jueves, 23 de diciembre de 2010

Hay poco ritmo de Navidad

Diario de Pontevedra. 22/12/2010 - J.A. Xesteira
El paso de la España blanquinegra de la mitad del franquismo a la de colores del desarrollismo (colores ya desvaídos, según se ve en Cine de Barrio) desembocó en la explosión de color y derroche digital del estado de bienestar con la democracia. Se puede notar en la Navidad, desde la berlanguiana de Plácido (una historia cruel y real como la misma vida) hasta la saturación estúpida de películas con Papá Noel con las que nos castigan las siestas televisivas de estos días. El cine, entre otras cosas, se revela aquí como un exponente claro de lo que está pasando por el mundo, para bien o para mal, para el documental o la ficción, para la verdad educadora o la mentira contaminante. Hay otros indicios que se recogen en las noticias de televisión, en las páginas de los periódicos y, claro está, en lo que vemos por ahí adelante y que es lo que nos llega más directamente. Como usted y yo no somos tontos y vamos con los ojos abiertos, no hace falta que seamos grandes analistas ni tertulianos de radio o tele; nos basta con ver los comercios, las calles y, lo peor, nuestra propia cuenta corriente, para saber que esta Navidad está en baja forma. Como si perdiera el ritmo. Nos lo dicen todos nuestros amigos: “Estas navidades hay que restringirse, que no están los tiempos para gastos” Y a lo mejor no es para tanto, pero el clima generado por las noticias del Apocalipsis que nos envían nuestros jefes mundiales, nos mete el miedo en el cuerpo, y de ahí a protegernos por si acaso, sólo hay un paso. Más allá de los papeles de Wikileaks, que son lo más importante que ha sucedido este año, por cuanto nos muestra la verdad sobre todos aquellos que gobiernan el mundo y la cínica ocultación a los ciudadanos de lo que está pasando, está la crisis, que es una palabra comodín, que lo mismo sirve para justificar una reforma laboral que para adorar al Niño Dios gastando lo menos posible. Por un lado, los papeles secretos de EEUU muestran como todos los dirigentes mundiales mienten –nos mienten– y nos cuentan unos cuentos que en el fondo no nos creemos pero que no nos queda más remedio que aceptar; por otro lado, nos dicen que las cosas están mal, que los bancos están pobres por nuestra culpa, por comprar acciones de alto riesgo y escasa legalidad, y nosotros les creemos, o no, pero no nos queda más remedio que hacer como si tuvieran razón. Y así estamos en la crisis ante el portal de Belén. Es sabido que las Navidades son un invento cristiano que, poco a poco se fue transformando en una fiesta comercial, al correr del tiempo, en la que cada año se agregan elementos de gasto y consumo para pasarlo bien y hacer que el comercio funcione. Si el primer belén de barro lo construyo Francisco de Asis, un chiflado medio hippy y pobre de solemnidad (siempre me pareció eso de pobre de solemnidad una expresión contradictoria) a partir de ahí la cosa se fue complicando y se inventaron “tradiciones”: el turrón, los regalos, el champán, las cenas de empresa, los grandes almacenes, los centros comerciales, las películas de dibujos, y la música ambiental de “ai-guix-yu-a-mericrismas” y “felís navidá” persiguiéndonos por los comercios mientras vamos tachando de la lista a los familiares y amigos con sus regalos comprados. El problema surge este año, porque el miedo a la crisis hace que se encojan las tarjetas de crédito en una reacción lógica. El consumo desciende, en parte porque, realmente, los tiempos económicos no están para bromas (los tiempos meteorológicos, tampoco) y en parte por el miedo a ser pobres después de haber sido ricos. Sin consumo, la economía se retrae, el comercio no tiene los beneficios previstos y el equilibrio entre el salario y el consumo se rompe. En realidad, el auténtico equilibrio lo están haciendo los ciudadanos, como siempre. La clase política mundial ya sólo es un ejército cautivo de la clase económica, que se han apoderado del poder y lo detentan ante la contemplación de los estados que sólo piden que unos extraños organismos poco fiables, como agencias de calificación, consultoras internacionales y fondos monetarios variados, digan qué país es bueno y que país es malo. No se extrañen, esto es el capitalismo, ¿o que pensaban? Hay indicios a escala mundial que detectan que la cosa se está poniendo fea. Son esas pequeñas notas que aparecen acá y allá que demuestran que la economía mundial se está derritiendo, como los casquetes polares. Claro que habrá grandes barandas del asunto que dirán que es falso lo del cambio climático, que no es más que una maniobra de la izquierda; pero eso son cosas que se dicen en los periódicos, pero que por nada del mundo se lo dirán a un andaluz inundado por novena vez en un año. Los síntomas son claros: en Estados Unidos han quedado en paro miles de papanoeles, que son esos tipos que tienen trabajo por lo menos una vez al año, por Navidad, contratados por agencias para ser alquilados a comercios y colocarse en las esquinas con una campanilla, a la vez que dicen: “¡Ho, ho, ho!” La crisis los ha mandado al paro o los ha sustituido por santaclauses de plástico, fabricados en China. Esa es la auténtica cara de la crisis, que no respeta ni a los símbolos. Se nota también en las rebajas, que ya han llegado antes que enero, como sistema para poder vender ahora, con la disculpa de los regalos lo que no se venderá ya en las rebajas del año que viene. Las rebajas son otra consecuencia del cambio climático de la Economía. Comenzaron hace unos días reduciendo la majestad del Rey, Principe y Papa a la categoría de puro oficio: rey, príncipe y papa, nombres comunes para personajes singulares. Lo hizo la Real Academia, quizás el único organismo oficial acorde con los tiempos que corren. Y se esperan rebajas en la guerra civil sobre las pensiones. El último parte dice que la OCDE quiere más años trabajados, y el ministro del ramo anticipa rebajas para después de las fiestas. Que sean felices fiestas, a pesar de todo.

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