domingo, 1 de diciembre de 2013

Vil metal


Diario de Pontevedra. 30/11/2013 - J.A. Xesteira
Todos los problemas de dinero tienen solución. Pero no hay solución si los que manejan el dinero no quieren resolver. Miren, sino, a la peculiar presidenta incombustible de Argentina; creó una crisis internacional al echar a Repsol de su petróleo y lo disfrazó de patriotismo; acto seguido, en lugar de nacionalizar sus recursos petrolíferos, los vendió a la estadounidense Chevron, con lo cual, en el viaje, algún dinero debió quedarse en manos patrióticas. Después de las llamadas a la defensa de la patria, argentinas y españolas, como el problema era solo de dineros y no de patrias, la cosa se resuelve en un pispás: Repsol (que no España y su marca registrada) cobrará unos 5.000 millones de dólares y todos contentos. El dinero no huele, como decía el emperador Vespasiano, que cobraba impuestos por las cacas de los romanos. Ni tiene alma ni está de parte de nadie; es como la copla: va de mano en mano y alguien se la queda, preferiblemente en una cuenta en un paraíso fiscal. Por tanto sirve igual para comprar un arma para matar que para comprar un antibiótico. Desde la moneda de los Evangelios que había que darle al César y no a Dios (no sé que parte de los Evangelios –Mateo 22, 21– no entendieron los cristianos y Hacienda) hasta la tarjeta de crédito hay un largo camino, pero está empedrado con las mismas piedras de siempre. Cada vez se ven menos monedas y menos billetes; nuestra cuenta corriente no es más que una lista de números en una pantalla de ordenador que nos permite comprar en el súper o en Wall Street, es lo mismo. Lo que valen son las intenciones. Leo el periódico, veo las noticias de la tele (cada vez menos) y parece que están hablando de sucesos distintos, de vidas, de muertes, y de políticos que hablan, de deportistas que alegran la tarde con un gol, de actores que recrean historias, de las cosas que pasan, pero en el fondo sólo están hablando de dinero. En una página suben las acciones eléctricas y en otra se nos dice que a 1,4 millones de hogares (multipliquen por familias) les cortaron la electricidad por no tener dinero para pagar el recibo de la luz. En una página se hace balance de las miles de viviendas que se construyeron a mayor gloria del negocio inmobiliario, y en la otra se nos cuenta cuantas familias fueron desahuciadas por impago. Podíamos continuar con los contrastes, pero estaríamos hablando de lo mismo, es el mismo dinero que va de unas manos a otras. Porque el dinero siempre no se crea ni se destruye, simplemente se deja ir de un lado a otro, porque no tiene tripas ni alma. Las personas, sí. Y a veces la venden a cambio de cualquier cosa. Robert Johnson dicen que la vendió al diablo en un cruce de caminos a cambio de un acorde perdido de blues. Otros son más prosaicos, la venden a cambio de un poco de poder político, o de confort y viajes a las Seychelles, o cambio de cualquier tontería. El ser humano está hecho de esas mierdecitas también. Y de vez en cuando esos seres humanos que pensaron que el dinero les daría una gloria a su medida, caen, precisamente por su vanidad y por el dinero. Hay historiografía suficiente como para avalarlo. Recordemos que Al Capone no fue encarcelado por asesinar o mandar asesinar a unos cuantos colegas que estorbaban, lo encarceló el departamento de Hacienda por fraude fiscal (todos sus negocios estaban en lo que hoy llamaríamos «ingeniería financiera») Al final cayó por el dinero, que era, a fin de cuentas, el objeto de su negocio y el objetivo final de sus delitos. Las leyes suelen adaptarse a los tiempos, y los que poseen el dinero lo saben; por eso apoyan y presionan para que las leyes avalen sus intenciones. Piensen en Eurovegas, uno de tantos proyectos políticos que tratan de vender con el argumento de que creará muchos puestos de trabajo (no sirve: muchos narcotraficantes conocidos utilizaron antes el argumento –cierto, por otra parte– de que daban de comer a muchas familias) Para crear ese emporio de juego y otras cosas el Gobierno español tendría que cambiar algunas leyes, facilitar que los premios no estén sujetos a tributación en España, y cambiar la Ley de Blanqueo de Capitales y Terrorismo para que, precisamente, se puedan blanquear dinero mediante las apuestas. Las Vegas, una ciudad artificial, fue creada por gánsters, con el único fin de blanquear dinero. Es posible que Eurovegas se construya. Se verá, solo hay que esperar. En este momento estamos en la etapa de las frases y las promesas. Estamos en el momento de vender la burra ciega. Pero no habrá que esperar mucho para ver que pasa. Hace unos días estuve en Madrid y al paso por las circunvalaciones se pueden ver edificios y esqueletos de edificios muertos que en su día fueron frases y promesas, como el Centro Nacional de Oncología o la ciudad de la Justicia, monumentos de hormigón a la estupidez que da el poder. Tumbas de millones de euros públicos que nunca recuperaremos. Acaban de condenar al que fuera «uno de los nuestros» en Valencia, a Fabra, el hombre de las gafas de malo que en su momento fue calificado por los más altos cargos de su partido como «político y ciudadano ejemplar» cuando era evidente que su actuación era perseguible de oficio. De momento lo castigan por fraude fiscal, que es cosa de dinero, y no por cohecho y tráfico de influencias, que es cosa de ética política. Fabra era el factótum valenciano, en su mano comía el poder y ponía y quitaba políticos levantinos; presidentes y demás se dejaban querer y fotografiar en los veranos de la bonanza; fue más allá de las frases y las promesas y dejó para la posteridad un aeropuerto que es el emblema del país, una tumba faraónica (una de tantas –recuerdan el Gaiás?–) en la que se ha enterrado mucho dinero público. Vil dinero en sus manos, que podría ennoblecerse solo con cambiar su destino.

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