jueves, 17 de noviembre de 2011

El lado bueno de la crisis

Diario de Pontevedra. 17/11/2011 - J.A. Xesteira
Los malos momentos, por muy malos que sean, tienen su lado bueno. Ese era el mensaje de las viejas películas de Walt Disney y de la Historia Universal. Por ejemplo, la Crisis, una entelequia que sirve para todo, para justificar una situación como la que estamos viviendo y que no conseguimos entender, aunque sabemos que tenemos que pagar por ella. Es la Crisis, decimos, y con ello todo queda justificado, aunque no explicado. Sabemos de ella por sus efectos, que los podemos leer en las noticias, aunque no los vemos en la calle; sabemos de ella por los parados, las hipotecas, los pisos sin vender y todas las cosas que se acumulan en las estadísticas. Sabemos, porque lo dicen los políticos en campaña, que son el origen de todos los males que esconde el partido contrario. Y los políticos no mienten. Hay una Crisis, es mala, muy mala, pero tiene sus cosas buenas. Una de ellas es que nos sienta en nuestra butaca, nos pone en nuestro sitio, nos rebaja, nos recuerda lo que somos, nos despoja de vanidades y nos devuelve al otro lado de la frontera que nunca debimos traspasar; nos pone delante del espejo que nos devuelve la realidad de este lado, y no el País de las Maravillas del otro lado del espejo. Una de las cosas buenas, hablando en un nivel global (adviertan la frase, que parece dicha por un político en campaña) es que se ha cargado a Berlusconi, un delincuente antiguo que sobrevivió por encima de la moral, la ética, la justicia, la ley, se inventó una impunidad total, y todavía le quedó tiempo para irse de putas con cargo al presupuesto estatal. Y, por encima, con total desfachatez y con publicidad manifiesta. Pues lo que no fueron capaces de hacer ni sus adversarios, ni los jueces, ni las leyes, lo hizo la Crisis, precisamente el mar revuelto en el que los pescadores como él pescaban al arrastre por popa. El Capitalismo, como Saturno, devora a sus hijos. Pueden, como hizo Berlusco, torear a las leyes inventándose un escudo legal de impunidad; pueden pasar por encima de la moral y la ética, porque son conceptos que no se usan ya a estas alturas, sustituidos por el cinismo y la desfachatez; pueden incluso olvidarse de Dios y hacer que no oyen al Papa de Roma; pero lo que no pueden es pelear contra la Bolsa de Milán, la prima de riesgo, el diferencial de la deuda y otros conceptos esotéricos que te ponen en la bancarrota en menos que se tarda en apretar la tecla del “Enviar”. El encantador Silvio, aquel antiguo vocalista de canción romántica de cruceros, ha salido por la puerta de los abucheos gracias a la Crisis. Los italianos ya no son sus amigos, y él lo sabe. Sus fotos de estos días muestran su rostro, que en otro tiempo era una sonrisa de cirujano, como una máscara que se deshace poco a poco, como un cuento de Poe. Ya aparecen arrugas y flacideces. Es la Crisis. Ahora resulta que nadie quería a Silvio, pero todos votaban a Berlusconi. Es la vida. La misma Italia que saludaba al Duce a la romana, lo colgaba de los pies después de fusilarlo. En política te tratan mejor los enemigos que los amigos, porque aquellos los ves venir, y a los tuyos los tienes detrás. En política, los amigos que encuentras al subir son los enemigos que te encontrarás al bajar. Como en Italia y en el resto del mundo, hay un recambio de líderes, de dirigentes, de mandamases, todo gracias a la Crisis. A unos les pegan un tiro en la cabeza, a otros los encarcelan y los juzgan por su tiranía, a otros, simplemente, los mandan a casa y los sustituyen por técnicos económicos y banqueros (lobos cuidando el rebaño, como Monti y Papadimos, los nuevos tecnócratas de Italia y Grecia, miembros de la Trilateral de Rockefeller) y a otros los recambian en las urnas. Todo eso lo hacen los malos tiempos para la lírica que soportamos ahora mismo. Y lo que nos queda por soportar, porque todo eso no hizo más que empezar. De aquí a unos cuantos meses las cosas se van a poner impredecibles, por mucho que las agencias de calificación digan lo que dicen (decían que Islandia era Hawai y se equivocaron, pero da lo mismo). Europa tendrá elecciones variadas de aquí a nada, y el mapa político cambiará, y los que vengan saben que, más allá de afirmar que poseen la poción mágica del druida para resolver la Crisis, en realidad van a tener que aplicar lo que dice el libro de instrucciones: recortar beneficios ciudadanos para pagar viejas vanidades y estupideces económicas. Los que van a votar te saludan y esperan que lo que venga les solucione lo suyo, como si fueran ajenos al estado de cosas que competen al Estado. Como en Italia, pretendemos vivir en una eterna vacación y, cuando vienen las cosas mal, echarle la culpa a otro. Pretendemos solucionarlo todo con unas elecciones en las que nadie es consciente de lo que vota. Nadie recuerda a quienes llevamos al Congreso en la anterior legislatura, y mucho menos al Senado. Ni siquiera se sabe que se vota al Senado, otra entelequia en decadencia. Da igual, las dos cámaras están llenas, salvo los contados diputados y senadores que trabajan a conciencia (su conciencia), de personajes perfectamente substituibles por un programa de ordenador dispuesto a votar y con efectos sonoros de abucheos y aplausos. Una vez más serán elegidos 266 senadores que no servirán para nada, mientras se espera una reforma del Senado (que de verdad lo haga fuerte y necesario, en medio de una federalización lógica) y una vez más quedará pendiente una reforma de las leyes electorales que funcionen como una democracia real y no como un clásico Madrid-Barça. La Crisis trae cambios, pero, en el fondo, nada cambiará. Todos somos culpables de todo, aunque las pague Berlusconi. En este estado de cosas nadie es tan inocente que pueda decir que no lo sabía; es una cuestión de matemática elemental: gastar más de lo que hay es imposible. Al menos, la Crisis servirá para recordarnos quienes somos, de donde venimos y a donde vamos a ir.

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