sábado, 22 de diciembre de 2012

La Navidad es una película


Diario de Pontevedra. 21/12/2012 - J.A. Xesteira
Las Navidades y su entorno de fin de año son una época de cambios, seguramente (lo dirán los que saben de esto) de origen pagano que se cristianizó con la historia increíble del nacimiento de Cristo y todo el folklore que le rodea. Todo arranca de una historia escrita hace mil y pico de años por gentes que adornaron esa historia a su manera, y por los que vinieron después, que le fueron echando más personajes y situaciones al belén de la tradición. Por eso hizo mal el Papa en quitar a los Reyes Magos y a la mula y el buey de la imagen colectiva, alegando que no hay evidencias de su existencia. Hombre, puestos así, no hay evidencias de nada, ni siquiera de Cristo, desde el punto de vista documental y del simple raciocinio. Es cuestión de creerlo o no. La Navidad, querámoslo o no, es un cuento, una literatura, una tradición y una costumbre festiva. Es, por encima de todo, una película. Y lo digo con base científica. Si pensamos en la Navidad, pasada presente y futura, como la que escribió Dickens, siempre nos sale una película en nuestra pantalla de la memoria, ya sea «¡Que bello es vivir!», «Plácido» (tan de actualidad ahora mismo) o cualquiera con centuriones romanos o árboles de Navidad. No nos imaginamos la Navidad como un cuadro de Rubens sino como una película en technicolor de la Metro Goldwin Mayer. La historia oficial es un relato evangélico impreciso, de autor dudoso y de más dudosa verosimilitud. Pero ahí esta, y es una fiesta, y como tal la celebramos. Aunque la historia sea increíble: niño que nace en un pesebre de una virgen y que lo vienen a adorar unos magos de Oriente, y todo lo que viene después. Mucho más creíble es la otra película, ya que de cine estamos hablando, «La vida de Brian», obra de los Monty Phyton, dirigida por Terry Jones y producida por el beatle George Harrison (puso los tres millones de libras cuando la productora que iba a pagar el film se echó atrás tachando el guión de obsceno y sacrílego). La película, para todo aquel que la ha visto (caso contrario deben hacerlo, por higiene mental) es, en contra de todo lo que se dijo siempre, respetuosa con los evangelios, aunque cuente la vida paralela de un niño que nació en Belén en el portal de al lado. Brian no es nada más que la parte lógica de unos evangelios que necesitan de la fe para creerlos. Son la cara y la cruz (no vale el chiste fácil) de la religión; todo en la vida de Brian es lógico y sin milagros, es decir, vulgar y absurdo. Brian es la antítesis de Jesús, un tipo que quiere sobrevivir en medio de fanatismos religiosos y políticos, pero que acabará crucificado, pese a todo. La vida de Brian es evangélica, pero vista desde el lado razonable y humorístico del evangelio. El sermón de la montaña se contempla desde la perspectiva de los que están en las últimas filas. Con cientos de personas escuchando a un tipo sin micrófono y altavoces, los del final no se enteraban de nada, y comienzan a discutir entre ellos sobre el mensaje divino: todo acaba como en un debate televisivo. Los políticos de Judea, conspirando contra el poder de Roma, son todos frentes populares que se lían en sus propias empanadas mentales (igual que ahora mismo) y no resuelven nada. La religión es un invento para una masa que tiene ganas de creer en cualquier cosa («Idos a la mierda», dice Brian. «¿Cómo se va a la mierda, Mesías? Guíanos» le contestan). Esa es la auténtica película de Navidad, la lógica del evangelio, escondida debajo de la fantasía religiosa. Es el mensaje navideño más adecuado para estos tiempos, en los que la realidad nos la pintan como un misterio fantástico. Tenemos que creer en un dogma oscuro en el que se nos asegura que nos endeudaremos más allá de lo que podemos para ganar un futuro mejor, como si nos prometieran el cielo mientras nos echan a los leones. Tenemos que sufrir para ser devotos de la religión de la Marca España. Pero la realidad es otra, la de Brian. Y desde esa perspectiva podemos ver que todos estos que hablan en nombre de todos los españoles nos están liando. «Lo que quieren los españoles es....», suele ser el latiguillo corriente, como si todos perteneciéramos a la misma cofradía y le estemos preguntando al Mesias de turno por donde se va a la mierda. Aquí, el que defrauda triunfa, y el que denuncia al defraudador puede acabar en la cárcel, por mucho que el tribuno Montoro asegure que va a dar la lista de defraudadores. Ya hay una lista de todos los que tienen en Suiza (el único estado delincuente europeo, que vive exclusivamente del dinero de tiranos, traficantes, droga y todos los delitos que pueda usted suponer) y la ha dado a conocer un ciudadano que puede acabar condenado por revelar secretos de los delincuentes. Los dineros de la banca los hemos pagado y repagado, y la banca sigue cobrando y recobrando, sin que se vea el final del lío. Los ayuntamientos comienzan a cobrar el IBI a las universidades, donde ya no habrá nada que estudiar dentro de poco (ya no hay nada que investigar ni dinero para hacerlo), pero no le cobrarán nada a la Iglesia Católica, la multinacional con más inmuebles y terrenos de España. Ese es el espíritu evangélico de Brian, el espíritu del hombre vulgar. Como él, acabaremos crucificados. Pero como en la película, cantaremos aquello de «Mira siempre el lado positivo de la vida». P.S..- Todo esto lo escribo un par de días antes de que se acabe el mundo el fatídico día 21 (ayer), así que si usted está leyendo esto es porque los mayas se equivocaron. Los que creen en estas cosas estarán un poco chafados, pero pueden consolarse esperando que el Apocalipsis venga otro día, quizás por la diferencia de horario maya. De cualquier forma, lo mejor para creer en historias mágicas o religiosas es no poner fechas. Por si acaso.

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