sábado, 16 de abril de 2016

A la democracia por el arte

J.A.Xesteira
Uno de los artistas mas falsos de la modernidad artística es Andy Warhol, un tipo que logró vender la nada enmarcada. Alabado por miles de personas consiguió convencer a esos miles de personas de que lo que hacía era arte, arte de la más excelente altura. En realidad era un hábil trilero, un astuto chamarilero, un psicológo vendedor de zoco árabe. Se presentó como artista plástico y convenció a mucha gente de que unas fotocopias (que ni siquiera se tomaba el trabajo de hacer él) coloreadas y seriadas, eran pop-art; se presentó como director de cine y firmó varias películas que no hizo, entre ellas la famosa estupidez del Empire State (siete horas de cámara fija apuntando al rascacielos); apadrinó a la Velvet Underground, uno de los grupos musicales más aburridos, con el cantante más coñazo, Lou Reed (pido perdón aquí a sus seguidores, pero su único disco decente, el Transformeer, producido por David Bowie, tiene más de Bowie que de Reed, y se nota) Pero Warhol tuvo la habilidad de venderse como un gran gurú, de vender su producto y convencer a miles de personas de que eso valía miles de dólares. Ese es su auténtico arte, convencer de que es un genio, cuando, en realidad sólo era un vendedor de humo. A través de la puerta que él abrió, y que sólo por eso merece pasar a la Historia del Arte, en un capítulo dedicado al mamoneo millonario, entraron miles de personas con ganas de ser famosos esos quince minutos que dicen que prometió el rey Midas de las naderías. A través de esa puerta entraron las nuevas formas de entender el arte y un  todo-vale-y-todo-es-arte que reboza la cultura de estos últimos tiempos; lo más difícil ya no es la obra en sí misma, sea cual sea el soporte o su concepto, la valía del artista está en convencer al museo de arte contemporáneo que lo suyo es indispensable para una exposición, financiada con fondos públicos y publicitada a gran escala. Bueno, es el estado de los tiempos que corren, no mejores ni peores que otros. Distintos.
Vean de esa forma la situación “warholiana” de la democracia en España. Ni mejor ni peor que en la de otros países, con sus propias distinciones, pero con una obra abierta al público que no conocíamos. Se expone en el mayor centro de arte con temporaneo que tenemos, la televisión, y las salas anejas de periódicos y radios, y la gente lo comenta y se manda por las redes sociales. Son varios cuadros seriados, como los de Warhol, pero básicamente quedan en cuatro fotocopias: PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos, con sus correspondientes variaciones cromáticas, como las caras de Marilyn o las caras de Bélmez, aunque, en ocasiones parecen el Ecce Homo en versión “destroyer”. Desde las pasadas elecciones, que parece que fueran hace años, se está llevando a cabo una “performance” (“Actividad artística que tiene como principio básico la improvisación y el contacto directo con el espectador”, según la RAE) en la que los cuatro componentes del fenómeno artístico se juntan y se “desjuntan” sin llegar a ningún resultado. Este hecho artístico ocurre en otros países democrático, no crean, con lo cual se puede llegar a pensar que estamos ante una corriente cultural democrática que puede cambiar el ritmo de los tiempos.
La historia, vista a ojo de espectador, es curiosa. Un partido, el PP, gana pero no de forma absoluta, y, en lugar de buscar la manera de entenderse con el resto de los artistas, le dice al rey, que es como el comisario de la exposición: “¡Que pacten ellos!”, en un alarde unamuniano de pasar la patata caliente al siguiente. Y el siguiente, el PSOE, en un alarde de improvisación, se tira en plancha y firma con Ciudadanos una “performance” insólita (uno dice que es de izquierdas y el otro, que de centro) con toda la pompa que la circunstancia exige. Y a continuación le piden a Podemos que se junte a su “performance”, ya constituida en “instalación” (“Organización de un espacio o conjunto de objetos con fines artísticos”, la RAE dixit) porque quieren que la parte contratante de la primera parte (Rajoy) no figure en la obra. El resto es cosa conocida. Los críticos de arte creen que Sánchez y Rivera vendieron una piel de oso vivo; incluso algún miembro de la Factory del PSOE afirma que su partido se negaba de antemano a pactar con Podemos; y el paso de los días y la esterilidad de las reuniones alarga una situación que puede ser muy artística (democrática si lo es, porque está todo dentro de las reglas canónicas del Estado Español) pero no acaban de rematar en la obra final. Estamos ahora a punto de la tercera consulta con el rey Felipe, un tipo que debe estar aburrido de recibir a los mismos para las mismas mismadas, y que debe estar deseando que llegue el calor y las vacaciones para irse a Mallorca. Y si el 25 de abril (fecha revolucionaria a la portuguesa) no está terminada la instalación y la performance no da más de sí, habrá nuevas elecciones, lo cual, también sería una obra de arte. Unas elecciones son como fotocopias de las anteriores con unos cambios de color. Cuando escribo esto, todavía no hay señales de cambio, más bien de todo lo contrario: los artistas huelen a campaña electoral. Pero a lo mejor, de aquí al 25 aplican el ideario marxista, de Groucho (“Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”) y se juntan en un grupo escultórico para colocar en los jardines de la Moncloa.
Como en Warhol, no hay arte, hay artificio. El arte exige lucha, trabajo, contundencia y claridad, lo mismo para los grabados de Goya que para las Señoritas del Avinyó, pero no para una fotocopia de un plátano. Los amantes del Pop-Art estamos más por Liechtenstein que por Warhol. Por una obra que hable por si sola. Lo que estamos viendo en este proceso político es como la película de Warhol: un coñazo de siete horas de un rascacielos.

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