viernes, 10 de marzo de 2017

Un pequeño hueco para sorpresas

J.A.Xesteira
Cuando creía haberlo visto todo, siempre aparece algo que me da una sorpresa, nunca grata sorpresa, porque las sorpresas gratas escasean; aquel viejo refran de que está el hombre muriendo y está aprendiendo viene a confirmarse una vez más. Acabo de saber que el Consejo General del Poder Judicial el órgano de gobierno del Poder Judicial de España (Art. 122 de la Constitución Española), el que vela por la independencia de los jueces frente a los demás poderes del Estado (un concepto difícil de digerir, porque sus miembros son nombrados por el Congreso y por el Senado, que, lógicamente, nombrará a “los suyos”, y después, los nombrados se declaran independientes por ley, ¿nos entendemos?) borra los nombres de los condenados y encausados en la base de datos de la jurisprudencia de tribunales y juzgados que guarda en su centro de datos. Es decir, que una vez que una causa se juzga y se sentencia, el resultado se archiva en la base de datos (pública) del CGPJ, pero donde figuraba el nombre del delincuente, se lo cambian por un álias. Me acabo de enterar por una noticia que cuenta que la infanta Cristina Federica de Borbón y Grecia, la mujer que no sabía nada y que todo lo sabía su marido, pasa a llamarse en el CGPJ Doña Eva en unos casos y “la Eva”, en otros; su marido no pasa a ser Adán, que sería lo propio, sino Don Julio (no se indica que le puedan llamar “El Julio”). El resto de los imputados y condenados en lista de espera del Supremo también cambian sus nombres reales por otros supuestos. El Consejo General del Poder Judicial inventa así un verbo: anonimizar. Está bien, porque el lenguaje generalmente usado en los juzgados y escrito en sentencias y resoluciones, además de las leyes normales, es lengua de reviragancho para que no sea entendida por el personal corriente. En el capítulo de Bankia aparecen Rato y Blesa con los nombres de Constantino y Dimas (aquí hay coña, porque, según los Evangelios, Dimas era el buen ladrón, con lo cual se supone que, de la misma manera que hay poli bueno y poli malo, hay un mal ladrón en la cruz de al lado, que es la que le tocaría a Rato).
Se me escapa el motivo de camuflar a los encausados, condenados o no, con nombres distintos en los archivos judicialmente poderosos. Por el contrario, en el Tribunal Constitucional, el de la Unión Europea y el Europeo de Derechos Humanos, cada quien aguanta su nombre real, como sería lo lógico. Será cosa curiosa, ya que los archivos son de público acceso, poder ver como dentro de unos años, un estudioso, un doctorando en tesis o un historiador tenga que navegar por esos archivos adivinando quienes eran esos personajes, que cambian como un reparto de mala película: “Cristina de Borbón, en el papel de “La Eva”. También resulta un poco humillante que a la mujer le coloquen el “La”, un artículo despectivo y barriobajero, propio del lenguaje policiaco (a no ser que sea cantante de ópera, que sería La Callas o La Caballé, pero no es el caso) y a los hombres, no. A no ser que sea por exigencias del guión de la serie televisiva. Ya ven, siempre queda un  hueco para enterarse de novedades.
O dos huecos. Porque también me entero (como todos) que la CIA, esa organización gubernamental norteamericana dedicada a promover el terrorismo (el bueno, el de los agentes secretos americanos) en países pobres con recursos naturales para ricos, nos espía. No es nuevo, para eso está una organización de espías, pero lo nuevo, según WikiLeaks –organización a la que deberían nombrar de interés básico para la Humanidad– es que nos espía a través de nuestros teléfonos móviles, nuestros ordenadores y nuestras televisiones. Eso es ciencia ficción. Estoy escribiendo este artículo y al momento, gracias a un “hackeo” de la CIA, pueden saber lo que estoy escribiendo; llamo por el móvil para pedir una pizza y la CIA puede saber si quiero la Cuatro Estaciones o la Tropical; pongo la tele y la CIA, si quiere, sabe que pelí piratee (esto puede ser grave, porque pirateo algunas que me avisa que el FBI me puede detener por descargarme por la cara “Sonrisas y lágrimas”). Realmente no sé qué querrá espiarme la CIA, mi importancia estratégica en el devenir de los tiempos es nula; pero la posibilidad de que, si quiere, te controle todo lo que haces a través de tu televisor es de película de ciencia ficción. Que la CIA  nos espía no es nuevo, pero que lo haga a través de nuestros electrodomésticos, es fantástico. Claro que, como la naturaleza es sabia, la propia CIA, según WikiLeaks, la cagó, porque un “hacker” que pasaba por allí le entró en su sistema y se enteró de todo el tinglado de espionaje, de que usaban un arsenal de armas cibernéticas con las cuales se pasean por esas redes de dios para ver que pescan o para organizar cualquier acción terrorista en un país perdido en Oriente Medio; lo mismo escuchan tu conversación que le meten un troyano en la página del PP. Son así.
Siempre aparece algo que nos sorprende, porque el resto, la vida misma, es totalmente previsible. No nos causan sorpresa las revelaciones del Palau de que Ferrovial pagaba un 4 por ciento a Convergencia a través de cuentas líricas y facturas falsas. Como  no nos causa sorpresa la confirmación judicial de la Caja B del PP de Aguirre (¿con qué nombre pondrían a la concejala madrileña si llega a figurar en los archivos del Consejo del Poder Judicial?) Tampoco nos sorprenden todos los casos de corrupción, malversación, delincuencia institucional de algunos políticos (seamos justos, no todos son corruptos, hay que hacerlo constar, porque al paso que vamos parece que la corrupción es un estilo de vida consustancial con la clase dirigente) No nos sorprende nada de eso, y en ello está el peligro de acostumbrarnos a que eso, la falta de sorpresa, sea lo que hay, cuando todos esos juicios de ricos deberían ser tan excepcionales que nos deberían sorprender.






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