sábado, 9 de abril de 2016

Negocios en el Caribe

J.A.Xesteira
Los famosos sombreros “panamá” no son de Panamá, son de Ecuador y se llaman “jipi japa”; el nombre con que se conocen en todo el mundo les viene de EEUU, cuando construyeron el Canal; la constructora compró a Ecuador los sombreros de paja para sus obreros, que los hicieron populares en EEUU. Lo digo porque en Panamá, al parecer, las cosas no son lo que parecen, y las empresas radicadas allí son como los sombreros, vienen de otro sitio y en realidad sólo son un nombre. Panamá es un país que vive de dos cosas, del peaje y de sus bancos. Tiene la fortuna de estar en el sitio más estrecho entre dos océanos, y tener un canal que los une, por lo cual los barcos pagan peaje. No tiene banco central ni le hace falta, tiene unos bancos “especiales” y una serie de empresas sin obreros que lo mismo abanderan un buque a punto de hundirse (práctica común en otros países como Liberia o Suiza, gran puerto de mar) que garantizan las propiedades de gente que no quiere pagar a sus haciendas esos dineros que andan por esos mundos de dios gracias a la globalización del Capitalismo, gran invento bendecido por todos los gobiernos y que vive en el mundo irreal gracias a internet. Panamá no produce nada y no le hacer falta; con todo eso es uno de los países con mayor crecimiento económico “a la sudamericana”, es decir, sin tener en cuenta las diferencias económico-sociales, que son parecidas en todo el continente: gran masa bajo el índice de miseria y una élite dolarizada que detenta el poder y la economía. El único intento de revolver la situación se dio con el gobierno del general Omar Torrijos, que quiso imponer un reparto social más justo y que, después de firmar con Jimmy Carter el tratado de regresión del Canal a los panameños, murió en un sospechoso accidente de aviación. Conviene aclarar y recordar todo esto, porque hay que conocer el escenario de los hechos, ahora que los hechos están frescos y de moda. En realidad, las empresas “off shore”, como les gusta decir a los tecnócratas con un pellizco de petulancia, no son cosa nueva, y donde mejor están es en Panamá. Me explico; lo de “off shore” es un término naval  –“fuera de la costa”– que era donde fondeaban los buques que no querían pagar impuestos o que, por circunstancias poco legales, preferían la discreta distancia. Panamá es el sitio ideal, tierra en la que se batieron piratas contra el rey de España; la guerra de Morgan (el corsario, no la banca) contra la ciudad de Panamá y otras historias con bandera negra con calavera. Ese es el paisaje donde acaba de descubrirse el último capítulo de una vieja historia pirata, la de las empresas fantasmas con cuentas opacas en empresas “off shore” de Panamá.
Toda actividad delincuente necesita una parte legal; el mangante necesita al perista y la mafia americana, a Las Vegas. Sobre el tema, y sin salirnos del mismo mar, hay una reciente serie de televisión, de piratas, “Black Sails”, cuya trama gira alrededor de una empresa radicada en Nassau que se dedica a vender en Boston, por un porcentaje justo, las mercancías que los piratas roban a los navíos europeos (que, a su vez las robaron a los nativos de las colonias conquistadas). El símil es perfecto y en el lugar idóneo. El proceso, como se ve, es viejo y simple. Nadie se llama a engaño y mucho menos los ministros de Hacienda de cualquier país, que saben de esto mucho más que usted y yo. Un auténtico ejército de “ingenieros fiscales”, abogados y mediadores, ofrecen a todo aquel que cobre dinero en países extranjeros, la posibilidad de crear una empresa ficticia en un lugar ficticio, fuera de la costa controlada por Hacienda. Allí se queda el dinero, hasta el momento en que haga falta pagar algo que, seguramente será a otra empresa fondeada en aguas afuera.
Ahora se destapa el “panamazo”, pero no se asusten, no pasará nada. Durante unos días se hablará mucho como ya lo están haciendo todos los grandes estrategas. Y se sacarán a relucir los trapos sucios de esos “empresarios” opacos, esa extraña mescolanza de artistas, deportistas, escritores, políticos, la hermana del ex rey Juan Carlos (esa señora con asombroso parecido a la Castafiore de Tintín), Jim Cameron, Vargas Llosa, futbolistas, organizaciones de futbolistas, Putin, el primer ministro de Islandia (país distinto, que pone en la calle a su primer ministro al momento, un ejemplo que no cunde), los dos últimos presidentes de Argentina, el Partido Comunista Chino, Mohamed VI… Pero no hay motivo de alarma. Ni todos los que crearon esas compañías opacas son forzosamente delincuentes; puede que incluso muchas de ellas cumplan con los requisitos fiscales en su país, aunque ahí me surge una duda: si no querían salirse de la legalidad y pagar lo que deben a Hacienda, ese organismo que éramos todos, ¿por qué crearon empresas ocultas? Por discreción, por modestia, por engaño como si fueran jubilados estafados con las preferentes (“yo no sabía nada, pero vinieron esos de Mossak Fonseca y me dijeron que me hacían una empresa muy chula para poner allí mis dineros”).
No va a pasar nada, no se alarmen. El ministerio de Hacienda investigará, o dice que investigará, porque como Montoro está en expectativa de destino, a lo mejor no tiene que investigarlo. O a lo mejor se monta una amnistía fiscal para recuperar dinero, con el mismo resultado de siempre. En Bruselas, tampoco pasará nada, o si, porque hacen la competencia a Luxembrugo, Lietchtenstein, Andorra, Mónaco, Gibraltar, las Islas del Canal…, que es donde podemos montar nuestras empresas opacas dentro de la Unión Europea. De hecho ya hay dos frentes, uno, el del comisario europeo de Asuntos Económicos, que pide una lista negra común de paraísos fiscales, y otro, el del Europarlamento que quiere endurecer los castigos para los que revelen los secretos empresariales. Por un lado el comisario pide algo ya sabido, y por el otro se castiga al que denuncie a un delincuente. No pasa nada.

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