jueves, 16 de diciembre de 2010

Tiempo de espías y reglas del juego

Diario de Pontevedra. 15/12/2010 - J.A. Xesteira
Pasará seguramente a la Historia como el descubrimiento más importante de los secretos del Imperio. El inevitable caso de Wikileaks semeja al ventilador sobre el que se echa toda la mierda que cada país trata de ocultar. Sus efectos, en lugar de mancharnos a todos parece que, en realidad funcionan como un surtidor de abono, de fertilizante, de impulso para que crezcan más fuertes los brotes de las nuevas generaciones de ciudadanos. Lo paradójico es que los secretos no son nada nuevo, no ofrecen grandes descubrimientos. Sabemos que todos los países, todos los gobiernos, incluso, todas las organizaciones supranacionales, en forma de grandes empresas o corporaciones, guardan sus secretos ignominiosos, sus trapos sucios, mediante una red de espías más o menos eficientes. Siempre ha sido así, desde la clásica Mata Hari hasta Nuestro Hombre en La Habana, esa maravillosa novelita de Graham Greene al que puso vida en el cine Alec Guinnes. Los espías son una fantasía en sí mismos; no hay James Bonds ni aventureros con gastos ilimitados, ni siquiera quedan clásicos del grupo de Cambridge, como el Kim de la India o Anthony Blunt. La realidad es mucho más prosaica: cada embajada es un centro de información, muchas veces ceporra, que pone al tanto de lo que pasa en cada sitio a su país y como eso puede afectar a los intereses nacionales. Siempre ha sido así. Pero los secretos acaban por buscar la superficie, y los más vergonzosos, como la mierda, siempre acaban por salir a flote y contaminar las aguas. Por mucho que los grandes organismos de espionaje y contraespionaje intenten tapar las vergüenzas, siempre habrá una rendija en el sistema por la que se cuele la verdad. En el periodismo se glorificó el caso Watergate como un triunfo de la libertad de expresión, ensalzando a aquellos dos reporteros del Washington Post. En realidad, aquellos dos tipos no hubieran hecho nada si no hubiera un soplón por medio (el “Garganta Profunda”) y al mismo tiempo no hubiera intereses políticos en tumbar a Richard Nixon. Los tiempos traen otras novedades, y a los viejos sistemas se suman nuevos artefactos. El proceso es el mismo: una rendija en el complicado aparato de los espías. Ya se sabe que cuanto más grande es la estructura y más complejo su funcionamiento, más probabilidades hay de que se produzcan grietas por las que se escapen los secretos: un soldado de 22 años parece que es la rendija por donde fluyeron todos hacia Wikileaks. Y, para completar, la gran red universal que une a todos los ciudadanos con aparatos de uso común, ordenadores, teléfonos, blackberries, iPhon, y todo el amplio recurso de comunicación personal entre todos y cada uno de los vecinos del planeta Tierra. Y contra esto no hay manera de luchar, no se puede invadir con una fuerza de ocupación disfrazada de ayuda humanitaria o fuerza de paz; tampoco se puede prohibir ni cortar el suministro; es una fuerza mucho más poderosa que las armas. El Internet, un sistema que, aunque parezca de coña, fue inventado por los servicios de espionaje y defensa americanos, puede ser frenado, pero siempre acaba por buscar caminos, como el agua, imparable, según la filosofía zen de Bruce Lee (“Be water, my friend!”). Los EEUU se molestan mucho por las filtraciones, y acusan al principal responsable de Wikileaks de poner en peligro vidas humanas (americanas, se supone) pero, por el contrario, atacan a China por borrar de Internet los accesos a página de disidentes. Es decir, cada uno se queja de lo suyo y critica a los demás. Y, sin embargo, lo que nos cuentan todos los días en los secretos no es nuevo, ya son cosas sabidas, intuidas, supuestas. Ninguna novedad. Son cosas que el miedo al islamismo en general (al terrorismo islámico en particular, una cosa difícil de concretar) por parte de EEUU lo condiciona todo; que el Vaticano es un gobierno anacrónico, anticuado y cerrado es algo evidente, no hace falta que lo digan por vía diplomática; que los asesinos de los Balcanes están protegidos por mafias variadas y gobiernos amigos es algo más que evidente; que los países suramericanos “amigos” de USA son contrarios a Chávez, Morales o Castro, no es nuevo; que las menudencias españolas de cotilleo de amiguetes en el bar de cañas nos descubre las opiniones de los diversos embajadores, muchas de ellas peregrinas, y sus consejos de risa, es algo que no merece ni secreto de valija diplomática. La novedad es que los dirigentes del mundo, los poderosos, tendrán que cambiar de sistema; sus espías, sus sicarios, sus tapa-cacas han quedado al descubierto, y el propio sistema inventado por ellos se ha vuelto en su contra, como el aprendiz de brujo. No vale esgrimir el argumento de que las filtraciones pueden poner en peligro la vida de personas, porque lo que se revela es el peligro, con resultados de muerte, muchas veces, de otras personas que tenían la particularidad de que no eran norteamericanos y, por tanto, eran atacables. Pueden enfadarse mucho Obama y Hillary Clinton, pero los cibernautas son imparables, y si algunos gobiernos amigos tratan de detener la marea informativa, siempre habrá chavales expertos en saltarse las barreras de la Red. La regla del juego de espías es vieja. El juego sucio es secreto, todos los gobiernos lo hacen y crean esos gabinetes misteriosos, un poco peliculeros, con nombres míticos como CIA, MI5, KGB, Mossad o la española CNI. Sus métodos son ocultos y circulan por cloacas diplomáticas, pero el reglamento establece que si te descubren, te aguantas, es la regla del juego. Y en esta ocasión han puesto los trapos sucios al sol, y todos los podemos ver. Es el signo de los tiempos, y es sano que todos veamos que, realmente, la ley tiene unas fronteras para los ciudadanos y otras, muy distintas, para los que nos gobiernan. Wikileaks se ha convertido en una organización que hay que proteger, porque no es una chifladura de un tipo, Julian Assange, sino de un grupo organizado, necesario y útil a la sociedad. Y, sobre todo, ha puesto en limpio el viejo dicho: “No la hagas, no la temas” o, lo que es lo mismo: “El que la hace, la paga”.

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