sábado, 2 de abril de 2016

Ahora ya no somos Bruselas (segunda parte)

J.A.Xesteira
De todas las previsiones que la semana pasada hacía sobre el atentado de Bruselas, bastaron los cuatro días de Semana Santa para que se cumplieran al pie de la letra, con nuevos detalles que añaden más estupidez a la supuesta lucha contra el terrorismo internacional. Por partes. Primero: además de seguir el protocolo habitual, con los minutos de silencio, las banderitas, peluches, flores y velas en la plaza, los belgas añadieron  por su cuenta una variante policíal que dice un poco como es la policía de Tintín y Milú, con la contramanifestación nazi-futbolística, patrocinada por la propia policía contra la gente que ponía las flores en la plaza; una novedad en la rutina del duelo social por los muertos. Segundo; la reacción habitual del gobierno fue la prevista: bombardearemos Irak o Siria, da lo mismo, pero bombardearemos, con lo cual se produce un nuevo bucle para que se produzca otro atentado (los que van a poner una bomba en Europa no están en los frentes de batalla, sino en la discoteca de al lado o en el MacDonalds); pero, ante la inoperancia en materia antiterrorista, lo que siempre se les ocurre es mover al Ejército, que para eso consume buena parte del presupuesto nacional; da igual que bombardeen el cuartel general del Daesh o una casa de vecinos, lo importante es que las tropas desfilen, despeguen y suelten las bombas, que están a punto de caducar. Tercero; como apuntaba la semana pasada, sólo los atentados a las sociedades ricas son dignas de solidaridad; todos éramos Bruselas la semana pasada, pero, por el camino hubo dos atentados más, mucho más crueles, por el número de muertos y por el tipo de víctimas; uno en Irak, en una entrega de trofeos de fútbol, y otro en Pakistán, en un parque infantil, en total más de cien muertos; pero no “fuimos” Irak ni Pakistán, lo cual viene a demostrar que sólo los atentados en la sociedad del confort merecen solidaridad y lucha antiterrorista; sólo cuando los fanáticos golpean a nuestra segura comodidad, nos movilizamos y nos asustamos de que “estén aquí”, con bombas y armas compradas a la vuelta de la esquina (Bélgica es un gran centro comercial de armamento ilegal, cuyos beneficios se guardan, seguramente, en el país de al lado, Luxemburgo) mientras que nos da lo mismo cuando el atentado “está allá”, en esos lugares que para nosotros sólo existen en los telediarios; los atentados que suceden a diario en “esos países” que nos costaría mucho situar en un mapa, tienen menos espacio en un telediario que la entrada de un frente frío por el noroeste o las procesiones de Semana Santa. Cuarto. Cuarto: el despliegue policíal y militar es muy aparatoso en las filmaciones de los aficionados que reproducen después las televisiones; copian fielmente lo que ya vieron en las series de televisión, desde los uniformes hasta las estrategias; en realidad son como un juego de consola de ordenador, porque la efectividad es prácticamente nula; detuvieron en Bruselas a la pieza suelta de París, pero no dan con los que se les escaparon de las fotografías de las cámaras de seguridad; ahí han demostrado la ineficacia, bordada de incompetencia, de la policía de Tintín; anuncian detenciones de sospechosos a bombo y platillo, y después tienen que dejarlos en libertad porque no eran; se sabe que disparan a las piernas a un tipo que esperaba el autobús (se sabe por la cámara del móvil de un vecino) y después ya no se sabe más; se sabe que detienen a muchos sospechosos, pero no acaban de dar con el de verdad; se sabe que todos sabían que iba a haber un atentado, menos la policía de Bruselas.
Ésta es una de las novedades que hay que añadir a este caso: la policía de Tintín y Milú no tiene la más remota idea de lo que se trae entre manos. Detiene, encuentra arsenales de armas (o eso es lo que cuentan, porque no se ha visto foto alguna de esos arsenales y bombas, con lo que les gusta a los polícías mostrar lo bien que lo hicieron, el habitual “brillante servicio”), pero no llega a un punto claro. Y es que en esas novedades de este atentado en partícular han quedado al descubierno muchas cosas. Por ejemplo, que esos tratados de lucha contra el terrorismo internacional que convoca a los dirigentes del mundo amenazado (el del confort) no sirve para nada, y ellos lo saben, porque cada país tiene a sus servicios de inteligencia (a veces, un  contrasentido) trabajando en lo suyo, sin dar cuenta a los demás firmantes de lo que descubre o sospecha. Aunque da lo mismo, porque las bombas de Bruselas han desvelado chapuzas sin fin: Turquía había deportado al principal suicida y avisado de ello a Bélgica, pero lo dejaron marchar; uno de los suicidas, fichado y buscado, había pedido trabajo en una oficina de empleo unos días antes sin que saltara ninguna alarma; a otro no lo detuvieron por ineptos (la excusa de que no pueden entrar en una casa de noche no vale, se puede rodear la casa y entrar a las cinco de la mañana, hora legal, sin  problema) y los palos de ciego que van dando por la ciudad, han conseguido lo que pretendían los terroristas, meter miedo y paralizar la vida cotidiana. Y cada día aparecen nuevos datos para la gran chapuza; el FBI avisó a Holanda, pero Bruselas no se enteró; Hollande amaga con una nueva ley antiterror, pero después recula; se reunen los líderes mundiales para hablar de yihaidismo (todos menos Rajoy, que está en funciones o a lo mejor es que no quiere perderse el clásico Barça-Madrid) y acordarán cualquier cosa que no servirá para nada. Mientras no se enfrenten al problema en el origen y resuelvan la economía y la igualdad social en los países musulmanes, no se empezará a remendar el problema. Entre tanto cualquiera puede poner una bomba en cualquier sitio, de la misma manera que un pringado de tercera puede secuestrar un avión y hacerse un “selfie” con el pasajero más gilipollas de la red.


No hay comentarios:

Publicar un comentario