sale de los pubs y se da de hostias. Siempre fue así la cosa, pero ahora se ofrece la imagen y todos nos asombramos de manera hipócrita. Da lo mismo, la polémica violencia dura un día y medio, porque ya debe haber otra imagen que no vale el gasto de dos palabras. Hay imágenes más caras, y no me refiero al retrato que le hicieron a Ruiz Gallardon como ex ministro (12.000 euros); hay imágenes que te pueden costar la vida, como la de la joven que filmó con su teléfono la distración al volante que la mató. Los políticos saben del valor de su imagen y que a ellos les vale más que mil palabras que pronuncian pero nadie se las cree.
Palabras.- Nunca tanto se escribió y nunca tanta palabra se dio a conocer al mundo. Y nunca se dijo tan poco con tanto gasto. Retomemos el ejemplo de los políticos como vara de medir. Cuidan su imagen y su gesto, que vale más que todas las palabras que pronuncian, no porque su imagen denote importancia, sino porque sus palabras son pobres, mal hilvanadas, huecas y con sonido de moneda de palo. En los debates parlamentarios, que esta semana fueron noticia por pequeños rifirrafes de salón, se usaron palabras como “decoro” o “populismo” que, si le preguntáramos a los que las pronuncian por su significado veríamos que les es desconocido, las usan por moda. Sus discursos podrían sustituirse perfectamente por una imagen, a elección según gustos. Todos somos responsables de lo que decimos en público, y unas palabras como las declaraciones de la directora del Instituto de la Mujer, inoportunas por su cargo, produjeron como efecto rebote la mudez en la ministra de Sanidad: la verborrea de una provoca el silencio de la otra.
En el terreno de la palabra escrita suceden cosas distintas. Ahí el que escribe queda preso de las palabras, y tiene que cuidar de que elige las teclas precisas para que el resultado sea el que el autor desea. La carta del Brexit que saca a Gran Bretaña de Europa no llega a las mil palabras (270, dicen) y este artículo que estoy escribiendo tiene alrededor de mil (según el contador del ordenata). No tienen sustitución por imagen y hay que ser cuidadoso para colocarlas en fila. Porque escribir es barato, sólo hay que darle a las teclas. Y mucho más barato es sacar palabras con destino a los titulares de prensa, porque ahí se puede decir cualquier cosa, prometer oros y moros. Es palabrerío gratis, como cuando los boxeadores alardeaban de que iban a machacar al rival (frases históricas como la del magnífico Cassius Clay: “Flotar como una mariposa, picar como una abeja. Tus manos no le pueden pegar a lo que tus ojos no ven”) Por ejemplo, el presidente puede salir en los titulares prometiendo 4.600 millones de euros para que Cataluña no sea Escocia. No cuesta nada y las promesas son baratas. 
Hay palabras mucho más caras, que valen más que la imagen de la Gioconda. Por ejemplo las que pronunciaba Rodrigo Rato como conferenciante: hasta 65.000 euros por charla (una conferencia tipo podrían ser diez folios como mucho, a 300 palabras por folio, cada palabra de Rato salía a más de 20 euros palabra, un lujo). Más caras fueron las palabras escritas con humor por la tuitera Cassandra sobre Carrero Blanco; le han costado una dura condena. Cuando un país pierde el sentido del humor todos deberíamos hacérnoslo ver, algo va mal cuando un  chiste ya es delito. 

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