jueves, 10 de marzo de 2011

Un millón de amigos

Diario de Pontevedra 10/03/2011 - J.A. Xesteira
Roberto Carlos debería estar contento. Sus deseos pueden haberse cumplido desde aquella canción que todo el mundo tarareó alguna vez (si, usted también, no lo niegue) en la que decía que no quería cantar solito, que quería un coro de pajaritos y tener un millón de amigos. Los deseos un tanto infantiles, aunque pacifistas, del cantautor ya se pueden realizar. Las redes sociales ya hacen posible que cualquiera, sin ser famoso ni tener club de fans, tenga un millón de amigos en la página de Twitter o Facebook. Basta con preguntar; Fulano quiere que Mengano lo tenga como amigo, y, si a Mengano le conviene, lo “ajunta” como antiguamente se hacía en las pandillas sin mediación cibernética. Y así, tirando de la red, pescamos millones de amigos que se van pasando en bloque de unos a otros. La velocidad de aceptación es enorme, como todo lo que sucede en estos momentos, la inmediatez manda sobre todo, y los nuevos avances, que hace años costaban años introducir en las normas de convivencia social, hoy se implantan en cuestión de meses. Ayer mismo, en un bar, esas ágoras nunca bien reconocidas, donde se puede analizar todo lo que está pasando, pegué la oreja a la conversación que mantenían el camarero-propietario y un cliente-amigo; comenzaron hablando de las orquestas gallegas, un tema en el que eran auténticos expertos y de pronto pasaron a hablar de sus páginas en Facebook, porque uno de ellos tenía como amigo a un cantante-vocalista, que acababa de entrar, pero, de paso, había borrado de su lista de amistades digitales a un pelotón de conocidos. Por las redes ya circulamos todos, de alguna manera, por activa o por pasiva. Reaparecen fantasmas del pasado; aquel amigo de la mili que no volvimos a ver (a pesar de vivir tres pueblos más allá), el compañero de bachillerato que ganó oposiciones de funcionario en una Diputación a tres provincias de distancia, o el tipo ese con el que nos cruzamos por la calle pero que rara vez saludamos. Todos, en la red social, se hermanan, se abrazan, se hacen amigos, se enseñan las fotos de los hijos, de los nietos, se mandan besos, exponen muchas veces sus interioridades, entran en las casas a través de la pantalla del ordenador, preparan fiestas sorpresa para el cumpleaños de la amiga, se anima a que escuchen una canción, lean un libro, vean una película, disfruten de la vida, o acompañan en el sentimiento de la muerte amistosa. Todo esto afecta a la sociedad en su conjunto y a la manera de relacionarnos. A partir de ahora mismo las cosas son diferentes. Los famosos lo entendieron antes que nadie, porque la fama es siempre una realidad virtual, y da lo mismo vivir en la fama que en Twitter. Los que manejan a los famosos y sus finanzas, saben donde hay que ponerlos. Hace unos días, un actor americano cuyo único mérito actual es ser marido de Demi Moore, fue suplantado por un pirata en su página de Twitter, a la que es un adicto, y en la que cuelga fotos de su esposa Demi en bragas y planchando la ropa (las adicciones suelen acabar en desfases). La noticia que informaba de la vida de este tipo en Twitter (da la impresión que todo lo filtra por su página) señalaba que tenía 511.920 seguidores (le falta otro tanto para tener el millón de amigos). Pero todos están ahí, y los nuevos valores del cine y la canción ya existen mucho más en Internet que en la realidad; de un cantante no conocemos sus canciones (ya nadie puede tararear un éxito, tampoco hay éxitos) pero todo el mundo puede ver a Lady Gaga vestida de bistés. Estamos ya en otro mundo. Y en ese mundo hay otros dos lugares, además del mundo del espectáculo, que buscan tajada de la oportunidad. Van con retraso, porque no se lo esperaban. El mundo de los negocios y el mundo de la política (cada vez más amigos) se encuentran con el hecho irrebatible de que la juventud vive en esos mundos en donde ellos todavía no mandan. Las redes sociales ya son un arma cargada de presente. La juventud, que nació delante de los paraísos artificiales en pantalla plana, es capaz de salir a la calle y plantarle cara al sistema después de “ajuntar” a un millón de amigos “y así más fuerte poder cantar”, como decía Roberto Carlos, aunque lo que le cantan son las cuarenta a los viejos dictadores árabes o a los nuevos políticos en cualquier parte que se presenten. Los que mueven los dineros del mundo, los delincuentes conocidos como financieros, banqueros, expertos y tiburones de las bolsas, todavía no han exprimido bien el mundo de la amistad en la Red, pero lo harán un día de estos. De momento, sólo los suministradores de vehículos amistosos, los fabricantes de artilugios para ponernos en contacto, se están forrando; dentro de poco, cuando recibamos un mensaje en nuestro correo de “el presidente del Banco de Santander –por decir uno, pero podía ser el de Wall Street– quiere ser tu amigo”, la cosa variará; tendrán ese millón de amigos y ya se encargarán de cobrarles una tasa de amistad. Los políticos lo tienen más duro; son gentes sin cintura, se les ve tiesos dentro de sus trajes. En realidad, los políticos son como los ciclistas, existen en la tele, que es donde se les ve sudar, dar el tirón, avituallarse, bajar los puertos, viajar en pelotón o caerse; fuera de la tele se les ve pasar en unos segundos, como una mancha de colorines. Deberían andar como locos intentando buscar en las redes sociales a dos sectores básicos, que existen ahí: los abuelos y los nietos, que son los que hacen amistades en Internet, bien con los colegas del pasado bien con los del presente. Los abuelos son la nueva clase social que puede montar un Tiannanmen como les toquen las narices, porque, además vienen sabidos de atrás (por ejemplo, a la hora de diseñar colegios, deberían tener en cuenta el área de espera de abuelos, y no es coña). Los nietos son los que pueden poner en pie de guerra a una legión de jóvenes parados suficientemente preparados para un futuro que no acaba de llegar y que puede sacarlos a la plaza. Ellos tienen un millón de amigos, y los políticos, de momento, sólo tienen un coro de pajaritos.

1 comentario:

  1. Me gusta, me gusta muchísimo! Y me emociona, porque yo tambien soy seguidora de la red social, y porque asistiré a la rumiación de la misma por parte del sistema (no sucedió lo mismo acaso con el Hippismo? no acabó acaso convertido en lo que denunciaba?, la intención es buena, el fondo también,...y cuando dejen de serlo -estaré atenta- me alejaré inmediatamente (que es a la velocidad que va todo). Buena reflexión, muy buena,....y muy bien escrito,..

    ResponderEliminar