lunes, 9 de julio de 2012

Criaturas de Dios


Diario de Pontevedra. 30/06/2012 - J.A. Xesteira
Los dioses siempre estuvieron en medio de la merienda desde que el mundo es mundo. Estos días, cuando los Hermanos Musulmanes, que son como la Democracia Cristiana en árabe, ganaron las elecciones en Egipto, el mundo occidental desempolvó el viejo disfraz del miedo al moro: van a mandar en el gobierno egipcio con la ley del Corán. Pudiera ser, pero es lo habitual en estos tiempos y lo fue siempre. En la Grecia antigua y poética había una amplia colección de dioses que discutían entre ellos y se peleaban en el Olimpo como si jugaran al futbolín con tirios y troyanos. La cosa cambió con los monoteístas, porque ahí era un sólo dios el que hacía y deshacía, y ese sistema se mantiene hasta hoy día. El dios de los israelitas les dijo cual era su territorio, la tierra donde tenían que construir su estado, y así, ayudados por Yavé, las cuentas corrientes y un armamento adecuado, echaron a los palestinos que vivían allí de siempre y construyeron una barrera dentro de la cual se encerraron con su dios y su armamento. El Islam, que es religión más reciente, se desperdigó en muchos países y se dedicó más a meter su ley coránica dentro de los parlamentos, para poner la ley de dios por encima de las leyes de los hombres. Los cristianos, en una amplia variedad de iglesias, se arrimaron siempre al poder y trataron de empapar a la sociedad de forma más sutil, de manera que cuando cualquiera de los suyos alcanzara el poder, llevara en su interior las enseñanzas evangélicas debidamente transformadas por el paso del tiempo y de los gobernantes de las iglesias. Los americanos llegaron a poner a Dios en su sitio, en el dólar, donde figura la ley suprema: “Nos fiamos de Dios” (al resto le cobramos en mano). Cualquiera de las tres religiones de un sólo dios, parten de libros escritos por personas que no usaban teléfono móvil ni tenían coche, pero que daban normas de vida para el futuro. Sus enseñanzas, muchas veces claras y transparentes, fueron modificadas según el tiempo lo aconsejaba, y según le conviniera al mandamás de turno. Las barbaridades históricas en nombre de los dioses fueron enormes, y se ha matado más en nombre de ellos que en nombre de cualquier otra cosa. Pero ahora somos civilizados, la palabra de Dios es una cuestión secundaria a la hora de manejar la sociedad, que distingue perfectamente lo que es del César de lo que es de Dios. Los islamistas de Egipto no son los únicos que están en el poder, y, además, no se sabe como van a gobernar, démosles tiempo. Hay otros gobiernos en este mundo que son claramente religiosos, y no me refiero precisamente a los dominados por distintos ayatolás, sino algunos con etiqueta de demócratas que mantiene situaciones de religiosidad medieval, cuando no leyes inspiradas directamente por los libros sagrados. No hablo del Vaticano, un estado atípico, un paraíso fiscal divino que hace aguas por sus inversiones fiscales. En ese estado religioso se mantiene un status eterno que avanza pegado al poder en curso; y en este momento, el poder es bancario. Y como todos los bancos del mundo, atraviesa por horas bajas (si esto fuera una homilía diría horas de tribulación, que es una frase del gusto católico) y trapos sucios; es el inconveniente de ser un paraíso fiscal en la tierra, en lugar de esperar al santo advenimiento para sentarse a la derecha del Padre Eterno. También, en el capítulo de las tribulaciones, se le abren vías de agua por otros escándalos: las millonarias indemnizaciones americanas por pederastias variadas y, lo último, un obispo argentino retozando en la piscina con su amante. (Hay que señalar que en Argentina las figuras públicas son atípicas; los dirigentes sindicales pueden salir en el “Hola” enseñando su mansión como Ana Obregón, así que un obispo y su novia, abrazados en Miami, es casi natural). En los estados modernos hay un deseo de desvincular la iglesia (sea la que sea) del poder político. Eso sólo cabe en una cabeza inglesa, que se inventa una iglesia propia, gobernada por el poder de la monarquía, pero deja el poder político en manos de otro equipo, una esquizofrenia muy “british”. El resto de los países van por lo laico más o menos, desde la Francia republicana hasta la variopinta Italia. Pero es difícil desincrustar muchos siglos de confesión religiosa de los gobiernos terrenales. Y más en la España que fue martillo de herejes y ultramontana defensora de Dios, incluso a cristazo limpio. Por mucho laicismo que se le quiera echar a la democracia, todavía los presidentes y ministros juran cargos delante de un crucifijo y los autollamados de izquierdas caminan en la procesión del patrono, tres pasos detrás del cura y dos pasos delante de la banda de música. Será difícil lijar viejas costumbres católicas, porque nuestra democracia está llena de estas criaturas de Dios, que crecen y viven en un medio natural en el que encuentran lógicas las prebendas y los tratados de “todo gratis” para los bienes terrenales y las subvenciones a fondo perdido para las buenas acciones de la banca vaticana. Las criaturas de Dios se ofenden si el cantante Javier Krahe blasfema por dar la receta del Cristo al horno. Una ofensa a Dios, dicen. Las criaturas de Dios se ofenden mucho más que su dios. O tienen tan asumida su condición de criaturas divinas que, como el juez Dívar, cuyos méritos religiosos son conocidos y su condición de hombre piadoso y temeroso de Dios es notoria, no entienden todo el escándalo montado por sus idas y venidas y sus cenas en compañía a la luz de las velas en Marbella. Si Dívar fuese argentino sería otra cosa y se hubiera ido a Miami. Pero, al final, el quid de la cuestión no estaba en un asunto de estricta justicia (el gasto de caudales públicos) ni de un pecado inconfesable, sino en un asunto de telebasura: con quién cenaba el juez. El puro morbo. El problema es que el artículo 525 del Código Penal, sobre el escarnio religioso no es de doble dirección.

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