viernes, 17 de marzo de 2017

Vidas paralelas

J.A.Xesteira
Me pasa por leer los periódicos durante el desayuno, en la pantalla del iPad y en oblícuo. Vi la foto y pensé que era Laureano Oubiña saliendo de la cárcel para cumplir servicios sociales. No; era el rey Juan Carlos I, que acababa de ganar una regata con el Bribón y una tripulación ganadora (una tripulación así sólo se la ponían a Fernando VII, Borbón también, en forma de bolas de billar para hacer carambolas). La confusión matutina y la empanada mañanera me los mezclaron, porque el arousano aparecía en otra foto, pero no ganaba regatas en Sanxenxo. El extraficante es mucho más joven que el exrey (o, si quieren, rey emérito, pero mejor no, porque tendría que decir traficante emérito, y no es el caso), pero ya se sabe que llegados a la jubilación, los seres humanos tendemos al etalonaje, que es una palabra usada en el cine para igualar la intensidad de luz a lo largo de una escena rodada en diferentes momentos; la jubilación es como el mínimo común múltiplo que nos etalona y nos pone a todos la misma luz, el mismo uniforme –zapatillas deportivas, pantalón vaquero y chubasquero guateado– y nos confunde al rey con el famoso preso, hoy en tercer grado de condena.
Pero esta confusión inconsciente y sin mala intención por mi parte me trajo a la memoria, sin necesidad, viejas lecturas; las Vidas Paralelas de Plutarco, en las que el griego comparaba a los hombres famosos de Grecia y Roma, como por ejemplo Alejandro y César, y sacaba después conclusiones. Su objetivo era establecer el carácter moral de cada personaje y relatar anécdotas de los mismos que revelaran la naturaleza de cada persona. En realidad –y eso es lo ameno de la obra que hace que se pueda leer hoy en día– es que se trata de un juego porque el autor cree que en las pequeñas cosas está la personalidad de los grandes hombres antes que en las grandes gestas, las grandes batallas o sus poderes económicos o políticos.
Las noticias del desayuno no sirven para gran cosa, si acaso para cabrearnos; podemos decir que la actualidad comunicada por cualquier medio contribuye, por activa o por pasiva, al aumento de la mala leche natural en el español medio. Pero cuando aparece, aunque sea por confusión, la posibilidad de establecer un juego de vidas paralelas en la primera página, la cosa cambia. Podían ser las vidas paralelas de, por ejemplo, Donald Trump y el candidato fascista holandés, comenzando por sus extraños peinados y por la semejanza de ideas bajo el peinado (si, también estos seres tienen ideas, malas y peligrosas, pero ideas, al fin y al cabo). Podían ser las vidas opuestas por el vértice de Escocia y Cataluña, que quieren referendos y posiblemernte los tengan algún día. Podía ser la polémica por la misa de la TVE y la polémica por los informativos de TVE, ambos perfectamente intercambiables, porque son los mismos ritos con las mismas comuniones.
Pero podría ser un juego de vidas paralelas entre Oubiña y Juan Carlos, con todos los respetos que se suponen; como en Plutarco, no es más que un juego que nos distrae de las malas noticias. Los dos personajes, que gastan ahora media barba canosa, de abuelo, tuvieron desde siempre una intensa relación con el mar, incluso con el mismo mar y en las mismas rías; en unas, el guardiamarina Juan Carlos (“un chico alegre, campechano y siniguaaaal”, que cantaban el Dúo Dinámico desde la Escuela Naval de Marín) se hizo marino de guerra y, años más tarde, patroneaba bribones campeones; Oubiña, una ría más allá, contrabandeaba con el “rubio de batea” en una época en la que entraba más Wiston en Galicia del que salía de Carolina del Norte; todos fumábamos rubio a sabiendas de que era de contrabando. Más o menos por la transición democrática ambos cambiaron de estatus; uno pasó a ser rey de España y otro –de forma oficiosa– a ser rey del narcotráfico. Ambos residían en pazos y palacios.
Pero la suerte esquiva dio con el cambadés en la cárcel, mientras que el rey se consolidaba como defensor de la democracia en la famosa y nunca bien aclarada jornada del 23-F. De sus frases famosas quedará para la historia aquella del juicio de Oubiña de que “el dinero lo ghuardo en la vigha”, mientras que del rey Juan Carlos se recordará como hito aquella de “¿Por qué no te callas?”. En cuestiones políticas, Oubiña es republicano confeso mientras que Juan Carlos, por profesión, no. Aquí deberíamos abrir un paréntesis en el juego para que quien  quiera aporte comparaciones y diferencias.
Hay que recordar que esto es sólo un juego; que el preso en tercer grado es ahora un voluntario colaborador de una ONG de reinserción de toxicómanos; de su  vida anterior ya se ha escrito casi todo y ha pagado con su condena ante la ley (odiamos el delito, compadecemos al delincuente, como decía doña Concepción Arenal) y su vida futura es, como la de todos, un por venir. Estos días han aparecido variadas opiniones sobre el personaje, pero yo no soy su juez. El que era rey ya no lo es, y su actividad se reduce a representar a su hijo en actos oficiales; tiene un sueldo de 190.000 euros más dietas.
Pueden continuar ampliando el juego, no necesita mandos ni pantalla, basta con coger un periódico, buscar dos personajes y sacarle humor al asunto. Es una forma como otra cualquiera de resistir y luchar contra ese mar de calamidades hamletianas con que llenan los espacios informativos. Es buscar el lado brillante de la vida, como cantaban los crucificados de La Vida de Brian. Porque la vida, a veces, nos regala humor sin pedirlo. Ayer, cuando el técnico me arreglaba la lavadora, descubrió que la avería era una moneda de euro que taponaba el desagüe. La sacó, la limpió, mostró la efigie de don Juan Carlos y la cosa fue evidente: “Había un Borbón atravesado en el tubo”. Eso es puro humor. Porque siempre se hicieron chistes contra los poderosos, sin más intención que echar unas risas.

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