viernes, 21 de abril de 2017

Vidas virales

J.A.Xesteira
Es más que evidente el traslado de la realidad cotidiana al mundo intangible del metaespacio virtual, esa nube incolora donde los seres humanos hemos pasado a existir, donde se cuece la vida. Desde la antigua Grecia, las confrontaciones sociales y políticas se buscan su propio espacio; si en la antigüedad era el ágora, el senado o la plaza publica donde políticos y notables discutían el futuro de sus pueblos, ahora todo sucede en la red. Y ya se sabe que “todo o que ven na rede é peixe”. Desde la Revolución Francesa se habilitó un nuevo espacio para que el pueblo conociera lo que sus mandamases decidían en los parlamentos; fueron las gacetas que más tarde se hicieron periódicos de papel y después ondas de radio y más tarde imágenes televisadas. En ellos la vida se iba cociendo en ese espacio bien definido. Pero, ahora mismo ni el espacio está bien definido, ni legislado, ni se sabe bien lo que se cuece.
El mundo se hizo viral, que es palabra que sirve lo mismo para una gripe que para un anuncio o una frase en Twitter. Acabo de leer que una cantante llamada Rosalía, de la que los críticos hablan muy bien, acaba de tener en Youtube muchos miles de visitas de su canción y de su último disco. Confieso que desconocía a la muchacha y sus virtudes como cantante (que son muchas); pero lo que me llamó la atención es que una artista tenga que convertirse primero en fenómeno viral para después, si tiene suerte, hacer carrera. Es decir, hay que ser virtual para entrar en el mundo real. Los que tuvimos como ídolos a artistas a los que conocíamos solamente por un disco, una película, un libro o un cómic, encontramos vertiginoso este nuevo sistema. Ya no eres nadie si no te leen, te escuchan o te miran miles de personas, que pondrán debajo de tu escrito o tu imagen una frase alabándote o poniéndote a parir. Te vuelves viral en un instante y desapareces de las pantallas al día siguiente para caer en el olvido.
Tomemos como ejemplo el mundo de la música. Los Beatles nunca hubieran triunfado en estos tiempos, y, como ellos, muchos de los viejos héroes de hace 40 o 50 años que todavía llenan conciertos. Los comienzos de todos ellos fueron difíciles porque no había prácticamente nada, ni instrumentos ni forma de grabar un disco. El mundo se dio la vuelta y ahora sucede todo lo contrario, cualquiera puede tener una panoplia de instrumentos y grabar un disco en su retrete en HQ. Y a continuación puede colgarlo en alguna plataforma digital junto con otros miles de cualquieras y ser visto y oído por millones de usuarios; en cualquier caso la avalancha enorme de músicas a disposición del mundo es de tal magnitud que será difícil que algo de esa montaña trascienda y se convierta en el “Yesterday” de McCartney. Es como si a uno le gustara la fabada y le dieran una cuchara para comer un camión cisterna del contundente plato asturiano.
Lo alarmante es que, pese a que todo este terreno está lejos de ser experimentado a fondo (“testado” dicen ahora, palabra que en español significa hacer testamento y no lo otro) y no está ni regulado ni legislado, todas las personas notables de distintos pelajes se han tirado de cabeza al mundo viral. Se explican en Twitter y se hablan por Whatsapp, mientras alguien les maneja su página de Facebook y las mueve en los periódicos, para que se hagan eco de sus cosas. Están deseando que sus hazañas sean recibidas por millones de personas. Trump anuncia en un tuit que tiró la bomba y escondió la mano, porque es así de chulo; dos parlamentarias gallegas se ponen a discutir en un patio vecinal virtual; Pérez Reverte, académico de la lengua, se mete a escribir para la red y tendría que copiar cien veces (a mano) que “él” se escribe con tilde, si los académicos limpiaran, fijaran y dieran esplendor a los blogs. Los que quieren hacerse ver saben que tienen que ser virales, existir en el ciberespacio, donde nadie, de momento, puede lastimarlos; la justicia no sabe que hacer con los que interactúan en ese territorio, y unas veces multan a chistosos y otras veces, no. Si quieres ser famoso, conocido, publicitado o votable sabes que tienes que ser un virus, de la gripe de invierno, de la canción de usar y tirar, del producto que quieres vender o de cualquier elección primaria en curso.
Es un mundo fantasmal como los famosos zombis (¿o zombies, para ser más académicos?) que se hicieron famosos esta semana, que es todo el tiempo que la fama concede, gracias a una pregunta parlamentaria, contestada con extensión, documentación y bastante gracia por parte del Gobierno. (Inciso: ¿por qué el Gobierno no contesta así a todas las preguntas parlamentarias serias que se producen en el Parlamento? Es paradójico que conteste con rigor una pregunta formulada con el claro propósito de poner en evidencia lo que el Gobierno demuestra con su respuesta: le importa un carajo lo que se pregunte porque sigue la táctica vieja –del pasado aznarismo– de habla-cucurucho-que-no-te-escucho) El tema de los zombies es más serio de lo que parece. La Real Academia, que da dos acepciones del término no está al día; los zombies también son personajes de la religión del vudú caribeño, seres que salen de sus tumbas (de acuerdo con esta versión, ¿podríamos considerar zombi a Jesucristo?). Además, el tema no es baladí, en varios parlamentos europeos se planteó la misma pregunta, con respuestas parecidas. Aunque el parlamentario preguntó por los zombies para poner en evidencia la desgana en las respuestas del Gobierno, el tema es viral e importante: la política está llena de zombies que murieron en sus partidos pero resucitaron en consejos de administración al tercer día.
El mundo es viral y el apocalipsis puede venir por causa de los zombies. O porque Trump confunda el botón de “enter” del Twitter con el botón rojo de tiarle una bomba atómica a Corea del Norte.

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