domingo, 31 de agosto de 2014

El viaje instantáneo

Diario de Pontevedra. 29/08/2014 - J.A. Xesteira
El viejo dicho, atribuido a Franco de que hay que viajar menos y leer más periódicos (se suponía que cuando salías al exterior te enterabas de que lo que decían los periódicos españoles no coincidía con la realidad) ha quedado en eso, un dicho obsoleto, sobre todo, porque nadie lee periódicos, cualquiera viaja y el mundo ni es ancho ni ajeno, como titula-ba aquel novelista. Esta pasada semana que anduve en tierras donde no llovía y las cosas se pedían en otro idioma fui anotando los cambios del tiempo que, de año en año, aceleran la manera de ver y sentir las cosas, la forma primitiva de viajar, que consistía en contemplar y adquirir conocimientos, y algunos misterios más. El primer gran cambio (que quedará viejo el verano que viene) es el de la compra del billete de avión, la reserva del hotel o todos los requisitos necesarios para movernos hasta nuestro destino. El viajero se convierte, a causa de sus maquinillos conectados en red, en agencia de viajes, gestor de vuelos y reservista de hoteles, con su propia oficina, que lleva consigo en la pantalla que le acompaña ya a cual-quier parte. Sólo tiene que llegar al mostrador y “chequear” (palabra que estará en la RAE uno de estos días) lo que previamente imprimió en su casa, con lo cual se abre una tenden-cia a que desaparezcan poco a poco las agencias de viajes. Una vez instalado en su destino, el viajero comprobará algunas cosas misteriosas. Por ejemplo, que existe una red secreta mundial que rellena las tiendas para turistas con los mismos artefactos en todo el mundo, basta cambiar la gorra con el logotipo de Miami por el de Nápoles o Túnez, y en la camise-ta poner la ruina maya o la columna jónica. El resto es igual. Otro misterio insondable es el de los dibujantes en las plazas; en todas partes hay uno que hace caricaturas en un estilo que me atrevería a llamar neouniversal, en el que siempre hay una imagen de Stallone con sus ojos bovinos a medio caer. ¿Qué misterio se esconde detrás de ese estilo para que apa-rezca la misma caricatura en Paris que en Atenas? Cualquiera sabe. La fauna variopìnta del turista incidental es intercambiable; los vendedores locales conocen la nacionalidad del fo-rastero por algunos datos estudiados día a día (ese cuello del niki levantado sobre la nuca de los italianos; el color cigala de los británicos; la rotundidad pesada de los alemanes; las prendas Quechua de los españoles…); de España solo saben que existe el Real Madrid y el Barcelona, lo cual desdice un poco la rimbombancia con se se llenan los políticos la boca con la Marca España (no se encuentra un menú traducido al español en ninguna parte del mundo, e incluso en muchas partes de España).
Pero si hay algo que está cambiando cada hora es la fotografía. Desde que Thomas Cook inventó el turismo, cada viajero sintió la necesidad de llevarse la imagen de las ma-ravillas que iba descubriendo; gracias a ello y a la invención de las cámaras de fotos, tene-mos imágenes en blanco y negro de las ciudades antes de ser lo que son, y de sus monu-mentos antes de que los desgraciaran con un entorno de arquitectura dudosa. Esa necesidad de llevarnos los monumentos a casa se transformó más tarde en otra necesidad, la de lle-varnos los monumentos junto con nosotros mismos para recordar que bien lo pasamos. Después venían las sesiones de amigos en los que, de repente los atacábamos con las dia-positivas de las vacaciones; recuerden, se apagan las luces, se pone la pantalla y se colocan los carros con diapositivas en las que se nos ve felices en Florencia o en Cancún. Pero eso ya es prehistoria. La cámara digital eliminó los pases de fotos, y cada monumento (con no-sotros delante) se fotografiaba y cada viajero regresaba con mil quinientas fotos digitales que iban a parar a una carpeta de nuestro ordenador donde deben estar durmiento el sueño eterno) En un entorno de interés artístico o arqueológico se disparan miles de artefactos cada minuto; los turistas ya no se paran a contemplar el mosaico romano o el baptisterio paleocristiano, les basta con disparar el teléfono o la cámara con un teleobjetivo del tamaño de una alcantarilla y a otra cosa, que hace calor (siempre hace calor en las ruínas). Este año advertí un nuevo cambio que se veía venir; el “selfie”, esa estupidez de hacernos una foto a nosotros mismos junto a cualquier cosa (un  futbolista, un famoso, un cartel de un bar, la novia…) domina la tendencia fotográfica. Ya no se hace foto al monumento, nos la hace-mos a nosotros, pegados a la cara de la pareja, mientras que ese entorno patrimonio de la humanidad por el que nos movemos sirve de fondo difuso. Es como si quisiéramos dejar constancia de que estuvimos alli, y eso fuera, además, importante. Este año he visto una evolución: el “selfie” disparado por una cámara sujeta a una barra larga, como a un metro de nuestra nariz (incluso lo vi en el mar, dejajo del agua, con pequeñas cámaras sumergi-bles) y la variante de la novia posando en un estilo estudiado de revista. ¡Se acabaron las fotos en las que saliamos como palos, la pose impera!
Viajamos pero ya no aprendemos. Gracias al wi-fi podemos estar cenando en un res-taurante griego y, al momento, mandarle la foto a nuestros amigos para que se enteren (nos contestarán al instante) Incluso leemos los periódicos en nuestra tabletas. Ahora la actuali-dad cambia al instante, como las fotografías. Leemos que una tropa de absurdos se tira un cubo de agua fría por encima, y miles de imbéciles les secundan (incluído un avión contra incendios) y dicen que es por solidaridad (una palabra destrozada por miles de presuntuo-sos que ni se han molestado en consultar su significado) Gracias a nuestra tableta nos ente-ramos que murió Peret y Rouco Varela se fue de vacaciones forzosas (el Señor te lo dio el Señor te lo quitó) Por lo demás creo que no hemos aprendido mucho, ni viajando ni leyen-do periódicos.

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