domingo, 15 de diciembre de 2013

Es un país para viejos


Diario de Pontevedra. 14/12/2013 - J.A. Xesteira
Decidió ir al cine. Se fue hasta el centro comercial, se acercó a la taquilla y pidió a la muchacha: «Una entrada para viejos». La muchacha se sonrió y le vendió la entrada de precio reducido para Séniors, que es una manera fina de llamar a los viejos (también les llaman «tercera edad», «mayores» y otros eufemismos; a él le gustaba cortar por lo sano y llamar(se) viejos a los viejos). Comprobó en la cartelera que todo el cine era para viejos y para los nietos de los viejos: dibujos animados de navidades, una reunión en la cumbre de viejos de Hollywood en Las Vegas y el resto eran variaciones sobre juegos de consola llevados a la pantalla para pasto juvenil; los argumentos eran del tipo de «jubilado conoce a viuda» y «una abuela decide ir a vivir su vida por su cuenta, encuentra a un amor». De repente se dio cuenta de que el mundo se había vuelto viejo al mismo tiempo que él. Por la mañana pasó por delante de un banco; en la puerta protestaba un grupo de personas con camisetas que recordaban el robo de sus ahorros: todos eran viejos. Recordó dos canciones, la de Pablo Milanés («el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos...») y aquella de Paul McCartney, Yesterday, escrita por un muchacho de 18 años que se ponía en el pellejo de un viejo para analizar su ayer, cuando todo era imprevisible y parecía lejano un futuro que llegó demasiado pronto. Mientras tomaba un café antes del cine leyó en un periódico: «España se hace vieja. Cae la natalidad y la población envejece». Le vino a la memoria un tiempo viejo cuando los periódicos hablaban de una situación parecida y la reacción de un ministro franquista (más adelante transmutado en demócrata-de-toda-la-vida) que vino a decir que «había que follar más y tener más hijos»; el ministro no se daba cuenta de que no existe una relación causa-efecto entre el follar y tener hijos si los participantes no quieren; y así hicieron lo primero y evitaron lo segundo con los grandes avances de la farmacopea. Recordaba nuestro hombre aquellos tiempos del ministro y Paul McCartney, su juventud, como la época en que el Capitalismo descubrió a los jóvenes como los grandes protagonistas del consumo. Él mismo fue uno de los destinatarios de los bienes de la Sociedad de Consumo, recién inaugurada; música, ocio, diversión, cultura, artes, cine, bienes materiales..., todo estaba destinado a él como consumidor joven. Y ahora, paradojas de la vida, volvía a ser objetivo económico: sólo los jubilados pueden gastar; la juventud y la clase media acaban de descubrir que lo prometido sólo era deuda y nada más que deuda, ni bienestar ni derechos adquiridos. Ahora mismo la fuerza de cambio social de la economía eran los viejos y los niños (estos, grandes consumidores por vía interpuesta de padres, abuelos y amigos de un mundo de productos de consumo destinados a ellos) Los gobiernos lo saben y crean sus planes pensando más en los jubilados que en crear puestos de trabajo. Saben que son miles las familias que sobreviven gracias a la pensión del abuelo, y saben que los abuelos, producto de la época en que conquistaron sus derechos laborales y aseguraron sus pensiones, están sosteniendo a sus nietos en paro. Leía en el periódico que el comercio actúa pensando en los viejos; productos más fáciles de llevar, con letras más grandes y con los conocidos trucos: bueno para el colesterol, biosaludable, sin azúcares añadidos, con fibra para el tránsito y un largo etcétera de mentiras a medias. Pensó también que hay más viejos porque la medicina alarga la vida de las personas y eso genera riqueza en gasto farmacéutico y sanitario (que, no olvidemos, pagamos con dinero público, no con dinero de los gobernantes, como parecen hacer creer) Pensó, mirando hacia el vacío, que las empresas se dieron mucha prisa en jubilar y prejubilar a los mayores de la plantilla, y ahora tenían a una legión de jóvenes baratos contratados en precario, que no tenían experiencia decisoria en su desempeño (total, para lo que les va a durar el contrato ni se molestan en interesarse por la empresa) Veía en los anuncios del periódico que los bancos echaban sus redes entre esa tercera edad; en los anuncios aparecía gente de su quinta, con sonrisas juveniles, como si el banco fuera un concierto de los Rolling (por cierto, gente vieja haciendo viejo rock) Él era el objetivo de los grandes pescadores del dinero: Gobierno, comercio, banca... Pensando un poco más recordó cuando se hizo viejo; fue aquel día en que los presidentes de gobierno ya eran más jóvenes que él. Los papas, no, porque siempre los eligen caducados. Pensó también como la edad no tiene que ser la medida de las cosas. Le vinieron a la memoria viejos con capacidad suficiente para seguir creando una obra como hace cuarenta o cincuenta años: el mismo McCartney y el rolling Mick Jagger, dos vejestorios en el escenario, o Serrat o Dylan, por seguir en el mismo terreno, o los Monthy Phyton, que renacen de sus cenizas, o, yendo más lejos, Pete Seeger, con 94 años, todavía cantando contra el sistema, o, el máximo de los máximos, el portugués Manoel de Oliveira, que a sus 105 años está preparando otra película (la última fue del año pasado, y la palma de Cannes la ganó en 2008). Y el fallecido Mandela, que consiguió congregar en su entierro a la mayor colección de cantamañanas oficiales que parece que fueron a hacerse ver y retratarse con sonrisa de triunfadores. A veces –recordaba– escuchaba aquella frase de Churchill de «Quien de joven no es de izquierdas, no tiene corazón; quien de mayor no es de derechas, no tiene cabeza». Pensó que Çhurchill era como el ministro que no entendía lo de tener hijos, y que era gran admirador de británico. Los viejos que importan mantienen frescas sus ideas y jóvenes sus rebeldías. Y levantándose se fue al cine con su entrada de viejo sénior a ver la última de Woody Allen, otro viejo.

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