viernes, 22 de enero de 2016

Poscampaña electoral

J.A.Xesteira
A la política española le sucede lo mismo que a los/las periodistas de los telediarios, que en cuanto les quitas el texto de leer se desconciertan y no saben que hacer ni decir (el otro día, en el informativo de TVE de la sobremesa, cada vez más parecido al NoDo, una moza, pillada en flagrante directo, dijo textualmente que en las rebajas las prendas pueden “descambiarse”) Así andan todos los que ganaron las elecciones, como un corre-corre-que-te-pillo, con una desazón disfrazada de serenidad y cara de tener la sartén por el mango. Ni hay sartén ni mango. La autodenominada derecha de siempre, desde el gobierno, se dedica a hacer campaña post-electoral, una novedad que hay que añadir a estos nuevos tiempos. Rajoy viaja a los lugares donde quede algo que inaugurar o que reinaugurar, para decir como hay que hacer las cosas y como van a ser si ellos siguen en el poder, cada vez menos poderoso. La autodenominada derecha emergente confía en algún pacto de billar con dos bolas blancas y una roja, con carambola de fantasía y efecto sobre la banda. Mientras, su lider sigue en campaña, postulándose como si fuera la salvación esperada.
La sedicente izquierda se tropieza en sus idas y venidas. De pronto les dio por irse a Portugal, a ver como es aquello de gobernar el país la izquierda unida. No sé si aprendieron algo, pero me temo que no. Para empezar fueron ambos, Sánchez e Iglesias (cada uno por su lado) de visita en modo turista, a un país que creen que es como España porque padecimos dictaduras y comemos sardinas. Pero Portugal, que es un país pequeño, mucho más fácil de administrar geográficamente, habla portugués, que es una lengua que no entienden los españoles del Padornelo para abajo, mientras que los portugueses si hablan español y conocen España mucho más que los españoles Portugal. Nuestros vecinos salieron de su dictadura con una revolución, atípica, pero revolución, aunque la perdieran por el camino hacia Europa (como todos perdimos tantas cosas en el camino hacia el Mercado Común); España salió de la dictadura por un certificado de defunción firmado por un  equipo médico de La Paz, un mensaje en televisión en  blanco y negro y un extraño tránsito en el cual se produjo un misterio glorioso: los que antes eran franquistas, sin dejar de serlo, pasaron a ser demócratas de toda la vida. Sánchez e Iglesias –supongo– deberían entender que los socialistas de Portugal son izquierdas, no como los españoles, que dependen del tiempo, del clima, de la moda de temporada o de ocurrencias variadas; y que en Portugal existe un Partido Comunista, como había en España, que es marxista-leninista y anti europeista, y, además, una gente de izquierdas que sabe muy bien donde está su derecha, y a la que no concede más pacto que el puntual y en determinada decisiones de gobierno. Tienen además la ventaja de que hablan bastante bien el inglés (las clases cultas, digo, las que hablan también muy bien el español) y no se pierden en nacionalismos independentistas; su única independencia manifiesta es la que pretenden hacer de la Troika europea, de sus bancos y de esos “filhos da mãe”. Ambos, Sánchez e Iglesias hacen su poscampaña, apareciendo en los Medios, de cualquier ideología, a cualquier hora y en cualquier formato.
El resto, los residuales asisten al espectáculo de un país en “stand by”: mientras no haya un presidente en la Moncloa, no saben qué hacer. Unos, los que perdieron, tiran la toalla se van al paro o a sus asuntos; otros, los que no ganaron pero siguen en pie, buscan una reconstrucción, un reciclaje, aprovechar las piezas dañadas para volver a construir un partido o lo que sea (hablo de Izquierda Unida, que, curiosamente no fue a Portugal a preguntar como hace el PCP para continuar en el Gobierno y además hacer todos los años la fiesta del Avante).
Pero todos parecen continuar en campaña, de gira, como si no estuvieran seguros de que hubo unas elecciones. Nos consta que votamos hace unas semanas, y que, a continuación los ganadores iban a hablar con el rey y les decían que iban a gobernar, y el rey les decía que por él no había inconveniente. Pero las cosas ya no son lo que eran, y ni el rey Felipe recibe a los catalanes ni sabe que hacer con lo que queda; incluso ha suspendido un viaje que tenía a arabia Saudí, un país feudal que siempre se llevó muy bien con la monarquía española y con la jet-set de Marbella.
Para acabar de emborronar la poscampaña, los Medios sugieren que puede haber nuevas elecciones, y, a lo mejor, por eso andan todos pidiendo de nuevo los votos ya votados. La prensa, antaño imparcial y ahora sumisa y doméstica, lanza encuestas de dudosa veracidad y apunta posibles resultados en hipótéticas segundas elecciones que nadie se atreve a pensar que vayan a darse.
Entre tanto, con los líderes en poscampaña, la vida política se reduce al Parlamento convertido en patio de recreo donde se critica el peinado de un joven barbudo, la lactancia de un bebé, las señorías y los señoríos  convierten el hemiciclo en una plaza de abastos, donde no se encuentran sus sitios y se critica al vecindario. Muy lejos de aquel aire de casino de pueblo que imperaba hasta hace poco, donde uno se iba a echar la siesta y otra jugaba unas partidas en la tablet y que sólo despertaban cuando Labordeta los mandaba a la mierda. Se escandalizan, pero no se dan cuenta de que lo único que pasó es que entró la calle, eso que pasa por fuera de las ventanillas del coche oficial, la gente que vota, que sella la tarjeta del paro y paga a Hacienda sin posibilidad de escapar ni que la Fiscalía del Estado disculpe un pufo más o menos. Así estamos, unos, en precampaña de la poscampaña y la ciudadanía sin gobierno. Lo malo es que nos podemos acostumbrar a esto, comprobar que no pasa nada y, si funciona, seguir sin okupa en La Moncloa.

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