jueves, 24 de marzo de 2011

Gente rara que hace cosas raras

23/03/2011 - J.A. Xesteira
Japón ya no es el mismo después del terremoto y el tsunami, dos palabras consustanciales con la isla del Sol Naciente, la primera, porque va unida a sus movediza estructura básica, la segunda, porque es palabra japonesa que han regalado al mundo. El destino de Japón parece ligado a los grandes desastres y, más concretamente, a los desastres que vienen de la energía nuclear. Con las bombas de Hiroshima y Nagasaki (un crimen de guerra contra la población civil que nunca llevó a EEUU a los tribunales, a diferencia de los procesos de Nurenberg) el imperio nipón entró en otro mundo, en otra dimensión, entró a la fuerza en el capitalismo obligatorio para todos los que perdieron la guerra aquella. Y lo hizo bien, aprendió de Occidente el asunto de la producción, y se colocó en los primeros puestos de los países productores. Y, cuando su economía andaba renqueante por uno de esos avatares de la vida, las fuerzas de la naturaleza se despiertan para recordar al mundo que todo el poder de los hombres puede acabar en un instante. Y vuelve de nuevo la amenaza atómica, de nuevo el miedo al uranio y al plutonio (el isótopo que nunca desaparece, el de la contaminación eterna). Y Japón, después de que contabilice los miles de muertos, todavía sin contar, entrará de nuevo en otra dimensión, como si acabara otra guerra que duró unos instantes. Lo vemos en la televisión y hay páginas sensacionales en Internet que nos muestran paisajes a vista de satélite antes y después del desastre; vemos en imágenes como la fuerza del mar arrastra aviones, barcos, coches, casas y (suponemos) miles de personas en ese caldo macabro, y vemos en directo como los japoneses andan de un lado para otro y se organizan de forma disciplinada, sin aspavientos, ordenadamente, casi sin lágrimas, para buscar a sus desaparecidos, llenar los bidones de agua o colocarse las mascarillas, como un ritual prefijado. Son gente rara que hace cosas raras. Parece que lo tienen ensayado, que, de la misma manera que tienen prevista una mochila para terremotos y aprenden unos protocolos para aguantar los temblores, lo mismo que sus edificios (no cayó ninguno de los grandes) están preparados para las grandes pérdidas, o para rajarse la barriga o para hacer el kamikaze. Puede que sea su concepto religioso, que aglutina lo mejor de Buda y el Tao, y les da esa solemnidad de espíritu que aflora en los momentos más dramáticos. Son raros, por lo menos visto desde aquí. Me gustaría saber que podría hacer con esta actualidad el fallecido maestro Akira Kurosawa, que desgrano en hermosas películas mucho de ese carácter japonés. Y me gustaría saber que puede hacer el maestro Hayao Mirazaki, él que ya nos pintó un tsunami y un desastre en su película “Ponyo en el acantilado”. La tierra de los árabes, dicho así en un sentido amplio, tampoco es la misma que hace unos meses. Las revueltas de Túnez y Egipto, que destronaron a los eternos dictadores pasaron a Libia, con las mismas intenciones, y amagaron con pasar a otros países (todos, sin excepción, están gobernados por elementos más o menos parecidos) Sin embargo, en Libia, dieron en hueso, El Gadaffi, ese personaje de carnaval gaditano o de moros y cristianos valencianos, es mucho más duro que los decadentes Ben Alí o Mubarak, y los rebeldes se lanzaron demasiado pronto a los kalashnikov sin calibrar el peligro. El resultado es que al final se arma una buena, con la intervención de EEUU, Gran Bretaña y Francia, al estilo de El Bueno, El Feo y El Malo, acompañada por la tropa secundaria habitual. Todo porque el hasta ayer amigo del alma El Gadaffi, ha dejado de ser amigo del alma y se convirtió en enemigo del cuerpo. Se le congelan los negocios y se le invade, para defender como siempre, a “la democracia y a la decisión popular”. Sin embargo, en la vecina Barhein, donde la decisión popular sale a la calle para pedir democracia (el rey es todopoderoso y la monarquía es hereditaria) es otro cantar; EEUU tiene allí una base y la invasión se hace al revés, para defender al tirano contra los revoltosos que andan por las calles desarmados. Son gente rara. Los tunecinos y egipcios, que han ganado un espacio para la democracia, irán, poco a poco perdiendo lo conseguido en las revueltas (todas las revoluciones que no se llevan hasta el final son revoluciones perdidas, miremos a Portugal o a Nicaragua) e incluso después de llegar al final, el tiempo acaba por oxidarlas y convertirlas en otra cosa. Los libios no llegarán a ver su revolución, simplemente pasarán de El Gadaffi a un protectorado occidental, que pondrá a un sucedáneo de títere (al estilo de Afganistán) para seguir disfrutando del petróleo. Los revoltosos libios, que no se sabe quienes son ni de que van, por lo que se ve en la televisión, se lo pasan divino disparando al aire, haciendo gasto y ruido, mucho follón pero poca cabeza. Gente rara haciendo cosas raras. Me gustaría ver una versión del mundo árabe joven realizado, por ejemplo por un externo, como el francés de origen hispano-argelino Tony Gatliff, pero estoy seguro que después de lo que será el mundo árabe dentro de un año, saldrán películas, realizadas por talentosos directores árabes de cine que nunca veremos ni podremos comprar en DVD, sólo aparecerán algunos en festivales como gente rara haciendo cosas raras. Y mientras tanto, los españoles. Sí que somos raros y sí que hacemos cosas raras. No hay más que asomarse a las televisiones, que oscilan entre subespecies humanas que se insultan o que aplauden a los que se insultan, hasta los políticos (raros dentro de lo raro) pasando por los grandes expertos que hablan de Japón y el mundo árabe (y, de paso de Zapatero y Rajoy) Y en la calle, millones de españoles, felices dentro de la crisis, que disfrutamos de la vida como budistas disparando al aire con un kalashnikov mientras esperamos por las elecciones de mayo como si fuera la liguilla de ascenso a tercera división. Somos raros, hacemos cosas raras. ¿Que haría ahora con este material espiritual el maestro Berlanga? A estas alturas sólo Alex de la Iglesia o Santiago Segura son capaces de retratarnos dentro de nuestra rareza.

1 comentario:

  1. q pena que sea uno cada semana,...cómo me gusta leerte...es como un paño de punto de cruz bien bordado, pero impresionista, distinto, brillante...artístico...

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