viernes, 13 de enero de 2017

Viejos, políticos y cuentas de Twitter

J.A.Xesteira
La primera en la frente. Aun estamos en la primera fase de las rebajas y aparece la ministra de Sanidad, una ministra recién estrenada, y suelta la amenaza fantasma de que tendremos que pagar más por las medicinas. La ministra lo dice con el matiz de que el llamado copago medicinal (algo ya en vigor, pero poco) afectará a los pensionistas con pensiones más altas, según tramos; por experiencia sabemos todos que cuando se abre una veda siempre nos va a tocar pagar, aunque nuestras pensiones sean del nivel portugués. Ese mismo día por la tarde, la misma ministra ponía en su cuenta de Twitter que la cosa no era así, que era una propuesta que se le iban a hacer a los expertos para que estudiaran el asunto. Ese sistema de decir y desdecir tiene dos lecturas: a) la ministra, que es novata en el cargo (en realidad su especialidad es la de abogada urbanista e inmobiliaria) cometió una imprudencia, algo que en gallego se dice que “sacou a lengua a pastar”; después intentó arreglarlo con el tuiter; b) todo obedece a una estrategia de disparo por elevación, primero se asusta y después se rebaja el susto para meter como bueno lo que queríamos meter en principio (Hay un viejo chiste del sargento que quiere dar la noticia de la muerte del padre a un recluta y le dice: “Morreron túa nai e teu pai”, ante el llanto del recluta, el sargento, diplomático, le dice, “Cala, parvo, que sólo foi teu pai”) La ministra Montserrat, que cubre cuota triple en el Gobierno (mujer, joven y catalana) es la que abre el bombardeo de lo que se nos avecina. El copago no quedará aquí, seguirá hasta que se equilibren las pretensiones de las compañías farmacéuticas y se dé un paso al frente en la sutil e insoportable levedad de la privatización. Y prepárense, porque la banca ya ha reaccionado (y el Gobierno con ella) para no tener que pagar las cláusulas suelo que Bruselas declaró ilegales; la misma banca que nos costó a todos los españoles 60.700 millones de euros que tuvimos que copagar por curar a la banca de su enfermedad; los responsables de que la banca estuviera en la UVI se jubilaron con sueldos millonarios.
En el fondo creo que es una confabulación contra los viejos. Los viejos, contra todo lo que dicen en la publicidad de las agencias de viajes, tenemos mala prensa. Son el enemigo a batir, la pensión a rebajar, y a quienes hay que cobrar las medicinas, de las que somos grandes consumidores, para  bien de la industria farmacéutica. Los viejos duramos mucho y ya se nos presenta como un problema. En los periódicos ya es normal la anormalidad periodística (en las viejas escuelas de periodismo sería de suspenso en el ingreso) de estigmatizar a los infractores viejos; ya saben, esos titulares de “sexagenario provoca un accidente”, “muere un septuagenario atropellado en una vía mal iluminada”, “una mujer de 53 años (¡!) circula en sentido contrario”. Es como si dijeran: un tipo que es viejo para conducir anda por ahí y comete accidentes; habría que prohibirlos. No importa si las causas fueron mala señalización de las autovías, falta de luz en las carreteras o una avería mecánica, se condenan implicitamente en la noticia; se convierten en titulares “opinativos”, como diría Cantinflas. Seguramente los que escriben las noticias son jóvenes y, a la vista de lo que habitualmente se lee por ahí, tienen más relación con Twitter y sus derivados que con la Gramática Española (la Gallega no la maneja nadie en prensa, a pesar de las aportaciones de la Xunta a tal efecto) Pero digo yo que, si se hace resaltar la edad de los que se descalabran en los coches, podría ampliarse la moda a todo el mundo. Por ejemplo, diríamos: “El Papa Francisco, un octogenario al frente de la Iglesia Católica…”, o, “El presidente Rajoy, sexagenario presidente del Gobierno, cambia a Trillo, de 61 años como embajador en Gran Bretaña, donde no se conoce que haya realizado labor importante alguna…” , o, “El septuagenario premio Nobel Bob Dylan sigue su gira mundial”, o “El hombre más rico de España, Amancio Ortega, de 80 años…”  Y así muchos más titulares. Se podría ampliar las calificaciones, bien por la edad pero también por capacidades. Recientemente surgió el caso de la joven gallega con discapacidad a la que no dejan votar y que al instante me recuerda el cuento de Italo Calvino que siempre leo cuando hay elecciones: “La jornada de un escrutador” El tema es serio y discriminatorio. Si no se deja que vote la muchacha discapacitada podríamos llegar a establecer un certificado de idoneidad democrática, de la misma manera que hay un carnet de conducir que pretenden endurecer para que los viejos no conduzcan, sería lo mismo para votar: un examen para ver si los demócratas saben votar. Claro que, llegados a ese punto habría que hacer exámenes de capacidad para ser político (al margen de trepar por el partido arriba) y un máster especial para ser parlamentario; para formar parte del Gobierno tendría que ser, llegados a ese punto, por oposición con tribunal internacional. Por el momento, mejor que las cosas sigan como están y que los méritos más importantes de todo político que se precie sea tener cuenta de Twitter, perfil en Facebook y un guasap activo.
Los viejos seguirán malditos en los titulares de prensa, que son los que valen porque, como decía Billy Wilder (un viejo estigmatizado por Hollywood, que lo condenó al ostracismo profesional porque el sistema americano es de asistencia privada) en “Primera Plana”, todo tiene que ir en el titular porque nadie llega a leer la segunda línea. Gracias al Twitter, la información se vuelve mensaje directo, subliminal, consigna y orden. La acumulación de información trae como consecuencia la falsa realidad de que estamos bien informados, pero en realidad toda la información cabe en un tuiter, que es una cosa que puede manejar desde Donald Trump hasta Rajoy, pasando por Kiko Rivera (antes Paquirrín), Cristiano Ronaldo, la ministra de Sanidad o los servicios secretos de Putin.

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