sábado, 23 de marzo de 2013

Cambia, todo cambia


Diario de Pontevedra. 22/03/2013 - J.A. Xesteira
Nadie se acuerda ya del papa Benedicto, retirado en esa especie de exilio a petición propia, y todos los focos están situados sobre Francisco. Al margen de todos los chistes fáciles que ya se han inventado sobre la marcha (como el de «los hombres de Paco» para sustituir a la guardia suiza) el nuevo jefe de estado vaticano, obispo de Roma y representante de Cristo en la tierra está siendo observado, estudiado, comparado, analizado e investigado en su pasado para saber por donde pueden ir los tiros de la Iglesia Católica. Cualquier pequeño indicio diferencial con respecto al antecesor, a la curia, al estilo imperante en las intrigas cortesanas es diseccionado para creer que los tiempos van a cambiar. Quizás se deba más a los deseos de que los tiempos cambien que a la lógica del tiempo que corre a su ritmo. Quieren ver aires nuevos en la católica organización para que, de alguna manera, cambien otras cosas más mundanas, como los tiempos de crisis y la depredación del Capitalismo. Quizás un regreso a otros tiempos pasados del papado traiga aquellos otros tiempos que se correspondían con ese papado. Algunas voces han comparado la elección de un papa argentino, raro, con poca majestuosidad, más de parroquia de barrio que de diócesis capitalina, con aquella otra de la década prodigiosa de Juan XXIII, un cura gordo con pinta de pardillo, que resultó la gran figura de su tiempo; claro que su tiempo era un tiempo especial, con un Vaticano II y dos encíclicas, una para los trabajadores y otra para la paz en el mundo. La necesidad de que aparezca alguien en el momento actual que catalice los deseos de que todo cambie de verdad y no al estilo lampedusiano, provoca esa búsqueda de detalles en el nuevo papa que hagan concebir esperanzas. Un compatriota del obispo Bergoglio, cantaba aquello de que «Cambia, todo cambia...» Y en eso están todos, esperando que las cosas cambien. El papa Francisco es jesuita, una organización religiosa que solía tener un jefe al que llamaban «papa negro» y que no iba por lo caminos marcados por la curia y las fuerzas dominantes (léase Opus Dei y variaciones sobre el mismo tema) y eso se quiere ver como una novedad con difícil lectura y pronóstico. Por otra parte se le echa encima la sospecha de colaboracionista con la dictadura argentina, pero ese tema es mucho más difícil de explicar en un contexto, el argentino, dividido entre los que asesinaban, los asesinados y una ciudadanía pasmada y catatónica, sin respuesta ni acción. Irán apareciendo nuevas señales de su pasado, a favor y en contra. Y se verán sus gestos, su aspecto físico, sus pequeñas cosas, como indicios de los deseos de cambio. La misa del día de San José en la Plaza de San Pedro fue analizada hasta por el forro. Cada actitud de los líderes mundiales que estrecharon la mano y besaron el anillo papal (un anillo «pobre», de plata dorada, un gesto) fueron repasados para ver si la izquierda revoltosa suramericana se portaba educadamente con la institución. No hubo problema; todos colaboraron. La ropa del nuevo pontífice parecía de mercadillo, por comparanza con la de su antecesor, de diseño más pinturero; Francisco I llevaba zapato negro jesuita en lugar de rojo púrpura y su casulla parecía más un poncho que la capa recamada al uso (eso lo remarcaron los informativos televisados). Además se bajó del coche descubierto y se paseó a pie de adoquín, un hecho insólito y contrario a la paranoia de los tiempos que corren, llenos de guardaespaldas y cámaras de vigilancia. Para un tipo criado y vivido en barrios pobres de Buenos Aires, pasear por San Pedro con todo el servicio de gorilas con pinganillo y pistola en la sobaquera no es ningún alarde, aunque sea un papa de Roma. Por último, en su discurso usó palabras en desuso, que sorprendieron al personal analista. Generalmente los discursos papales son una colección de buenos deseos y retórica elemental: hay que ser buenos, rezar por la paz y el hambre del mundo y cuatro tópicos más. Pero Francisco I, de pronto, pide que trabajemos para conservar la tierra y pidió al mundo algo insólito: la ternura. Eso si ya es una señal, una bomba de profundidad. ¿A quién se le ocurre reivindicar la ternura, en estos tiempos que corren?¿Cómo se combina la «tenerezza» con la economía, el poder, la dura lógica de los grandes capitales, la indignidad de las leyes hechas a medida de la explotación de los más débiles? ¿Ternura? Me temo que a estas alturas, esa palabra debería ser subversiva, prohibida y sometida a vigilancia por las fuerzas del orden. Este tipo no sabe lo que dice, aunque lo haya dicho para el mundo entero. Mal empezamos. O bien, quien sabe. Puede que ese sea un indicio de que algo va a cambiar. Y a lo mejor por ahí podemos evitar que la caldera reviente. En todo el mundo se está ejerciendo, por parte de los que detentan los poderes que nadie les dio, una violencia sutil, encubierta, disimulada, creciente, difícilmente soportable, que puede acabar en una reacción igualmente violenta, de igual intensidad contra las instituciones, personas y fuerzas de opresión con resultados imprevisibles pero lógicos. La última guinda colocada sobre la clase media de los chipriotas a la que piden pagar con sus ahorros de toda su vida los desbarajustes que los ricos banqueros perpetraron desde sus negocios puede ser un detonante sin control. La vieja fórmula de privatizar los beneficios y socializar las pérdidas puede acabar como un rosario de la aurora. Pero Chipre decide cambiar y tomar otra vía, aún no se sabe cual, pero la iglesia ortodoxa ya ofrece dar al César lo que tenía Dios en sus bancos; algo es algo. Probablemente hay que reinventarse, tanto en Chipre como en España, y decirle a las cabezas dirigentes que la frase que había pronunciado Clinton ya no vale: «No es la economía, imbéciles, es la ternura». El nuevo papa quiere una iglesia pobre para los pobres. Lo primero le va a ser difícil, lo segundo es seguro.

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