viernes, 3 de marzo de 2017

La lógica del energúmeno

J.A.Xesteira
El personaje Donald Trump se está convirtiendo en un fenómeno social digno de algún estudio. No es gratuita la constatación del efecto que causa su simple presencia en el mundo entre los niños más pequeños (que lo consideran como un epifenómeno de apariencia digital, en el mismo espacio en el que podrían estar los malvados de dibujos animados), los políticos instalados en la hipocresía (ofende aparentemente a todos, pero algunos lo aplauden y otros mantienen una cautela con la que se protegen las partes pudendas) e, incluso los pertenecientes a ese mundo selecto y guapo de los actores y actrices en alfombras rojas (en realidad son alfombras que venden los chinos por metro, son baratas y dan el pego). Trump atrae sobre su personaje (esa carcasa cubierta por una incomparable pelambrera estilo troll peinado a lo Elvis) críticas y aplausos, nunca indiferencias. Su imagen es única, como la del presidente coreano del norte; nadie en el mundo intentaría imitarles fuera del pasado martes de carnaval. Cada vez que Trump abre la boca para dar un titular revuelve el avispero internacional, cada vez que aparece en público se reutiliza su aparición para los chistes más variados; en sí mismo encarna un personaje que no necesita definición ni análisis (si acaso, el estudio al que me refería al principio, que tendría que ser social, no personal); es como el malo de las películas de Charlot: su imagen lo define.
Y, sin embargo, su utilidad viene como caída del cielo; su lógica de energúmeno, de poseído por una misión superior con patriotismos y fanatismos que no admiten opinión, sirven para que todo el mundo se fije en su espectáculo y no se fije en las cosas que nos afectan cada día y en nuestro propio vecindario. El espacio de información es divisible, pero siempre es del mismo tamaño, y si ocupamos con Trump mucho espacio, tenemos que reducir el de nuestras propias noticias, que pasan más desapercibidas. Cuando el presidente yanqui habla de construir un muro, el mundo entero salta ofendido: “¡Un muro para impedir que los pobres mexicanos emigren a los USA!” La pretensión fronteriza indigna directamente a México y, de rebote, al resto del mundo, que se pone del lado de los pobrecitos mexicanos. Pero con eso se tapan muchas cosas; en primer lugar la verdadera situación de México, un país rico y corrupto hasta la médula, peligroso y que empuja a sus habitantes a un éxodo no deseado hacia el país del norte. Y, de paso, el anuncio del muro y la indignación mundial oculta otros muros, unos físicos, fronterizos y policiales (Melilla, pongamos por caso, o la muralla israelí en Palestina) y otros más peligrosos, como el mar Mediterrráneo. Pero mientras el mundo se fija en Trump y su muro, no se da cuenta de que cada día se levantan muros invisibles dentro de su propio país, muros que nos rodean de manera personal (el muro del precio de la luz, que subió en un año un 25 por ciento y deja fuera de su entorno a cada vez más personas) y fronteras interiores que impiden el paso de los ciudadanos a disfrutar del bien común.
La otra cuestión patriótica de Trump que indigna al mundo es la de los inmigrantes y el terrorismo. Su ignorancia sobre el tema es igual a la de  millones de estadounidenses, que, de verdad, creen en la maldad de los emigrantes. La paranoia controladora llegó al extremo de retener al hijo del más grande boxeador norteamericano (y del mundo), Mohamed Alí, el hombre que no quiso combatir en Vietnam y se hizo musulmán, por el simple hecho de llamarse Alí. Y mientras esas anécdotas llenan las páginas de los medios informativos, impiden que se den noticia de los miles de refugiados que buscan un sitio donde detenerse a vivir, una vez que los mismos que les echaron a bombazo limpio de sus casas, les prometieran refugio en la vieja Europa. Trump es el payaso de las bofetadas y el resto de los dirigentes se ríen con risa floja, como diciendo: ahí me las den todas; mientras se entretienen cabreándose con el americano yo me voy zafando.
La última indignación viene por el aviso de que el empresario de la Casa Blanca va a aumentar el gasto militar en 54.000 millones de dólares, con el único fin de “volver a ganar guerras” (textual). Eso indica dos cosas, que quiere seguir organizando guerras en diferentes lugares del mundo y, además, las quiere ganar. El negocio que las compañías de armamento harán con esas guerras que va a patrocinar el energúmeno del momento, es cosa tangencial. Trump dice que quiere volver a la época de cuando era joven, que los USA no perdían una guerra. Su evidente ignorancia le impide recordar que cuando él era joven y el padre de Alí (el citado más arriba) rompía su cartilla militar diciendo que él no quería matar a nadie, EEUU ya no ganaba guerras (aunque aquella guerra de Vietnam supuso un gran negocio y le dio el Nóbel de la Paz al creador del moderno terrorismo, Henry Kissinguer, genocida impune). El presidente americano tiene su lógica, condenable y estremecedora, cierto, pero mientras se habla de sus pretensiones bélicas y sus planes para países lejanos el mundo exterior disimula. Como nuestra ministra de Defensa, mucho más presentable que Trump, pero que, de igual manera, sin tanto Twitter y tanto follón, va a aumentar nuestros gastos de Defensa (lo de Defensa es un eufemismo, hablamos de Guerra) en un 30 por ciento este año para pagar armamento que debemos desde los tiempos de Aznar, incrementados por el paso ministerial de Morenés. Si tenemos en cuenta que el ministerio de la Guerra camufla muchas de sus partidas presupuestarias en medio de otros ministerios (gran parte de ese presupuesto destinado a armamento se incluye en el apartado de Investigación) tenemos que, al final el aumento del gasto es incalculable. Nos escandalizamos de Trump, mientras nosotros pagamos por armas y guerras que nunca nos servirán para nada. Trump es el energúmeno necesario, para que otros pequeños energumenos/as se escondan a la sombra de sus despropósitos.

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