viernes, 24 de febrero de 2017

El espejo de la reina bruja


J.A.Xesteira
Me llaman para dar una charla en un instituto; tengo que hablar a chavales y chavalas de unos quince años más o menos sobre el cine, no sobre el Cine, sino sobre el cine, como era el cine cuando yo tenía su edad y vivía como ellos en un pueblo en el que ahora no hay cines, pero que hace años eran dos templos a los que acudíamos todos los días posibles con más fervor religioso que a la misa del domingo. El primer problema me asalta cuando tengo que pedirles un esfuerzo de imaginación para que comprendan el mundo de hace 50 o 60 años; la enorme diferencia que separa esas dos realidades; la ausencia de televisión, de coches (la diferencia en el número de coches, que hacía posible aparcar en cualquier sitio y la coexistencia pacífica no agresiva de coches y ciudadanos), de teléfonos, incluso de edificios y de pueblo, mucho más silvestre que el actual. Una de las grandes diferencias estaba en el sentido social de las cosas, y el cine era una de ellas: se iba al cine en grupo y se compartía incluso el precio de las entradas; un coche no era, como ahora, un receptáculo móvil individual, sino un medio de transporte colectivo. Así un largo etcétera que tengo que ir anotando para que se hagan, al menos una idea de ese mundo que para ellos debe ser como una novela de las tierras medias. Pero el rasgo más diferenciador me lo da un chaval que tropieza conmigo, absorto en la palma de su mano, donde descansa su móvil-modelo-lo-que-sea; veo salir del instituto a la chavalada que en tiempos era una explosión de libertad, y que ahora van, en su mayoría, como el chaval que chocó conmigo: leen el espejo en la palma de la mano. Esa es la clave: la mayor diferencia entre aquella antigua civilización de mi juventud y ésta está en la palma de la mano. Nuestro mundo, vacío de cosas, estaba en el ambiente, teníamos una visión de 360 grados en horizontal e infinita en lo vertical, mirábamos hacia todas partes a ver que pasaba y nos hablábamos unos a otros mirándonos a los ojos; los muchachos del instituto contemplaban el mundo a través del espejo de la reina bruja de Blancanieves, y el espejo les dice lo que pasa en el mundo, en todo el mundo, y sus relaciones de amistad se guían a través de una infinita red invisible, que les da conocimientos incontrolados, ilimitados y muchas veces sospechosos de manipulación, al tiempo que les da noticias de lo que está pasando o lo que se supone que está pasando (no hay verificación posible; la fe sustituye muchas veces a la inteligencia). El espejo de la reina bruja nos dice que somos los más guapos, que somos las más listas, y que nuestros amigos quedan para verse en un sitio y una hora, quizás para ver la palma de la mano todos juntos. 
Exagero, por supuesto, pero tengo que llevar el argumento hasta los extremos para hacer diferencias. Porque lo habitual en los comportamientos de los estudiantes es el mismo que de toda la sociedad. El mismo espejo de la mano (y su variante de espejo de mesa en casa) es el que le dice a los políticos quien la tiene más grande y permite la aparición de nuevos delitos en red, con las grandes virtudes. Porque el espejo, como el de la reina bruja, es neutro: no puede ocultar quien es la más bella, por mucho que se cabree la reina. El espejo tiene cuenta de lo que le echan, independientemente de quién se lo eche. Tengan en cuenta que los inventores del espejo en red fueron los técnicos de los servicios de Defensa americanos, es decir, gente con intenciones de guerra. La cotidianeidad de hoy en día es un arma de filo variable, pero ahí está y ya no podemos escapar a su influjo, para bien o para mal. Muchos nos resistimos a formar parte de redes sociales, pero somos los raros, los que únicamente usamos una pequeña parte del espejo. Poco a poco el poder mágico nos va absorbiendo, porque reside en manos de gentes con enormes beneficios. Un día nos dicen que podemos hacer operaciones bancarias por el espejo, con lo cual nosotros ponemos la herramienta, hacemos el trabajo y nos cobran por ello. Otro día vemos como el presidente americano habla desde su cuenta de Twitter y caemos en la cuenta de que los políticos ya no pueden vivir sin su espejo; nos imaginamos a cualquier ilustre mandamás de cualquier país diciendo: “¡Espejito, espejito, di la verdad si me quieres, quien ers más guapo, yo o la oposición!” Y el espejo no contesta hasta que la pregunta se hace viral, aparece en los periódicos y le contestan tres millones poniéndolo a parir y dos mil de los suyos alabándolo (siempre hay gente más para dar hostias que para dar incienso) 
Y esos mismos políticos que usan el espejo como los estudiantes no caen en la cuenta de que la Red va muy por delante de la realidad y de las leyes. Mientras alegremente escriben sus frasecitas que nunca pasarán a la Historia suceden cosas que no tienen ley o la tienen obsoleta. Un ejemplo: la posibilidad de arruinarse en internet jugando al póker o a las carreras de galgos de Miami. La ley que lo regula es de hace tres modelos de móvil (dos de ordenador de mesa) y los sistemas van a la velocidad de la nave de Han Solo. El número de ludópatas arruinados y enganchados a los solitarios juegos de apuestas crece de forma exponencial; Hacienda es capaz de cobrar impuestos sobre las ganacias de los jugadores pero no puede controlar a las empresas que se benefician del juego, que pagan escasos impuestos en paraísos fiscales (alguno, vecino, como Gibraltar).
El espejo refleja lo que ve, y nos ve a todos con cara de tontos. Y lo que venga será imprevisible, porque la pantalla es plana y para adivinar el futuro tiene que tener forma de bola..

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