viernes, 27 de enero de 2017

Discursos y palabras

J.A.Xesteira
1.- Palabras tontas.
Cada vez que algún obispo (hagan aquí las excepciones debidas) abre la boca, los que solemos escribir ocurrencias variadas en los periódicos, al hilo que lo que anda suelto por esos periódicos, lo tenemos fácil; sobre todo los comentaristas réprobos, pecadores y un punto ateos, entre los que me podría inscribir si no tuviera cosas más interesantes en las que distraerme. Me refiero aquí una vez más al obispo de Córdoba, un tipo digno de estudio (el tipo de estudio aún está por clasificar); a su larga lista de ocurrencias sobre la homosexualidad, la fecundación in vitro y otras perlas, leo que, según él, la mezquita de Córdoba no es musulmana. ¡Grandioso! La explicación es tan peregrina como las que acostumbra: que los moros pusieron el dinero, pero los arquitectos eran de Damasco, que es tanto como decir que la gran mezquita de Hassan II es francesa porque su arquitecto es francés, o que la Cidade da Cultura es americana y otro etcétera. El obispo de Córdoba es un tipo peculiar (si no fuera obispo podríamos decir que es otra cosa, pero vamos a concederle el respeto que él no concede a los que no comparten sus ocurrencias) A partir de aquí podría tirarme a hablar de los obispos y su organización económica internacional, de dudosa tributación a la Hacienda Española y de meter en el mismo saco lo que es del César y lo que es de Dios. Pero me interesa más otra cuestión que comienza en el obispo pero sigue con la cantidad de estupideces que ocupan un lugar periodístico que, en otros tiempos, era lugar sagrado, como el que pisaba Moisés en el Sinaí, y que sólo lo ocupaba quien lo mereciera por sus aportaciones a la cultura, a la mejora de la sociedad o al sentido común  (con excepción de las parcelas destinadas a esquelas o a publicidad, solares de alta cotización que sostenían el resto del entramado periodístico). De un tiempo acá, una tropa de gentes sin mérito alguno invaden los espacios en los que deberían estar personas con mérito reconocido; las primeras páginas se llenan de “famosos” (permítame el entrecomillado) que dicen las mayores estupideces desde una pose de chulería boba como si tuvieran el derecho a ocupar un espacio informativo para soltar sus cagaditas mentales. ¿Cual es la importancia de –pongamos que hablo de Madrid– Esperanza Aguirre para que aparezcan sus frases uno y otro día en las primeras planas? Esperanza es una política local, de lengua más rápida que el cerebro, cuya importancia limita con su puesto de concejala madrileña. Al resto de España su palabrería nos debiera traer tan sin cuidado. Pero en política prima más el despropósito verbal que el sentido común y el saber explicarse.
2.- Discursos poco creíbles.
Porque los políticos de este milenio tienen (salvo tantas excepciones como en los obispos) un patrón flojo, de pensamiento feble. Son capaces de argumentar con el papel delante, pero desnudos de folios oscilan entre frases estereotipadas y falsas y los despropósitos propios de obispos raros y concejalas chulas. Son un poco como palmeras atacadas del picudo rojo: bien de planta pero de cabeza caída. La actuación del otro día del presidente Rajoy en el foro de ABC, incluso en la versión censurada de TVE, fue deplorable y sonrojante. Y eso que, en teoría, jugaba en casa, con la hinchada a favor. En la parte del papel pareció correcto, aprendió a declamar lo escrito, con ponderación; pero, ay, en el capítulo de las preguntas directas estaba más perdido que monja en puticlub. Su némesis Aznar, que suele ser más furibundo en sus ataques, con su ceño fruncido y sus sentencias como flechas contra un San Sebastián de la Moncloa, no pasa de otro estereotipo. El tránsito del “¡España va bien!” al “¡Vamos por mal camino!” se resume en un discurso hueco y previsible. Un discurso que comparte con su otrora enemigo González, y que podría resumirse en el bíblico: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, el que no está conmigo está contra mi y además va de culo” Son viejos que se resisten a morir y dejar paso a los jóvenes, aunque sean jóvenes políticos vuelta-y-vuelta, con escaso rodaje. Reconozcamos que en medio de todo hay gente de cualquier partido que aprende a marchas forzadas y tiene argumentos para la ciudadanía. Pero la moda es de poco pensar y mucho mentir. Como se ve que mienten en sus discursos exculpativos los políticos y sus satélites que pasan por los banquillos de la corrupción. Un  espectáculo que pide a gritos una ley anti tomadura de pelo. La  moda de las damas que no sabían lo que firmaban (desde la hermana del Rey hasta la mujer de Bárcenas) inaugurando la variedad femenina de la tonta-con-firma, hasta la del político que iba a comprar un Jaguar y se encontró con un amigo que se lo pagó. El gasto en palabrería inútil y barata ha provocado una total falta de fé en el personal empadronado .
3.- Voces de ultratumba.- Pero para desviar los objetivos de tanto falabarato tenemos a Doland Trump, que es como el Vincent Price de la política mundial, un cruce entre Luis Aguilé y Boris Yeltsin. En él tenemos un muñeco al que odiar, aunque nos caiga tan a desmano como una concejala madrileña. Sus actitudes y sus actos son como una provocación urbi et orbe y consigue cabrear a la opinión pública. Realmente no hace nada que no hicieran antes los presidentes americanos (con las mismas excepciones de los obispos y políticos españoles –no, Kennedy no es una excepción–); todo se reduce a montar un gran negocio desde la Casa Blanca. Trump se mete en grandes obras que reundarán en beneficio de sus empresas, ahora en manos de testaferros debidamente amaestrados. No hay nada nuevo, si cabe, todo un poco más vulgar. Pero esto pasará, tiene que llover, que era el símbolo del Nobel Dylan para decir que todo va a cambiar. Lo acaba de decir también Rajoy: baja la luz porque va a llover. Menos mál. Una esperanza en medio de tanta palabra absurda.

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