viernes, 10 de julio de 2015

Un gobierno no es un país

J.A.Xesteira
El gran drama de los ciudadanos de cualquier país es que tengan que responder por el Gobierno que, supuestamente, les representa. Pongamos que hablo en democracia, porque en las dictaduras, da lo mismo, la ciudadanía  no tiene voz ni voto, ni responde por nada. El otro día, en un debate en el parlamento europeo, un representante de la derecha española decía que España ayudó a Grecia con no sé cuantos millones; otro político del Gobierno español decía que España hizo los deberes; un político más, éste europeo, decía que Europa no puede esperar más por Grecia, que en su momento no hicieron las reformas exigidas y ahora pasa lo que pasa; y, para terminar, la Dama de Palo, Angela Merkel, dice que Alemania no va a ser la salvadora de esos del sur que se pasan el día con la tripa al sol, en lugar de emigrar a los países del norte a trabajar para que los ciudadanos del norte puedan ponerse con la barriga al sol en el sur. En todos los casos, todos estos políticos, representantes legales y elegidos democráticamente por los ciudadanos que dicen representar, hablan de sus gobiernos y de las decisiones de sus gobiernos como si fueran el país que les da cabida y licencia cuatrienal para procurar el bienestar de los ciudadanos. Se les llena a todos los políticos la boca con conceptos como España (o Portugal o Lituania) o, ya como hipérbole con la palabra Patria. Pero, ¿podemos –o pueden– decir que es España el Gobierno actual del PP?, o ¿puede decir Hollande que sus decisiones son las decisiones de Francia, o la dama teutona asegurar que Alemania es la que se cabrea en los parlamentos? En un sentido metáfórico, sí, si entendemos que la democracia tiene esos detalles de euforia representativa, según la cual cualquier majadero (que los hay y los hubo, de cualquier ideología) se arroga la autoridad para extender sus decisiones pataqueras a la totalidad de la nación. Sucede lo mismo con la palabra Democracia, un concepto resbaloso y comodín, que sirve para todo y se puede aplicar en todos los casos. Conviene, siempre que se hable de ella, que cada cual defina lo que entiende por democracia. No valen las definiciones elementales de que es la decisión de la mayoría, o que es un estado de organización política de elección de los dirigentes, y otros etcéteras. Porque demócratas somos todos, incluidos los franquistas que pasaron de la democracia orgánica de un día a demócratas-de-toda-la-vida, al otro. Sucede que, como suprimieron la asignatura de Ética, o Educación para la Ciudadanía, donde se explicaba esa cuestión, y se dejó la de Religión, que no lo explica (las religiones son, por definición, no democráticas, porque todo el poder emana de arriba, el pueblo no tiene vela en ese entierro ni en esa misa) pues no nos enteramos de lo que es la democracia, y así podemos usar la palabra como nos da la gana. Bajo la idea difusa de la Democracia cabe igual Gran Bretaña que Israel, Italia, Irán, Uruguay o Guinea Conakry; y no son la misma cosa, aunque celebren elecciones de vez en cuando.
Los representantes políticos hacen leyes y, como se supone que los votos y los pactos con los que gobiernan les faculta para ello, puede legislar cualquier estupidez (los códigos legales con los que nos castigan están llenos de ellas) y decir que es en nombre de España que lo hacen, como lo hacen en nombre del país lo que se gasta en armamento o en ayudar a Grecia. Pero no; las decisiones son de los gobiernos, no del país, que, en el mejor de los casos, puede protestar por esas decisiones en la calle.
Pero ni siquiera esas decisiones son propias de un país, aunque se cite el nombre de España como parapeto de las decisiones de un gobierno. La realidad, cada vez más evidente, es que existe una relación supranacional de eso que llamamos Europa que actúa como la metrópolis con relación a las colonias que constituyen cada uno de los países. Para entendernos; Europa, un concepto de difícil digestión, gobernado por una representación del Capitalismo más duro llamada Troika (dos bancos y un organismo político-económico) dicta a los gobiernos de las colonias lo que tienen que hacer y como tienen que gastar el dinero que les prestan. Esto funciona muy bien si los gobiernos son afines a la Troika y sus manejos (gobiernos casi siempre calificados de liberales o socialdemócratas, que son palabras vacías). Una vez que el experimento fracasa (fracasaron todos los experimentos patrocinados por la Troika, incluida la pretendida recuperación española) la responsabilidad asumida por los gobiernos se traslada al pueblo, y se invoca al nonbre de la nación. Si la gestión del experimento capitalista de Europa se la colgaron como medalla los gobiernos respectivos, el fracaso de la gestión se asume por el país. De ahí que las quiebras económicas, resultado de los experimentos europeos en colaboración (a veces delictiva) de muchos gobiernos, se tralade a las sociedades, a los países. El mangoneo bancario de Europa funciona mejor siempre que los gobiernos estén en el mismo juego de la Troika; todos los bancos funcionan mejor con el delito que con el ahorro honrado; todos los bancos viven de la corrupción, el robo y el tráfico del dinero, al que no le preguntan de donde viene cuando se abren las cuentas. Con los gobiernos sucede igual; mejor con los que acepten los experimentos europeos, porque, cuando pueda reaccionar un país, ya el gobierno es otro, y el que tiene que pagar la deuda es el país entero. La teoría es que el gobierno representa al país; en la práctica, no, porque las decisiones las toman los gobernantes de turno, sumisos con la Europa bancaria, no el país. Y en las horas duras, basta con dictar leyes duras con las personas para que Europa siga haciendo experimentos. En Grecia, al menos, han tenido la decencia de preguntar a los ciudadanos que quieren, y dijeron que No. Puede que sea un comienzo. O no. Veremos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario