viernes, 27 de julio de 2018

Jóvenes clónicos

JA.Xesteira
Uno se da cuenta del paso del tiempo cuando, de repente (siempre se da cuenta de repente, aunque el proceso viene avisando año tras año) todos los políticos son más jóvenes que uno. Uno se dio cuenta hace tiempo de ese detalle, cuando los presidentes ya eran más jóvenes y la sociedad se convirtió en un mundo de nietos. Como uno, por edad y profesión, conoció políticos de otros tiempos (el ser mayor, o viejo a secas, lleva aparejado el concepto de “otros tiempos”) de otros pelajes y otras modas, llega a este punto de cambio climático-político-económico-social con un poco de nostalgia y un poco de pasmo irónico ante la nueva fauna que dirige los destinos de este concepto llamado España; la generación de mis hijos, con el cuarteto general básico Sánchez-Rivera-Casado-Iglesias en primera página. Cada uno de ellos lidera un partido (aceptando partido como animal de compañía) y cada uno de ellos está entre los 37 y los 44 años de edad, y por su edad saben de los “otros tiempos” por estudios del instituto, no por experiencia propia. Para la generación de los jóvenes dirigentes convendría recordar algunos aspectos de la política de aquellos “otros tiempos”, después de la muerte del general que quieren sacar de su tumba farónica. Seguramente a la generación de los actuales dirigentes con mando en plaza les importe una mierda (la expresión, aunque malsonante e impropia de la buena educación recibida, la recojo directamente de la pandilla de mis nietos, que son de “estos tiempos”). No obstante, me creo en la obligación de refrescar la memoria histórica para los que piensen que todo este monte de orégano fue siempre así.
Había una vez una izquierda marxista, comunista, perfectamente identificable (antes por la policía y después por las papeletas de voto); había otra izquierda marxista, socialista, también identificable; las izquierdas cantaban La Internacional y levantaban el puño. Había también unas derechas, unas más extremas que otras. Ocurrió que las izquierdas se asomaron al vacío para sacar de allí votos electorales, y se cayeron dentro; nunca más salieron y los que quedaron arriba inventaron algo parecido, sin puños ni Internacional ni marxismo ni farrapo de gaitas. Las derechas se reunieron en una asociación con ánimo de lucro (unas veces, político y otras veces lucro a secas) y se convirtieron en una comunidad de intereses que niega ser de derechas y se definen como centro progresista o alguna tontería por el estilo. Desparecieron las líneas básicas, los programas, los idearios, las intenciones de organizar un Estado para los ciudadanos; todo se resumió en conceptos grandilocuentes, fáciles de retener pero sin más contenido que el de la mera propaganda: patria, España, clamor popular, Monarquía, República, independentismo, soberanismo… Simple retórica para tapar la verdadera madre del cordero: no hay un proyecto de resolver los principales motivos para estaar en un Estado: que nos den educación, que nos curen las enfermedades, que nos paguen la pensión y que no nos den la lata. Gobierno tras gobierno se pasan presupuestos entre los sucesivos dirigentes, y se gastan fortunas en cosas tan innecesarias como un recién estrenado submarino (un submarino no tiene utilidad pública, a no ser el submarino amarillo) aeropuertos sin aviones o autopistas sin coches (que cada uno ponga su gasto inútil favorito). Los nuevos dirigentes ni siquiera prometen que van a solucionar nada, simplemente se erigen en nuestros defensores por el simple hecho de organizar unas elecciones (primarias) entre su pandilla política, como los americanos.
Los cuatro jóvenes ya han tomado el poder; uno, Sánchez, desde el Gobierno, los otros tres, desde sus partidos. Es el relevo generacional. Nada nuevo salvo un detalle: son clónicos, como niños del Brasil. Salvo Pablo Iglesias con su coleta y su barbita de pirata, los otros tres son fisicamente intercambiables. Sánchez, Casado y Rivera tienen el mismo aspecto físico, esa imagen de yerno ideal para señoras bien. Y eso es preocupante, porque se pueden confundir. Son jóvenes, van a la misma peluquería y sonríen y hablan con un discurso aprendido en el “coach” de guardia; prometen las mismas vaguedades y su misión en política es oponerse a su enemigo, que no es más que uno de los otros dos (Iglesias es la rima en asonante).
De los tres, Sánchez, que ya preside España, solo ha demostrado buenas intenciones; consiguió con su moción de censura que el PP escorara (un poco más) a la derecha homologada en Europa, cerca de ese fascismo fashion (“fashismo”) en el que se mueven los últimos líderes europeos, con mensajes populacheros (no son lo mismo que populistas, ver diccionario de la RAE). Es un hombre en equilibrio inestable y tiene que pelearse con varias derechas, Ciudadanos y PP como elementos naturales y los independentistas catalanes y vascos (las derechas autonómicas) como amistades peligrosas. Rivera sólo quiere ser califa en lugar del califa, juega en terreno del PP (él y el otro son como Pepsi y Coca), y se mueve perfectamente entre unos y otros como pescador de ganancias del río revuelto por PSOE y PP. Iglesias es un pepito grillo avisando de peligros con mucho sentido común en un país de Pinochos, sordos y mentirosos. Casado, el chico nuevo en el barrio, ha conseguido triunfar en un partido que frenó una invasión femenina en sus filas, pero, nada más pasar los días de las sonrisas, encontrará trampas mortales, copas envenenadas y francotiradores en su propio partido. Y, además, ya ha visto afeitar el máster de la Cifuentes y debe poner el suyo a remojar. Por mucho que traten de inventar una teoría conspirativa para defender sus méritos académicos, sus títulos huelen a falso. Acabará (supongo) delante de un juez para explicarlo (de paso podrían juzgar a los que montan negocios con institutos de másters inútiles).
Los jòvenes son clónicos y dónde compramos a estos hay más (se me ocurre que el president del parlament catalá es otro clónico en versión hipster) El peligro es que sus ideas también lo sean. En “otro tiempo” no se podía confundir física o políticamente a Fraga con Carrillo ni a Felipe con Aznar. Gente rancia; estos otros están a medio cocer. Creo.

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