domingo, 22 de diciembre de 2013

Aquel 20-D


Diario de Pontevedra. 21/12/2013 - J.A. Xesteira
Tal día como ayer hace 40 años el presidente del Gobierno, el almirante Carrero Blanco, fue asesinado en el atentado más espectacular que vieron los tiempos. Sobre el vuelo de aquel pesado Dodge Dart blindado por encima el tejado de un colegio ya se ha escrito todo lo que se debía, se especuló con todas las teorías conspirativas y de política ficción, e incluso se hicieron películas competentes con música de Ennio Morricone; la última, el año pasado, en una serie de televisión. Sobre la importancia que la muerte del segundo de Franco tuvo para el derrotero del país también se ha pontificado lo suficiente. Sorprende, sin embargo, el hecho de que al celebrarse un número redondo del aniversario de aquel hecho, de trascendencia evidente, no se diga ni palabra, ni siquiera por los aficionados a los aniversarios cuadrados de cualquier cosa. Parece como si aquel atentado de ETA, tan asombroso (incluso para los propios etarras) en su ejecución y resultados no interesara ya a nadie, ni a los que tratan de mantener el franquismo como fe ni a los que detestan el franquismo incluso como historia. La muerte de aquel presidente del Gobierno fue la “hazaña” de ETA más importante, y ahora, cuarenta años después, ni la prensa se molesta en airear en sus páginas ni un miserable reportaje encargado al último de los becarios. Nada, alguna noticia suelta avisando de la efeméride. En ocasiones similares, por motivos menos importantes ya tendríamos desde hace días a personas y personajes hablando de este hecho histórico (las más de las veces sin fundamento alguno, hablar por hablar y por lo que se cobra por hablar). La historia se escribe, muchas veces, de cualquier manera y se enseña de la misma forma. En los centros de estudio, desde el parvulario hasta la licenciatura universitaria, la Historia de España (incluidas las colonias, ex colonias y países con ganas de independencia) se detiene en el siglo XIX. La guerra civil queda a criterio del profesor de turno y la historia de las gentes de ahora simplemente no existe. Para la generación de los que vivimos el paso de la Transición, el franquismo es nuesttra historia, mientras que para los que andan por los cuarenta y de ahí para abajo, no es más que un capítulo, unas páginas más adelante de Viriato. No digamos el atentado de Carrero Blanco. Si en el tango veinte años no es nada, cuarenta deben ser dos nadas, pero la memoria de los que nacieron en el pos franquismo no conserva este veinte de diciembre de 1973. Los que sí lo conservamos en el recuerdo, sabemos en donde estábamos aquel día. Sucede con las muertes especiales; todo el mundo recuerda –o dice recordar– donde estaba cuando murió Marylin Monroe o John F. Kennedy, y seguro que podemos recordar perfectamente donde estábamos aquel 20-D. Yo estaba en un cuartel de Ferrol esperando marchar de permiso de Navidad que se truncó por el acontecimiento. A poco que hagamos memoria recordaremos que todo fue una enorme confusión mezclada con pasmo. No se esperaba nada parecido ni tan espectacular (esa debería ser la palabra, aunque no defina exactamente aquel atentado con explosivo suficiente como para mandar por los aires nada menos que al presidente del Gobierno Español y abrir un socavón que levantó la calle entera). La sociedad en general y los estamentos gubernamentales en particular (Gobierno, Ejército y toda la estructura de lo que entonces se llamaba Movimiento) quedaron pasmados; se vivieron horas de confusión en las que no se sabía que pasaba, se habló en principio de una fuga de gas, y para cuando se supo que había muerto Carrero Blanco, la confusión ya era total en todas las instancias; se produjeron situaciones esperpénticas, muy españolas, como la reacción del ministro de Educación, Julio Rodríguez, un personaje peculiar sólo comparable en el futuro con el ministro Wert, que apareció en el Pardo con una metralleta, dispuesto a la defensa de los valores patrios. Durante tres días la confusión y el estupor originó la parálisis del país, el acantonamiento de las fuerzas armadas (tres días armados todos los cuarteles sin saber que hacer exactamente), la persecución en busca de los terroristas, que no encontraron, los funerales de estado y aquella misteriosa frase del discurso de Franco, lloroso con la viuda del militar, “No hay mal que por bien no venga”, todavía hoy sin una explicación clara. Después vinieron detenciones de posibles cómplices, surgieron teorías conspirativas en las que se implicaba a la CIA (a los americanos no les gustaba nada el almirante, según se descubrió en documentos desclasificados años más tarde) y surgieron análisis sobre el caso. El presidente murió por ser muy religioso y cuadriculado: iba a misa todos los días a la misma hora y por el mismo recorrido; demasiado fácil para un atentado. El paso del tiempo explicó algunas de las cosas que hace cuarenta años eran sólo barullo y confusión. Se supo por boca de los autores como sucedió el atentado, se escribieron libros y, como dije, se hicieron películas. Todo cambió a partir de ese momento, y la desaparición del hombre de las cejas como los malos de Charlot fue como el principio del fin. Franco moriría dos años después y lo que sigue es historia que aprenderán los alumnos de dentro de cien años, porque para entonces eso será historia vieja. Hace unos días todos los medios de comunicación sacaron a relucir durante días los 50 años del atentado (magnicidio le llamaron) de Kennedy. Los 40 de Carrero parece que no interesan a nadie.

1 comentario:

  1. Echaba de menos un artículo hablando del tema. Es verdad. Parece como si nadie se acordase del atentado de Carrero. A mi me pilló en el colegio y gracias a él adelantaron las vacaciones de navidad.

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