sábado, 18 de julio de 2015

Mejor la semana que viene

J.A.Xesteira
Es inevitable que al escribir sobre lo que pasa por ahí, el tema de Grecia y sus posibles consecuencias salte al cuello, como el gran bicho. Pero no. No se puede hablar de Grecia hasta que ruede la bola y pase lo que tenga que pasar (que muchas veces no es lo que debe pasar). A pesar de la verborrea incesante de los grandes expertos televisivos y radiofónicos sobre el tema, y a pesar de los ríos de tinta escritos en los periódicos y de la tinta invisible de las redes virtuales de comunicación, hablar de Grecia ahora mismo es hablar de nada. Porque puede pasar de todo. Con un pacto a lo “¡trágala, perro!” impuesto por un organismo sin cobertura oficial como es el Consejo de Europa y sus bancos tangenciales, Tsipras se enfrenta a una incógnita sobre el futuro. Europa también, y por mucho que nos digan lo que hay que hacer y lo que va a pasar, nadie da un duro (moneda anterior al euro, que tuvo en su cara a Franco y a los Reyes, en este orden) o un dracma (moneda anterior al mismo euro, pero en  Grecia, tenía en su cara a Homero y a Alejandro el Grande –las comparaciones son  odiosas–) por el futuro. Ni siquiera los gobernantes de Europa, que han defendido a ultranza la gran estafa promovida por el sistema capitalista y los fondos de inversión que poco a poco van privatizando un continente. Por tanto, ya digo, lo que vaya a pasar no lo saben ni ellos, y, en consecuencia, hablar de ello es inútil.
Lo decían Tip y Coll hace años, cuando había otro humor y otros humoristas en este país: “La semana que viene hablaremos del Gobierno”. Y a la semana siguiente, igual. El humor era surrealista y anarcoide, que decían que así era el humor español. Seguramente hemos cambiado, porque ahora el humor ni es surrealista (salvo alguna excepción esporádica) ni anarcoide. Del Gobierno, de cualquier gobierno, siempre es mejor hablar la semana que viene, pero los grandes expertos no son de ese humor, y además les pagan para hablar esta semana y no la que viene. Y precisamente en estos momentos, tanto el Gobierno en activo como los gobiernos del próximo futuro, que se ofrecen ya para ser padres de la Patria, están en campaña electoral, todavía en fase de “fashion”: como reconvertir a un político al uso, con su traje y su corbata, en un político guay (o cool, según moderneces). En eso están. Y para empezar han degollado a los inocentes que pasaban de los cincuenta, y han puesto en su sitio la generación Torrebruno (todos los que veían al inefable animador infantil mientras comían el bocata nocilla). El mismo PP, en un arrebato de “aggiornamento”, se presentó con un nuevo logotipo que recuerda la cara del niño de las patatas Matutano, y con un elenco de jóvenes sin corbata, en mangas de camisa y sonrisa de ortodoncista caro. Pero, ay, se les notaba que aquella camisa había llevado corbata y chaqueta. Hay cosas que trascienden y calan en la sociedad hasta extremos inpensables. Uno de mis nietos –les juro por la bolita del Niño Jesús que el detalle es verídico de toda verdad– se acercó a un empleado del Corte Inglés, trajeado a la usanza de la empresa, posiblemente un jefe de planta, y le preguntó: “Oye, ¿tu eres presidente?” El pasmo del empleado lo dejó mudo; más cuando el niño añadió: “Es que vistes como los presidentes” El imaginario social es así. Y da lo mismo que intenten cambiar, porque, al final el hábito hace al monje.
Por eso no hablaré de Grecia ni del Gobierno hasta la semana que viene, como aquellos dos genios. Hablaré de lo que habla la gente por la calle, aunque sean lugares comunes y sobados. La gente habla del calor, que nos aplana desde hace tiempo, pero lo hace con datos; nadie dice “¡Que calor!” sino “A las dos de la tarde hacía 35 grados en tal sitio; es este viento del Sahara que nos reseca; sin embargo, a las cinco, en la playa entró una niebla del mar y cambió el viento al noroeste, y enfrió que no se podía estar. Así andamos todos, con trancazo, por culpa de los virus. Si lloviera un poco limpiaba el aire y, además le hace falta para las viñas, que este año me parece que vamos a tener poco albariño y malo”. Todo un tratado de meteorología, enfermedades contagiosas y vitivinicultura en un sólo tomo. También se puede hablar de fútbol y los traspasos de verano, pero mejor, no, porque hablar de fútbol es como hablar del gobierno pero con las pasiones desbordadas. O podíamos hablar de los gin-tónic, que es una cosa de mucho alcance y profundidad. Se mantiene la moda de saber de vinos, y descubrimos en cada amigo, sin sospecharlo, un nuevo experto en añadas, retrogustos y variedades; pero a esos mismos se añaden ahora los adoradores del gin-tónic. De eso se habla y se debate mucho. Siento decir que yo no soy bebedor de gin-tónic, porque nunca me gustó la tónica. Pero me interesa el asunto como teoría y porque muchos de mis amigos hablan de las maravillas de la combinación alcohólica de origen británico; saben las tónicas de moda y las ginebras de mejor paladar. Y los añadidos, porque, ahí si que la cosa toma su punto de debate. Los hay que sostienen que basta con los elementos básicos: gin, hielo y tónica, con un toque de limón, y los hay que le añaden hierbas y hierbajos. Hace unos días entré en una tienda especializada en alcoholes y pregunté por los productos que venden en tarritos, y que van desde los tres euros hasta los veinticinco, según el exotismo de la hierba o la semilla. Los precios de la ginebra y las tónicas también oscilaban hasta altos presupuestos. Ese si que es un tema para debatir por expertos, sobre todo en verano.
Como Tip y Coll, la semana que viene hablaré del Gobierno. Del Griego. Si para entonces existe.

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