domingo, 17 de agosto de 2014

¿Quién robo el verano?

Diario de Pontevedra. 15/08/2014 - J.A. Xesteira
Recojo la queja oída en una terraza: “Este año no tenemos verano; antes no era así”. Es cierto, como el verano está protegido por ley, que fija el día de entrada y de salida, si no se presenta en el puesto de trabajo, como este año, hay que abrir una investigación. No sé si está ya abierta, pero los Medios no dijeron nada, se limitan a decir si llovió más que hace treinta años o si los hosteleros se quejan. Pero tienen razón, esto no es verano ni farrapo de gaitas. Otra cosa es que alguien (una entidad superior y competente) haya robado el verano, lo que me parece más creíble. Cuando era joven y le preguntaba a mi abuelo (experto como marinero que era) por qué el tiempo andaba revuelto, él, instruído solo en su trabajo me respondía que “a culpa é das Atómicas”, con lo que generalizaba una opinión que después tomó forma científica: la influencia de la civilización en el clima, el deshielo de los polos, la capa de ozono, la contaminación global, el protocolo de Kyoto, los océanos considerados como basureros y todas esas cosas que ahora son un peligro real (pese a que los políticos de las potencias mundiales dicen lo contrario) Mi abuelo lo generalizaba en “las Atómicas”. Sea como sea, estamos a mediados de agosto y el verano de verdad no se presentó; sólo hubo presencias intermitentes de un día sol, otro lluvia, y cuatro días más de lluvia, y una mañana soleada con la tarde de llovizna. Y eso no es lo contratado. A este problema hay que añadir una novedad: la previsión del tiempo. Como decían en la terraza de más arriba, antes no era así. Uno salía a la calle y decía, hace calor o hace frío, o parece que va a llover. Eran sensaciones experimentales y con escasa ciencia. Pero ahora basta con que usted diga “¡Que hermosa mañana!” para que alguien a su lado le conteste: “Si, pero dan lluvia para las cinco y media”. Con precisión, con la expresión ya generalizada de que “dan lluvia”, como si fuera un regalo de alguien superior que tiene la facultad de dar o quitar las condiciones climáticas (esperemos que no sea cosa del Gobierno, porque, de serlo, en breve pasaremos de que nos “den lluvia” a que nos cobren por “dar lluvia”). La incorporación a nuestras vidas de los sistemas informáticos que la gente maneja a todas horas y en todo momento, hace que la vida sea un agobio. ¿De qué nos vale el sol que disfrutamos ahora mismo en la terraza del bar si sabemos que dentro de dos horas se va a nublar y después va a llover? Todos los dominados por el ojo que no duerme de la pequeña pantalla que marca sus vidas tienen un par de aplicaciones, por lo menos, sobre el clima, no le basta con Windguru, tienen además, el Meteo, el tiempo.com, Meteosat o cualquier otro. El caso es saber que nos va a pasar dentro de unas horas. La precisión es nuestra meta. Antes (también conocido como “el pasado”) usted tenía frío o calor, pero ahora no basta, si se le ocurre decir que hace calor, alguien (sacando el artefacto brillante y plano del bolsillo) le dirá que son 28 grados centígrados, pero que además la sensación térmica es mayor, de unos 30 grados. Esa información no hará ni que usted se sienta mejor ni que le alivie el calor, pero ahora tendrá calor con base científica. El verano de antes (del pasado) era diferente. Más imprevisto, menos científico, una hipótesis basada en la experiencia del lugar, según vinieran las nubes o los vientos. El de la terraza tenía razón, el pasado (también conocido como “en-mis-tiempos”) era mucho mejor el de antes, mucho más fijo, más estandarizado. No es que hiciera más calor, que aquí, en las rías siempre fuimos de llevar un jersey y una rebequita por las noches, que refresca, pero los veranos eran otra cosa. La única adivinación del futuro era a través de la información rural del Calendario Zaragozano (el Copérnico Español, editado por don Mariano Castillo y Ocsiero, juicio universal meteorológico, calendario con los pronósticos del tiempo, santoral completo y ferias y mercados de España), O Gaiteiro de Lugo (en galego por iniciativa de Filgueira Valverde) o el calendario de ZZ, en donde se daba información climática para todo el año. Otra cosa era que acertaran, pero era una manera de gobernar el tiempo al estilo actual: por decreto ley. Se decía en enero el tiempo que estaba previsto para noviembre, y aquello iba a misa; si después no se cumplía no era cosa de lo pactado, era una transgresión de la ley. El problema con el tiempo de ahora y el tiempo del pasado es que en español utilizamos la misma palabra para el tiempo que hace que para el tiempo que pasa; los ingleses distinguen con palabras diferentes ambos conceptos (no sé para qué, porque en Inglaterra el tiempo siempre es malo y les debería dar lo mismo “time” que “weather” Pero así, la cosa se convierte en un problema filosófico, existencial, a las preguntas de quienes somos y a donde vamos hay que añadir ¿y que tiempo va a hacer allí?. Pablo Milanés cantaba en su canción de hace tiempo que “El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos”, y el caso es que mientras nos ponemos “más mayores” (si, ahora dicen así en lugar de ancianos o viejos, y de paso le dan una patada a la gramática) nos roban el verano. Y además impunemente, sin posibilidad de reclamar. Aunque, llegados a este punto, y por seguir con la norma habitual, a lo mejor algún juez justo le da por tirar de la manta y ordenar a la Policía que habrá una investigación (Operación Meteo). Sospechosos hay a miles: multinacionales de transgénicos y sojas, petroleras, industrias contaminantes de carbónico en la atmósfera, países productores de la basura del primer mundo, y otro largo etcétera. Seguro que algún imputado caería. Y seguro que tiene metido el verano en un banco del Caribe.

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