jueves, 24 de noviembre de 2011

Sin novedades de mención

Diario de Pontevedra. 23/11/2011 - J.A. Xesteira
No hay novedad, señora baronesa, decía aquella canción de cabaret de hace un siglo. No hay novedad, todo sale según el plan previsto en el folleto de instrucciones, y según iban contando los periódicos de antes del 20-N, a dictado de las agencias de encuestas, que son como las manipuladoras de las buenas intenciones del ciudadano medio, la célula original que compone eso que llamamos masa y que sirve para que un filósofo las ponga en rebelión, para que acudan a votar según el plan previsto o para gritarle al árbitro. No hay novedad. Ganó el PP y perdió el PSOE, era lo esperado, el resto es la guarnición, que se reparte según el gusto de la temporada: suben los comunistas difuminados, se esparcen los verdes y aparecen nuevos brotes vascos. No hay novedad, se esperaba. Los analistas, sin embargo, están a estas horas repartiendo doctrinas sobre lo que ha pasado y lo que va a pasar, y ahí si que no hay base para establecer opiniones. Lo pasado estaba previsto y por mucho análisis con la lija fina, no hay mucho que rascar; se comprende que los analistas tienen que ganarse su comparecencia en las tertulias y en foros televisivos, pero todo lo que se diga sobre las elecciones pasadas suena a hueco; y sobre el futuro, sobre todo el futuro de la economía con respecto al nuevo gobierno saben tanto como usted, yo o el nuevo Gobierno, es decir, nada. El futuro vendrá y nos encontrará como siempre, con los calzones a media pierna. La economía no va a depender, como siempre, de que cambie el Gobierno, sino de fuerzas ajenas, esa especie de lado oscuro que nos maneja a todos sin que podamos hacer más que poner en práctica unas medidas que nos manda la Unión Europea y de las que todos hablan pero nadie las ha visto, como la Virgen de Fátima. La resaca electoral es la normal, los que ganan se felicitan y los que pierden se conduelen. Los primeros tratan de poner calma aunque se les note la sonrisa a punto de reventar de gozo, y los segundos ponen cara de dignidad de perdedor y una sonrisa a punto de estallar en un “mecagoental”. Lo normal, lo esperado. Los seguidores de unos y de otros, son los que están, de momento, como después de un “derby” Madrid-Barça o Celta-Depor. Porque en esta ocasión más que nunca, estas elecciones fueron un encuentro de la máxima rivalidad entre los dos galácticos y unos cuantos más que solo buscan plazas para campeonatos de segunda o clasificarse en la Copa del Rey. Los medios de información, cada vez más informativos y menos formativos, se comportaron como si estuvieran ante ese encuentro de fútbol esperado, esa final en la que había un claro favorito, que ganó con un gol en propia puerta en el descuento. Los titulares del lunes eran más de periódico deportivo que de prensa seria; salvo raras excepciones (una de ellas, este periódico en el que leen) todos los titulares fueron del calibre de: “Histórico triunfo”, “El PP barre” o “España entrega el poder” (esta es la versión selección nacional). Era también lo esperado, porque toda la campaña venía precedida por ese tipo de información futbolera, en la que hablan los entrenadores, se da cuenta de las lesiones de abductores de los candidatos, se pide al publico que acuda a las gradas a animar a los equipos con su voto. Todo el proceso fue deportivo, con esas filmaciones de los entrenamientos facilitadas por los propios equipos, saludando a los hinchas que se quieren hacer fotos con las figuras. El periodismo deportivo, con todos los respetos, es al periodismo lo que la música militar es a la música. Y ese espíritu periodístico contagió a todos los medios de comunicación, que se prepararon para una gran final de liga entre los dos grandes rivales. Nuestra democracia se rige por las reglas de la UEFA o algo parecido, y las leyes benefician exclusivamente que los dos grandes, los más ricos, sean los que compitan en las mejores condiciones; como si un equipo jugara con botas a la medida, patrocinadas por Nike y los otros jugaran descalzos. Son las reglas del juego y no hay más que decir. O si, y a lo mejor cabría pedir que ya es hora de cambiar el reglamento y que todos seamos constitucionalmente iguales. Entre tanto, hay que prepararse para cuatro años de Gobierno del PP y sus circunstancias. Las amenazas exteriores y el poder de Rajoy para conjurar los males es cosa que esta por ver, por mucho que los grandes estrategas periodísticos especulen, por mucho que los partidos políticos exijan y por mucho que el propio Gobierno que se constituirá el mes que viene prometa que va a arreglar en un plis plas. Lo que va a venir lo sabremos cuando pase y anunciarlo ahora son ganas de hablar para la feria. Sólo hay dos datos que apuntan pistas. El primero es el consabido efecto en los mercados, y si hacemos caso a la Bolsa, Rajoy no pudo entrar con peor pie, en medio de una caída de bolsa con lesiones cráneo-encefálicas. Los analistas se echaron a desmenuzar el dato, unos por la cara A y otros por la cara B, según les viniera en gracia el PP. Pero no deja de ser lo apuntado antes: ganas de dar la lata periodística; la Bolsa hace tiempo que baila a su ritmo su propio vals. No necesita que el vocalista sea de derechas o de izquierdas (sea eso lo que sea) sube y baja según le convenga al detentador del poder maléfico que suponemos que está en una torre riendo bajo una capucha siniestra. Debe ser así, como en los cuentos. Los mercados van y vienen a despecho de los Gobiernos. Así que, por ese lado, no hay pista. El otro dato es el de monseñor Rouco, que se apresuró a ofrecer a Rajoy, además de las felicitaciones de rigor, apoyo espiritual, como para asegurar que este es su hijo muy amado en quien se complace. Nada que temer, como la Bolsa, no es más que un efecto tradicional de la Iglesia Católica, que funciona a impulsos catequistas. El porvenir no lo controla ningún Gobierno. De eso nos enteraremos por los periódicos deportivos. Porque, como le decía Sherlock Holmes a su amigo: “La prensa, Watson, es una institución valiosa, pero sólo si se sabe como aprovechar su existencia”.

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