domingo, 1 de julio de 2018

Cuando los bancos

J.A.Xesteira
Hago (y propongo) un juego de memoria y ciencia ficción. La memoria: recordé el otro día, al ir a retirar dinero de un cajero, con el que mantengo (mantenemos) un diálogo mudo (elija idioma, ¿que quiere hacer?, ¿crédito o cuenta corriente?…, etc.) la primera vez que utilicé una tarjeta de plástico con la que me autorizaban a sacar el dinero de una máquina; me la dio un amigo de una caja de ahorros que me vendía el producto como una comodidad: podría sacar dinero de noche en medio de una juerga. Para los que estábamos acostumbrados a organizarnos con el dinero que retirábamos en el mostrador, con el DNI y nuestra cara conocida por los empleados, aquello parecía un paso en el vacío de la modernidad. Pensemos, y lo digo para los que se criaron en la era de las tarjetas, que en aquella antigüedad, yo era el Imponente, el que tenía mi dinero en una caja fuerte de un banco solvente y sólido, y las personas que estaban detrás del mostrador, todas conocidas, tenían traje y corbata. El caso fue que por la noche quise estrenar el avance imparable de la civilización, pero no me acordaba de la clave, y al tercer intento, la máquina tragó la tarjeta como si fuera un comecocos. Al día siguiente fui junto a mi amigo de la caja, que ya me recibió con sonrisas de mira-que-eres-desastretengo-tu-tarjeta; cogí la tarjeta, le pedí unas tijeras, la corté en tres cachos y se la devolví. Diálogo: “Eres un retrógrado”; “Ya, pero cuando todo sean tarjetas y cajeros, tu puesto de trabajo se va a ir al carajo”. Eso sucedió hace todo, y supongo que aquel amigo, al que le perdí la pista, hace años que estará prejubilado por un ere bancario.
Ahora vamos a la ciencia ficción, partiendo del presente.
Cuando los bancos no tengan empleados, los clientes seremos los que trabajemos para guardar nuestro dinero, y pagaremos por ello (ya lo hacemos), además de poner nuestros ordenadores y teléfonos a disposición de la entidad bancaria que nos hará un favor en dejarnos ser sus clientes, aunque nosotros pensemos lo contrario; nuestro dinero, nuestras líneas telefónicas, nuestros caros aparatos conectados a la Red y nuestro tiempo estarán a disposición de los bancos, y no nos darán ni las gracias por ello. No habrá horario, cualquier operación la haremos a cualquier hora y desde cualquier punto del planeta.
Cuando los bancos ya no tengan ningún empleado, el dinero no será más que un número en una pantalla. El papel y el metal sólo serán una historia encerrada en los museos, que visitaremos desde nuestra casa, en visita virtual. Probablemente (o seguramente) ya no habrá cajeros para hacer operaciones, porque no habrá dinero; y tampoco habrá tarjeta de crédito (será una rareza de coleccionistas); y las operaciones se efectuarán por un reconocimiento fisiológico, antropológico o una identificación intransferible, no sé, un ojo, la ceja, la oreja…Y a pesar de todo habrá robos de ese dinero metafísico que sólo cuenta en dígitos virtuales en pantalla. Claro, los ladrones no tendrán bancos para asaltar con una media por la cabeza y una recortada, pero seguro que seguirán robando nuestro dinero (quiero decir, robar en el sentido clásico del atracador, no como nos roban con frecuencia bancos y otras corporaciones nacionales e internacionales). A lo mejor, si alguien hace un robo hackeando las cuentas desde un ordenador de Vladivostok, igual tiene la humorada de poner un meme de un tipo con una media por la cara.
En ese tiempo impreciso cuando los bancos ya no tengan empleados (que puede ser mucho tiempo o a lo peor está ahí mismo, a la vuelta de la esquina) tampoco habrá cajeras (ni cajeros) en los super; haremos la compra y pagaremos con el sistema antes descrito. A lo peor es que ni siquiera existirán fisicamente los super, y haremos la compra por internet, y a lo peor ni siquera nos la mandarán a casa, nos dirán a dónde tenenos que ir a recogerla. Confiemos que en ese entonces la fruta, el fairy, el chopper, los yogures y el resto del carrito  no sean virtuales.
Cuando los bancos ya no tengan empleados las gasolineras ya no tendrán personal; echaremos el combustible, pagaremos con nuestra pantallita multiusos y continuaremos viaje. Puede que ni siquiera necesitemos pagar y nuestro coche tenga un dispositivo conectado a una cuenta bancaria, en la que que automáticamente se cargue el suministro de biodiesel o lo que se lleve en ese momento. Puede también que ese dispositivo personalizado en nuestro vehículo sea el que pague en las autopistas (en ese tiempo todas las carreteras serán de pago) y además cargue las multas de tráfico que el mismo coche detectará, y ya no habrá guardias civiles en moto ni cobradores en el peaje ni harán falta radares, nuestro coche será guardia, radar y multador al tiempo; por supuesto que el organismo vigilante de la circulación será –siguiendo la tendencia actual– un organismo privado, con sede en las Quimbambas y cuenta en el paraíso fiscal habitual.
En ese hipotético apocalipsis virtual en el que todo funcione sin intervención humana, todos estaremos conectados por un aparato, una evolución del actual móvil (un nombre ya anacrónico) o un derivado (ya hay gente ahora mismo que se implanta un chip bajo la piel con sus datos personales, puede que esa estupidez de ahora sea obligación legal cuando los bancos no tengan empleados). Puede que surjan movimientos antisistema de los sin teléfonos, gente rara y desclasada sin futuro alguno.
Cuando los bancos (a lo mejor en ese instante sólo exista El Banco) lleguen a ese momento, puede que recordemos el día en que nos ofrecieron una tarjeta de plástico, para sacar dinero de un cajero en el que dormían indigentes entre cartones, que después tendría un chip y una clave, y más tarde una simple marca de contacto, y después se hicieron los pagos sin dinero, por paipal y similares. Puede que en ese momento nos hagamos la pregunta: ¿dónde se fueron todos los empleados del mundo y como nos ganaremos la vida?

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