viernes, 17 de febrero de 2017

Es duro ser político

J.A.Xesteira
Después de las rebajas de enero comienzan los congresos políticos de febrero, que se prolongarán toda la temporada. Se desconoce cual es realmente el trabajo de un político, porque se supone que trabaja para nuestro bienestar, para que seamos felices y comamos perdices (los vegetarianos pueden tomar otro menú). Pero, realmente, ¿cómo trabaja un político? ¿va a su empresa, ficha, se presenta a oposiciones, es contratado por recomendación de un amiguete, tiene horario laboral…? Sabemos que los políticos aparecen entrando en la factoría llamada Congreso de los Diputados, donde se reúnen unos con otros y entre los de su partido a los que llaman siempre “compañeros” y, de vez en cuando, celebran asambleas para debatir y votar cosas. De todo ello tenemos conocimiento por los medios de comunicación, que hace eso, comunicarnos sin informarnos. Pero suponemos que el trabajo de político debe ser algo más, porque con eso sólamente, no hace falta tener a tantos asalariados en tan poca producción. Las consecuencias de sus trabajos, principalmente de los trabajos del Gobierno de turno, nos damos cuenta cuando nos pasan la factura de lo que cuesta el bienestar.
A los políticos les van los mítines, los congresos, las primarias, que es un nuevo invento americano para jugar a demócratas de salón un fin de semana. Les gusta esa actuación –porque no es más que una actuación– como a un rumbero o un heavimetalero, les va el escenario, se visten adecuadamente, según la cosa sea con o sin corbata, de traje o de cazadora, según lo que se lleve. Creo que esa es su razón de ser, porque, fuera de ahí sólo parecen existir en Twitter, donde te puedes encontrar tipos como Trump o Cristiano Ronaldo. Pero, en contra de todas las opiniones, más o menos generales, de que los políticos no la rascan, hay que decir que su vida es dura, y precisamente esa mala fama de que ser politico es un chollo bien pagado es su etiqueta amarga con la que tienen que apechugar a lo largo de su corta carrera. Porque su carrera es corta, incluso en los casos de mayor longevidad política, no pasan de un par de legislatura, porque detrás tenen a sus propios compañeros, que serían capaces de venderlos por nada, rebanarles el cuello y auparse sobre sus cadáveres para escalar en la cuesta arriba del partido. Ser político es duro, y ser candidato, más. No basta con estar siempre a la defensiva, esperando el ataque del enemigo, ya sea del compañero de partido (que le cuenta al oído la última metedura de pata) o del enemigo, en forma de opositor en el hemiciclo (que suelen ser interpelaciones a voz en grito, para lucirse el preguntador y abochornar al preguntado: ¡a ver como sales de esta! es el lema); y por encima  tienen que salir a defenderse de los periodistas como si fueran un entrenador con partido perdido y a punto de descenso (aquí la cosa ya está más dividida, entre los periodistas amigos y los enemigos; se les notan dos cosas a todos los que preguntan: una, que la pregunta ya venía impuesta de la redacción –a favor o en contra–, y otra, que la respuesta le importa un bledo). Los politicos tenían que sufrir en el pasado que les pintaran bigotes y les pegaran chicles como mocos en los carteles; pero ahora tienen que sufrir sus apariciones en los más variados escenarios digitales del mundo entero; con el corta y pega (hay auténticos maestros del diseño) meten al rey, al presidente o al último pringado del partido en medio de cualquier película, serie de televisión o anuncio para mofa y escarnio del político. Estos días está de moda el inefable Donald Trump, un personaje que pide a gritos meterlo en un falso cortometraje, trucado. Ayer sorprendí a mis nietos a carcajadas sobre unos dibujos en Youtube; la gracia consistía en que a Trump le daban bofetadas desde Big Hero hasta la Pantera Rosa, pasando por Mario Bros, Spiderman y mil personajes más. Al parecer es el hombre a batir, y en la iconografía de dibus infantiles ya es el Malo por antonomasia. Díganme si no es duro ser político; porque lo que le ocurre a Trump le ocurre a cualquier político español, y que los hijos te vean en el ordernador haciendo el gilipolllas y que sus compañeros de clase les tomen el pelo: “¡A tu padre le dieron de hostias Bob Esponja y Calamardo, chupa!” Es duro.
Seguramente por eso se recompensan con sus congresos y sus primarias, que es donde brillan entre los suyos. El PP celebró su congreso de elecciones internas y, como era de esperar, eligieron a Mariano Rajoy como presidente. Mas que una elección fue una asunción; fue llevado en cuerpo y alma a la presidencia, mientras lenguas de fuego pentecostales descendían –no está confirmado– sobre las cabezas de los miembros de la ejecutiva, que –sin confirmación oficial– fueron imbuidos del don de lenguas en la intimidad y ciencia infusa sólo para debates televisivos. Podemos celebró su congreso en Vistalegre, una plaza de toros cubierta, de segunda categoría, dode había mano a mano entre Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, como una corrida al uso. Ganó Iglesias, pero todavía no se sabe qué. Como el partido es novedoso y contrario a la casta, tendrán que pasar días y sudores para arreglarse por dentro. Es lo malo de ser nuevos en la plaza, que tienen que ganarse a pulso lo que otros llevan años manejando en un “quítate-tu-pa-ponerme-yo”. Los Ciudadanos acabaron antes y no se complicaron la vida: Rivera es nuestro hombre y las Cortes de Cádiz nuestro referente. Faltan los socialistas por encontrarse a sí mismos y reinventarse (pistas: el que reniega de su historia y de sus orígenes para llegar al poder acabará convertido en su antítesis)
No se lo ponemos fácil a los políticos; su vida es dura. Y por encima, cada enemigo político (sea del partido que sean) le va a llamar populista, aunque no sepa muy bien qué significa, porque un político no tiene tiempo de consultar on line el diccionario de la Real Academia.

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